martes, 27 de febrero de 2018

Actualidad



EL ABORTO,
¿ES UN PROBLEMA DE SALUD?

Digámoslo de entrada: el aborto no es ni exclusiva ni principalmente un problema de salud; pero es, entre otras cosas, un problema que atañe a la salud sea en el plano de la salud pública, sea en el nivel individual de la práctica médica. Los médicos, en consecuencia, tenemos algo ‒y algo importante‒ que decir en esta materia. Pues bien, en esta ocasión quiero hablar como médico.

Hay dos argumentos que suelen esgrimir los defensores y propulsores de la legalización del aborto. Primero, que es necesario legalizar esta práctica como solución al grave problema que representan los abortos clandestinos realizados en medios sanitarios precarios con su secuela de morbimortalidad materna, cuestión esta que afecta principalmente a las capas sociales más vulnerables y desprotegidas, esto es, las mujeres pobres que no pueden acceder, a diferencia de las mujeres ricas, a abortos seguros y caros. Se trataría, por tanto, de poner fin mediante el aborto legal a una situación de emergencia sanitaria y de flagrante injusticia social. El segundo argumento es el del llamado “aborto terapéutico”: ¿qué se hace en aquellos casos en que una gestación pone en riesgo la salud o la vida de la mujer gestante?; ¿se ha de poner o no fin al embarazo en resguardo de la salud o de la vida materna? Ambos argumentos conciernen directamente a la medicina y es preciso darles una respuesta médica. Veamos cada uno de ellos por separado.

Ningún médico con alguna experiencia puede negar la existencia de abortos practicados en condiciones no sólo sanitariamente precarias sino también a menudo realizados por la misma mujer gestante mediante los más variados recursos. Tampoco puede negarse que tales abortos son una fuente incuestionable de morbilidad y mortalidad materna. Menos aún es posible pasar por alto que este problema afecta de manera casi exclusiva a los sectores sociales que viven en la indigencia extrema y en la marginalidad más estremecedora. Varios años de mi ya larga vida médica transcurrieron en las periferias de la Patria y he sido testigo directo de esta desoladora realidad y en este punto no vale demasiado discutir sobre estadísticas: en primer lugar porque no tenemos en nuestro país estadísticas confiables casi respecto de nada (situación que se presta al manipuleo de los números y de los datos por parte de los grupos pro aborto que intentan imponer cifras disparatadas con el fin de crear un panorama que ni de lejos se aproxima a la realidad) y segundo porque en definitiva la naturaleza del problema es inconmensurable y cada mujer que muere o cada niño por nacer que se pierde representan una tragedia humana irreductible a un dato estadístico. Esto no significa que debamos prescindir de la estadística; sólo intento decir que la realidad médica y social de los abortos clandestinos en los sectores vulnerables y marginales se impone por sí misma sin necesidad de apelar a otra cosa que a la directa experiencia. La magnitud del problema, sólo medible mediante estadísticas, es otro costado de la cuestión, importante sin duda, pero un costado accidental.

Ahora bien, admitida esa realidad se plantea una cuestión bien clara y precisa: ¿es la legalización del aborto la solución de este drama? ¿Es la única solución? ¿Es la mejor solución? Creo que sería bueno y oportuno centrar la discusión sobre este punto si lo que en realidad se pretende es un debate serio y honesto y no la imposición, sin más, de una ideología abortista que es la que parece animar a la mayoría de quienes pugnar en favor del aborto.

Va de suyo que el drama que hemos descripto es, ante todo, un problema político, social y económico y sólo secundariamente sanitario. Lo que nos lleva a pensar que si se atacasen las causas políticas, sociales y económicas que engendran la marginalidad, la indigencia y la falta de una atención médica mínimamente adecuada, la morbimortalidad materna por abortos disminuiría significativamente por el simple hecho de que disminuirían los abortos. En este sentido creo que es útil apelar a la experiencia de otros países. Tenemos el ejemplo, entre otros, de lo ocurrido en Chile a partir de 1989 cuando se prohibió el aborto. Según las investigaciones llevadas adelante por el Doctor Elard Koch, Director del Instituto de Epidemiología Molecular MELISA, en el país trasandino no sólo no fue posible establecer que una disminución de la mortalidad materna por aborto estuviese vinculada con la legalización de esa práctica sino que, por el contario, la mortalidad materna global se redujo hasta llegar al 94% y la mortalidad materna exclusivamente por aborto hasta alcanzar el 99% a partir justamente de la prohibición del aborto legal. El científico chileno asegura, además, que con programas preventivos y de salud materna se ha logrado que mujeres con embarazos no deseados y en riesgo de aborto superen su situación de vulnerabilidad. También recuerda una investigación realizada junto con científicos de Estados Unidos, en la que se encontró que los factores que reducen la mortalidad materna son el incremento de la educación de la mujer, el acceso a los servicios de cuidado prenatal, la atención profesional del parto, las unidades obstétricas de urgencia y cuidados especializados, el acceso al agua potable y alcantarillado, alimentación complementaria para madres y sus hijos junto con cambios en la conducta reproductiva.

Se dirá que es sólo un ejemplo; pero es un buen ejemplo a seguir. ¿No sería conveniente entre nosotros promover legislaciones que hagan posible un drástico mejoramiento de las condiciones sociales, políticas, económicas y sanitarias que son el obligado contexto de los abortos clandestinos y empezar, alguna vez, a realizar estadísticas confiables a fin de poder medir la efectividad de estas legislaciones en orden a una disminución de la morbimortalidad materna en lugar de propiciar una legalización del aborto si realmente lo que se busca es dar solución a un problema sanitario? Resulta absurdo, por decir lo menos, suponer que el aborto sea la única solución o siquiera la mejor. Es la peor de todas -si es que, en definitiva, puede decirse que es una solución- porque es la que se lleva miles y aún millones de vidas por nacer. Si el aborto fuese una solución sanitaria habría que admitir, al menos, que es la más costosa de las soluciones, no sólo en lo económico sino sobre todo costosa en vidas humanas y en graves secuelas psicológicas y aún físicas para las madres. Ergo, es el menos racional de los caminos que puedan elegirse.

El segundo argumento que suele esgrimirse es el llamado “aborto terapéutico”, expresión falaz y equívoca porque el aborto nunca puede ser tomado como un recurso terapéutico. De lo que se trata es de un dilema médico y moral, de una situación límite en la que una patología materna aparece como incompatible con el sostenimiento de una gestación en curso. Las situaciones son en extremo variadas por lo que sólo es posible dar orientaciones generales que luego habrá que aplicar a cada caso en particular. El principio general es que, habida cuenta de que dos son las vidas en juego, nunca resulta moralmente aceptable un criterio según el cual la preservación de una de esas vidas prevalezca en detrimento de la otra. El llamado “principio del doble efecto” (variación del llamado “acto voluntario indirecto”) no es aplicable ya que este principio requiere que el efecto positivo, bueno o primariamente buscado y querido sea mayor que el efecto negativo, malo o no querido. La esencial e intrínseca igualdad de las vidas en juego hace que ambos efectos sean igualmente malos.

¿Cómo responder, entonces, a estos dilemas felizmente cada día menos frecuentes en la práctica médica? Hay que partir de un presupuesto básico: en la amplia variedad de situaciones que la práctica médica nos plantea hay un elemento común a todas ellas; en efecto, se trata siempre de una inadecuación, de mayor o menor grado, entre la prosecución del embarazo y la vida y/o salud de la madre. Ahora bien, más allá de cualquier consideración particular, se ha de tener en cuenta que frente a cualquier situación de inadecuación entre el embarazo y la vida y/o salud materna no es lícito acudir a la supresión del embarazo toda vez que ella comporta la supresión cierta, ineluctable y directamente procurada de la vida del concebido. La Medicina se verá, pues, obligada siempre a procurar cualquier medio terapéutico (tomado este término en sentido propio) que tienda a salvar o minimizar la situación de inadecuación, asegurando hasta donde sea posible, la vida y la salud de madre e hijo. Sólo será lícita una terapéutica que no implique la supresión deliberada y directamente procurada de ninguna de las vidas en juego. Habrá, pues, que hacer rendir y agotar al máximo las posibilidades del arte dejando, en definitiva, a la propia naturaleza la evolución final.

Ocurre que cualquier otra consideración, por fuera de la que acabamos de establecer, implica una elección indebida entre dos bienes absolutamente equiparables en sí mismos considerados: vida y/o salud de madre e hijo. No hay modo de introducir un desbalance en la valoración de ambos bienes a no ser que se tengan en cuenta cuestiones de carácter meramente accidental como, por ejemplo, una supuesta utilidad de la vida materna por sobre la del concebido, el interés de otros hijos para quienes la vida materna resulta más que apreciable, etc. Pero una consideración de carácter accidental -por importante que sea- no es suficiente para modificar el valor intrínseco de la vida humana, único que ha de tenerse en cuenta en la perspectiva moral. De no ser así, si consideraciones meramente accidentales ingresan en la valoración del bien en juego, se estaría afirmando un peligroso principio que puede extenderse a cualquier otra situación que no sea la que estamos considerando. De este modo, la vida de un enfermo con Síndrome de Down, por ejemplo, o con cualquier otra afección podría llegar a ser suprimida en aras de una pretendida utilidad.

En ninguno de los dos argumentos planteados puede concluirse, por tanto, que el aborto sea una solución médica. Porque hay que decirlo: el aborto es siempre la supresión de individuos humanos. Me causa cierta gracia cada vez que oigo decir que “ahora” la “ciencia” nos demuestra que la vida humana comienza con la concepción. No es “ahora” ni es la “ciencia” sino la más elemental experiencia la que nos muestra que la existencia de un individuo humano se inicia desde la concepción. Desde que el hombre está sobre la tierra se sabe que cada vez que se inicia un embarazo, de no mediar una falla de la naturaleza, el “producto” final es uno o más individuos de la especie homo sapiens. Sobre las acciones de la naturaleza el hombre no tiene responsabilidad moral alguna; pero sí la tiene sobre sus propias acciones voluntarias y libres. Por eso suprimir directa y voluntariamente el proceso de la gestación humana, que es uno solo y el mismo desde el inicio hasta el fin, conlleva una grave responsabilidad moral en quienes lo hacen, en quienes lo promueven y aún en quienes lo toleran. Y esto es tan antiguo que ya lo previó el viejo Hipócrates ‒que hasta sabemos no era católico‒ en su Juramento.

Mario Caponnetto

domingo, 18 de febrero de 2018

Desde el Real de la Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo



CONVERSACIONES SOBRE PALESTINA

“No existe la nacionalidad israelí”
Noam Chomsky – Ilan Pappé

En nuestra mesa de trabajo se encuentra un libro con dos años de existencia. Contamos ese número de años porque fue publicado en primera edición por Haymarket Books en la ciudad de Chicago (año 2015) con el nombre de “Una Palestina”. Es éste el mismo texto que ha sido coeditado por LOM Ediciones (Chile) Txalaparta (España) Icono Editorial (Colombia) y Marea Editorial (Argentina). Poseen sus páginas un gran interés para cuantos siguen de cerca la historia de las relaciones internacionales en la zona de Palestina ocupada y que ente 1946-48 fuera víctima del monstruoso crimen de genocidio (que continúa en estos años) para posibilitar el surgimiento no, del Hogar Judío planteado por Lord Balfour al banquero hebreo Barón de Rotschild en 1917, sino como un Estado puro y duro al que se dio el nombre de Israel.

Esa patria fue parida por capitalistas y comunistas en la ONU donde se consiguieron el 29 de, noviembre de 1947, los 33 votos (sic) de apoyo. Extraño, todo muy extraño, no solo por el número tan especial sino por la oposición que durante mucho tiempo mantuvo el “mariscal” Stalin al engendro político, sionista  para el cual terminó dando la orden de aprobarlo incluso facilitándole armas checoeslovacas novísimas destinadas a los grupos de sicarios hebreos y luego para su ejército estatal. Los árabes como protesta declararon una huelga general. Los delegados árabes en la ONU publicaron una declaración negando el derecho de la Asamblea a dividir de aquel modo un país, derecho que no le concedía la Carta de San Francisco y acusando que la votación fue realizada bajo la presión de las grandes potencias.

Los terroristas judíos y según decía la propia organización terrorista Haganah formaron patrullas produciéndose horrores sangrientos en los asaltos  a las aldeas palestinas con multitud de víctimas. Mientras tanto el presidente de Estados Unidos, Harry Salomón Truman reconocía de facto al Estado hebreo y la URSS por boca de Molotov anunciaba al mundo el reconocimiento de jure (mayo 27 de 1948).

Pero volvamos a repasar rápidamente el volumen con el fin de extraer ejemplos de su posición. El texto que nos ocupa lleva hoy el título de “Conversaciones sobre Palestina” entre Noam Chomsky, judío norteamericano nacido en Filadelfia en 1928 ex sionista y figura de la lingüística actual e, Ilan Pappé, israelí nacido en Haifa en 1954 que si abandonó Israel por voluntad o a la fuerza no lo sabemos, pero está presente el hecho indudable que, dadas sus profundas diferencias con el sionismo, verdadera religión totalitaria del Estado que lo vio nacer y en el cual hace años no habita. El citado profesor es autor de diversas obras, una de las cuales “La Limpieza Étnica de Palestina”, fue motivo de nuestra seria atención cuando “Cabildo” todavía aparecía impresa en formato revista.

Corría por entonces el año 2017. La obra que estamos exponiendo hoy a nuestros camaradas, se compone de 237páginas y se divide en dos partes. La primera, desarrolla los diálogos de Noam Chomsky e Ilan Pappé. En la segunda sección del trabajo ambos, presentan artículos entre los cuales debemos citar especialmente: “El Tormento de Gaza, los Crímenes de Israel” de Noam Chomsky junto a otros también con denuncias de crímenes de lesa humanidad como el que se publica con el acápite: “Breve Historia del Genocidio Progresivo Perpetrado por Israel” el cual está firmado por Ilan Pappé.

Veamos pues la primera parte, deteniéndonos en la página 72. Allí se hace a los autores, esta pregunta: “Si los judíos son un pueblo ¿cuál es el problema que tengan un Estado? ¿Y por qué no deberíamos reconocer a Israel como Estado judío?” Responde en primer lugar Ilan Pappé con argumentos que transcribimos: “Creo que nadie que yo conozca, ha objetado jamás el derecho de un pueblo a redefinirse a sí mismo en cuanto a nacionalidad, etnia o cultura. No hay motivo de objeción desde la perspectiva del derecho o de la moral internacionales. Tampoco es cuestionable el momento histórico en el que se decide hacerlo; aunque este grupo en particular ya se ha definido en el pasado (en este caso, como un grupo religioso). El problema es otro. ¿Cuál es el precio a pagar por esta transformación y quién debe pagarlo? Si esta redefinición se produce a expensas de otros pueblos, se convierte en un problema. Si un grupo ha sido víctima de un crimen y está buscando un refugio seguro, no lo puede obtener expulsando a otro grupo del espacio que desea como refugio. Esta es la diferencia entre lo que se quiere como grupo y los medios que se utilizan para lograrlo. El problema no es el derecho de la población judía a tener un Estado propio o no, ese es un asunto interno en el que quizá los judíos ortodoxos podrían llegar a tener un problema. La población palestina no se opone a que la judía forme un estado en Uganda, como fue propuesto de 1902 a 1903. Ningún palestino en el mundo tendría interés alguno en un escenario semejante. Esa es la cuestión principal: ¿cómo se implementa el derecho a la autodeterminación?”

A continuación interviene Noam Chomsky diciendo: La idea del Estado Judío es una anomalía (este subrayado pertenece a quien escribe esta nota). No es algo que haya ocurrido en alguna parte del mundo. La pregunta se basa en una suposición errónea. Tomemos el caso de Francia: transcurrió mucho tiempo para que llegara a convertirse en un Estado. Hubo gran violencia y represión. De hecho, la formación de un Estado es siempre un proceso de violencia extrema. Es por eso que Europa fue el lugar más violento del mundo durante siglos. Una vez que se establece un Estado, cualquier ciudadano es ciudadano del Estado. No importa quien sea, si es un ciudadano francés es francés. Si vive en Israel, y es un ciudadano israelí, es israelí, no es judío. Por ello, el concepto de Estado judío es una completa anomalía. No tiene análogo en el mundo moderno, por lo tanto, es obvio por qué no deberíamos aceptarlo. ¿Por qué aceptar esa anomalía única? Todo Estado, si nos fijamos en su historia, fue creado mediante violencia extrema, no hay otra forma de imponer una estructura uniforme a personas con distintos intereses, antecedentes, idiomas, etc. Entonces se hace por medio de la violencia. Pero una vez que ha sido creado, al menos en el sistema del Estado moderno, cualquiera que sea parte de un Estado es teóricamente un ciudadano igual a los demás. Por supuesto, puede no funcionar en la práctica, pero es así la teoría. En Israel es totalmente diferente. Hay una distinción entre ciudadanía y nacionalidad. No existe la nacionalidad israelí (subrayado nuestro). No se puede ser un ciudadano israelí. Esto llegó a ser tratado ante un tribunal en la década de 1960 y volvió a suceder recientemente. Un grupo de israelíes querían que sus documentos los identificaran como israelíes, no como judíos. La causa llegó hasta la Corte Suprema, que falló en su contra. Esto refleja lo anómalo, el concepto de un Estado judío, que no tiene equivalente en el sistema político internacional contemporáneo”.

Vuelve a hacer uso de la palabra Ilan Pappé: “Paradójicamente, esto es utilizado por Israel en un intento de sofocar cualquier crítica al Estado y a su ideología. Si se sancionara a Israel, es un ataque al Estado Judío y, por asociación, un ataque al judaísmo. Es un modelo de argumentación y defensa muy interesante. Esta prohibición no funcionaría en ningún otro caso. Tomando como ejemplo la lucha contra el Apartheid en Sudáfrica, es como si en el apogeo de la lucha contra el Apartheid sólo hubiera estado permitido criticar algunas políticas de la sociedad africana pero no la naturaleza del régimen. Para Israel es un gran éxito haber logrado hasta el momento, inmunidad ante un momento de protesta semejante. Definieron los parámetros del juego: está permitido manifestarse en contra de las políticas de Israel, pero si se protesta en contra de Israel se protesta contra el Estado judío y, por lo tanto contra el judaísmo. Es por ello que es muy importante poner esto en el centro de la discusión”.

Noam Chomsky interviene nuevamente: “Es interesante como ahora son los dirigentes israelíes que lo están haciendo” (…) “Cuando Netanyahu dice: “Tienen que reconocernos como Estado judío”, está diciendo: “Tienen que reconocernos como algo que no existe en el mundo moderno”. "No existe tal cosa. Una vez más, si se es un ciudadano de Francia se es francés. Si se es un ciudadano de Israel no se es judío”.

El tema de la nacionalidad judeo-israelí es un verdadero dilema. La Suprema Corte israelí estudió el tema con motivo de un judío convertido al catolicismo que, siendo monje católico solicitó se aplicara en su beneficio la “ley del regreso”. La misma establece que toda persona de raza judía que ingresa en Israel tiene derecho automático a la ciudadanía israelí. Su petitorio fue rechazado por la Suprema Corte de Justicia israelí dictaminando que “un judío que se convierte a otra religión cesa de ser judío en el sentido nacional israelí de la palabra”. (Diario “La Nación”, Bs. As., Dic. de 1962).  De acuerdo a lo que hemos transcripto anteriormente en esta misma nota, Chomsky y Pappé prueban que la problemática situación de la nacionalidad judía no ha cambiado a lo largo de los años y se mantiene con claros intereses anímico-raciales. Ante esto nos parece pertinente que finalmente se determine con claridad, en qué se radica la nacionalidad judía, porque pueden darse los siguientes supuestos:

A) que la nacionalidad la confiere la raza: en este caso todo judío nacido en regiones donde tiene vigencia el “Jus solis” gozaría de doble nacionalidad;

B) que la nacionalidad la confiere la religión: aquí estarían excluidos por ateos los judíos-comunistas y solamente  son Israelíes los judíos. Esto nos vuelve a lo afirmado más arriba por Noam Chomsky e Ilan Papée: “Si se sancionara al Estado de Israel se ataca al judaísmo”.

Antes de proseguir en cercano capítulo, queda algo por leer para meditar. Nos estamos refiriendo a un párrafo del “Diario de un escritor”, obra debida a la pluma del místico de quienes buscan a CXRISTO: Fiódor Dostoievsky. Así escribió el Genial Ruso: “Puede que sea muy difícil penetrar en la clave de la vieja historia de un pueblo como los hebreos…; no sé. Pero sí sé, y muy bien, una cosa: que en el mundo todo no hay otro pueblo que tanto se lamente de su sino, que tan constantemente, a cada paso y a cada palabra, se esté quejando de su degradación, de sus dolores, de su martirio, como los hebreos. Cualquiera creería que no son los que dominan a Europa. Aunque solo lo hagan desde la Bolsa, el hecho es que gobiernan la política, los asuntos interiores, la moral de los Estados…”

Luis Alfredo Andregnette Capurro

jueves, 15 de febrero de 2018

Sombras de la China



MARCELO SÁNCHEZ SORONDO ENCONTRÓ UNA CHINA
 
De acuerdo a la información Sanchez Sorondo, filósofo poscristiano, mandadero todoterreno, lo que Fidel llamaría un completo lamebotas, el mismo que preside la Academia de Ciencia del Vaticano, es quien estaría entusiasmado –y el dato no es menor‒ el hombre encontró una China.
 
Pero hay algo más, de sus declaraciones surgiría que no solo encontró una China, sino que impresionado por la belleza del descubrimiento no dudó en calificarlo como extraordinario.
 
Es decir que el tipo encontró una china extraordinaria y, claro, está contento…
 
Y nosotros deberíamos creerle, porque el que habla es un dignísmo filósofo: “Se trata del lugar en el mundo donde más acabadamente se materializa la Doctrina social de la Iglesia”.
 
Bien hecho, bien pensado y bien dicho, Sorondo. Mire, para mí que el jefe lo asciende. Misión cumplida.
 
Claro que de lo que está hablando, es de algo que no tiene absolutamente nada que ver con lo magistralmente expuesto por León XIII y tantos otros Papas, es decir con las mejores enseñanzas y la más alta tradición que en doctrina social tiene la Iglesia.
 
No. Para nada, el tipo está hablando de una nueva doctrina social la denominada Doctrina Bergoglio-Grabois, también conocida como la doctrina del comunismo cristiano.
 
Es sabido que estos dos estudiosos del marxismo, elaboraron en colaboración con un selecto grupo de católicos y hombres de probada buena voluntad digamos: Fidel y Raúl Castro, Zaffaroni, Esteche, Tucho Fernández, Slokar, el caballo Suárez, Boff, Carlotto, D´Elia, Maduro, Evo, “los troscos de Dios”. y la participación especial de Cris, una Suma de marxipopulismo para católicos.
 
Este corpus de doctrina fue rápidamente tomado y puesto en práctica por los chinos con resultados que ‒según Sorondo‒ no podrían ser ni mejores, ni más alentadores, ni más acabadamente cristianos.
 
Algunos mal intencionados dirán que, en esa idílica China campea un ateísmo más bien bravío, pero la realidad es otra, según explica con lucidez Sorondo, eso estaría exagerado por la prensa y los medios yanquis y por grupos retrógrados de la Iglesia, y que –y aquí viene lo interesante‒ los chinos se mostraron dispuestos a negociar, co mo un gesto de amplitud intelectual, mano a mano el tema de Dios, a cambio de destrabar el comercio.
 
Se ve que monseñor ha sobrepasado ya la pendiente de la más ciega decadencia no solo moral sino intelectual.
 
Sabemos que el pobre hombre venía en una cuesta abajo que metía miedo. Fueron demasiadas horas dedicadas a reuniones con Rocio y Maradona, con masones, con abortistas y ateos y marxistas de todo calibre, en aras de la nada, como para salir ileso.
 
No es difícil sospechar que ésta, su sobreactuación del servilismo, haya hecho palidecer la estrella de lacayo insigne que lucía Cámpora y que, hasta la llegada de  Sorondo parecía imbatible.
 
Que haya cristianos en la china comunista y rabiosamente atea –esa que admira Sorondo‒ que deban pasar temporadas en campos de reeducación afin de “olvidar a Dios” en realidad no deja de ser un detalle, si se quiere pintoresco, pero como bien dice el tipo: “todos trabajan, trabajan, trabajan, sin villas” una apreciación que ni Stalin hubiese formulado mejor.
 
La otra posibilidad sería que el tipo ahora fuese un marxista convencido y no por encargo o mandato. Y que sus muchos años de Santo Tomás y Fabro y vaya uno a saber quiénes más, lo hayan iluminado y y le hayan permitido darse cuenta que, finalmente Foucault, Vattimo y Marcuse, tenían razón y que aquello del Aquinate no pasaba de un cuento chino, ‒perdón‒ de un cuento imperialista.
 
Como a propósito resuena la voz del jefe: “no hay que tenerle miedo al marxismo” que, todos lo sabemos, tantos y tan maravillosos resultados de progreso, bienestar y libertad, trajo para mas de cien millones de muertos, es decir para la humanidad.
 
Sorondo, como nos da algo de lástima y un poco más de asco, rezaremos por usted, o mejor no, porque desde hace unos días, cuenta con la fervorosa plegaria de Xi Jinping, Zanini, Conti y Bonafini y qué mejores intermediarios para un monseñor pro chino.
 
Miguel De Lorenzo