domingo, 5 de agosto de 2012

Sermones y homilías

DÉCIMO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema sea Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo. Hay diversidad de gracias, pero el Espíritu es el mismo; hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todas las cosas en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, don de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.


El Apóstol San Pablo, después de haber hablado acerca de tres Sacramentos, a saber, Bautismo, Matrimonio y Eucaristía, empieza, en el capítulo doce de su Primera Carta a los Corintios, a poner orden y concierto en lo relativo a los dones espirituales, es decir, las gracias que tienen por autor al Espíritu Santo, haciéndonos ver la necesidad de esas gracias y efectuando una enumeración de ellas.

Es muy importante esta doctrina, pues hoy en día existe gran confusión y abuso, no sólo en lo estrictamente teórico, sino también, y especialmente, en la práctica.

Consecuencia de esto son todos esos grupos y movimientos llamados carismáticos, como también el pulular de sacerdotes sanadores, que imponen las manos, en cuyas reuniones prolifera el supuesto don de lenguas..., y un largo etcétera de engaños con que el demonio desvía a los pobres fieles del recto camino de la santificación y salvación.
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Al analizar el don de la gracia, establecen los teólogos muchas divisiones y subdivisiones. Y así hablan de la gracia increada y de la creada, de la gracia habitual y de la actual, de la eficaz y de la suficiente, de la preveniente, operante y concomitante, etc.

De todas estas divisiones y subdivisiones hay una que debemos destacar para comprender el pasaje de San Pablo. Es la que divide la gracia, por razón del fin a que se ordena, en gracia gratum faciens y gracia gratis data.

La gracia gratum faciens es la gracia habitual o santificante, y tiene por objeto establecer la amistad sobrenatural entre Dios y nosotros.

La gracia gratis data, en cambio, tiene por objeto inmediato o directo, no la propia santificación del que la recibe, sino la utilidad espiritual del prójimo.
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Santo Tomás, en el maravilloso artículo que dedica a la exposición de las gracias gratis dadas según la clasificación de San Pablo, la ordena y explica con una maestría genial.

Dice así:

La gracia gratuitamente dada tiene por objeto hacer que quien la recibe ayude a otros a encaminarse a Dios.

Esta ayuda no la puede prestar el hombre mediante mociones interiores, que son exclusivas de Dios, sino sólo mediante la acción exterior de la enseñanza y de la persuasión.

De aquí que, bajo el concepto de gracia gratis data, se comprende todo aquello que el hombre necesita para instruir a otros en las verdades divinas que sobrepasan la razón.

Ahora bien, tres son las condiciones que para esto ha menester:

Primera, un conocimiento adecuado de estas verdades divinas, que le permita enseñarlas a los demás.

Segunda, la posibilidad de confirmar o probar lo que dice, sin lo cual su enseñanza sería ineficaz.

Tercera, la capacidad de expresar apropiadamente su pensamiento a los oyentes.
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1ª) Para un conocimiento adecuado de estas verdades divinas, que le permita enseñarlas a los demás, se requieren, a su vez, tres cualidades, al igual que para el magisterio humano.

a) Porque quien ha de instruir a otro en una ciencia debe ante todo tener plena certeza de los principios de esa ciencia. Y para esto pone el Apóstol la «fe», o certeza de las verdades invisibles, que son los principios sobre los que descansa la doctrina católica.

b) Debe, en segundo lugar, inferir correctamente las principales conclusiones de su ciencia. Y a esto responde el «hablar con sabiduría», donde por sabiduría se entiende el conocimiento de las cosas divinas.

c) Necesita, finalmente, buen acopio de ejemplos y conocimiento de los efectos que sirven a veces para esclarecer las causas. Y a esto se ordena el «hablar con ciencia», es decir, con conocimiento de las cosas humanas, pues lo que es invisible en Dios se hace visible por las criaturas.
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2ª) Para confirmar lo que se enseña, si se trata de verdades racionales, se recurre a los argumentos; pero cuando se trata de verdades superiores a la razón y reveladas por Dios, hay que confirmarlas mediante manifestaciones del poder divino.

Lo cual puede ocurrir de dos maneras:

a) O haciendo lo que sólo Dios puede hacer, mediante obras milagrosas que se proponen, ya sea la reparación de los cuerpos, y a esto se ordena la «gracia de las curaciones»; ya sea la simple manifestación del poder divino, como cuando se detiene o se oscurece el sol o se dividen las aguas del mar, y para esto está el «poder de obrar prodigios».

La gracia de las curaciones queda distinguida del poder general de hacer milagros, porque entraña una eficacia especial para conducir a la fe, ya que quien recibe el beneficio de la salud corporal en virtud de la fe se siente particularmente inclinado a abrazarla.

b) O bien, revelando lo que sólo Dios puede conocer, ya sean los futuros contingentes, y para esto se pone la «profecía»; ya sean los secretos de las conciencias, y para esto está el «discernimiento de espíritus».
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3ª) Finalmente, la facultad de expresarse requiere ante todo hablar un idioma que pueda ser entendido, y para esto está el «don de lenguas»; y exige además aclarar el sentido de lo que se dice, y a esto se ordena la «interpretación de lenguas».

Hablar diversas lenguas e interpretarlas revisten a este respecto una fuerza de persuasión particular, y ésta es la razón de que tengan un puesto especial entre las gracias gratis datas.
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Expliquemos brevemente cada una de estas gracias.

a) La Fe.

Es evidente que la fe, en cuanto gracia gratis dada, no es la virtud teologal por la cual nos adherimos a las verdades reveladas.

Según Santo Tomás, se trata de una certeza sobreeminente de la fe que hace capaz a quien la tiene de proponer y persuadir a los demás las verdades que ella nos enseña.

Dice el Santo Doctor: La fe no se enumera aquí entre las gracias gratis dadas en cuanto que es una virtud que justifica al hombre en sí mismo (la fe teologal), sino en cuanto importa cierta sobreeminente certeza en la fe, que hace al hombre apto para instruir a los otros en las cosas pertenecientes a la fe.

En este sentido, la gracia de la fe se debe a una iluminación milagrosa del espíritu, secundada por una palabra lúcida, ardiente y fácil, que lleva la convicción a los demás. Esta gracia gratis dada consiste en un acto, en una moción actual y transitoria del Espíritu Santo, de la que resulta el don sobrenatural de la elocuencia.
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b) La Palabra de sabiduría.

La sabiduría se toma aquí por un conocimiento sabroso de las cosas eternas, lo mismo que en el don del Espíritu Santo del mismo nombre. Pero se distinguen en que el don de sabiduría es un gusto experimental de las cosas divinas percibido tan sólo por el alma que lo experimenta, mientras que la sabiduría gracia gratis dada es la aptitud para comunicar a los demás por la palabra de manera que les instruya, deleite y conmueva profundamente.

Este es el carisma propio y característico de los apóstoles y el que resplandecía en ellos con preferencia a todos los demás de que estaban adornados.
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c) La Palabra de ciencia.

La ciencia es la gracia que propone y hace gustar al alma las verdades divinas por medio de razonamientos, que muestran su armonía y su belleza, y por medio de analogías y ejemplos tomados de la naturaleza, que ayudan a entenderlos.

Es la facultad de comunicar y demostrar las verdades de la religión cristiana de tal manera, que todos, aun los más rudos, puedan entenderlas y retenerlas.

Entre la gracia gratuita de ciencia y el don del mismo nombre existe la misma relación que entre la gracia gratuita palabra de sabiduría y el don de sabiduría. El don es para el alma que lo recibe, la gracia gratuita es para la instrucción y edificación del prójimo. Santo Tomás lo enseña de este modo:

La sabiduría y la ciencia aparecen enumeradas entre las gracias gratis datas y entre los dones del Espíritu Santo.

En cuanto dones, su razón de ser es la de tornar la mente del hombre dócil a los impulsos del Espíritu Santo en todo lo referente a la sabiduría y a la ciencia.

En cambio, como gracias gratis datas, comportan un grado particularmente elevado de ciencia y sabiduría, merced al cual su depositario se encuentra capacitado no sólo para juzgar con rectitud por sí mismo de las cosas divinas, sino también para instruir a otros y refutar a los contradictores.

Por eso entre las gracias gratis datas se enumera expresamente el «hablar con ciencia» y «con sabiduría», porque, como dice San Agustín, una cosa es saber simplemente lo que se ha de creer para alcanzar la vida eterna, y otra saber servirse de estas mismas luces para ayudar a las almas piadosas y para defenderlas de los impíos.

Este carisma palabra de ciencia solían tenerlo comúnmente los doctores, de que habla el Apóstol después de nombrar a los apóstoles y a los profetas. Los doctores eran distribuidos en la primitiva Iglesia por las ciudades y aldeas; allí residían, y tenían la facultad de explicar de una manera apta y conveniente a los catecúmenos y neófitos las verdades de la fe cristiana.
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d) El Don de curaciones.

Esta gracia comprende e incluye los hechos milagrosos que tienen por objeto la salud corporal. Es la facultad de curar las enfermedades de un modo que supera las fuerzas naturales. Es una de las formas del don de milagros (operaciones de milagros); pero esta forma merece mención especial en atención a la preferencia que para el hombre tienen las cosas pertenecientes a su propio cuerpo con relación a la de las simples cosas exteriores.

Puede señalarse todavía otro nuevo matiz diferencial: el don de curaciones tiene por objeto conferirnos el beneficio de la salud corporal, mientras que el de operaciones de milagros se dirige, ante todo, a la manifestación de la gloria de Dios y a confirmarnos en la fe.

Para Santo Tomás, el don de curaciones se enumera aparte, porque con él se confiere al hombre el beneficio de la salud corporal, además del beneficio común que se muestra en todos los milagros, o sea que los hombres vengan en conocimiento de Dios.

Según lo Salmanticenses, se divide la gracia de los milagros en don de curaciones, cuando se hacen los milagros en provecho de nuestra salud y vida corporal; y en operaciones de milagros, cuando se limitan a manifestar la divina omnipotencia confirmando con ello la fe.
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e) El Don de milagros.

Esta gracia se entiende comúnmente del don de milagros en el orden físico, con el que se relaciona, como la especie al género, el don de curaciones, del que acabamos de hablar.

Abarca, pues, todas las derogaciones de las leyes de la naturaleza, realizadas sobre el hombre o las otras cosas sensibles, ya sea para convencer de la realidad de la doctrina, ya para manifestar el poderío de la santidad.

Privilegio glorioso que posee tan sólo la Iglesia de Jesucristo como testimonio irrefragable de su celestial origen y de su misión divina.

El texto griego de la epístola de San Pablo pone en plural estas dos últimas gracias; con lo cual insinúa claramente que estos dos carismas deben ser considerados como dos géneros, que incluyen debajo de ellos varias especies diferentes.

De tal manera que los que estaban adornados con estos carismas no sanaban todas las enfermedades ni producían toda clase de milagros, sino únicamente aquellos para los que el Espíritu Santo les daba virtud especial. De forma que para las diversas enfermedades y distintas especies de milagros se requerían diversos y distintos carismas.
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f) La Profecía.

Al estudio de esta gracia, una de las más importantes entre las gratis dadas, dedica Santo Tomás cuatro grandes cuestiones, y alude a ella en casi todas sus demás obras.

Según Santo Tomás:

La profecía es un fenómeno de conocimiento. Es un milagro intelectual que abarca un doble elemento: un conocimiento intelectual sobrenatural y la manifestación de ese conocimiento.

A este don le pertenece propiamente la revelación de los futuros contingentes. Como estos escapan en absoluto a toda previsión humana, es imposible que tenga una causa puramente natural. Sólo puede verificarse por divina revelación.

El demonio no puede ser la causa de una profecía propiamente dicha, porque el conocimiento de los futuros contingentes trasciende y rebasa las fuerzas del entendimiento angélico, siendo propio y exclusivo de Dios.

Sin embargo, los falsos profetas, inspirados por el demonio, dicen a veces alguna verdad. Ya porque es imposible un conocimiento totalmente falso sin mezcla alguna de verdad, ya por especial disposición del Espíritu Santo.
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g) La Discreción de espíritus.

Es la facultad de distinguir los verdaderos de los falsos profetas; el espíritu bueno, del malo; las inspiraciones de Dios, de los engaños del demonio; las mociones de la gracia, de los simples movimientos de la naturaleza.

Este don de discreción de espíritus se confería ordinariamente, en la primitiva Iglesia, junto con el don de profecía; de tal forma, que la exhortación de un profeta era juzgada por los demás profetas en virtud de su don de discernimiento. La discreción de espíritus debe considerarse, pues, como un complemento de la profecía para precaver sus peligros.

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h) El Don de lenguas.

Es la glosolalia, que se presenta bajo diversas formas.

Consiste ordinariamente en un conocimiento infuso de idiomas extranjeros sin ningún trabajo previo de estudio o ejercicio.

El prodigio se verifica en el que habla o en los que escuchan, según que se hable o que se entienda una lengua hasta entonces desconocida.

Pero, a veces el milagro toma un carácter todavía más maravilloso: mientras el orador se expresa en un idioma extranjero, los oyentes le escuchan en el suyo propio, completamente diferente. También, lo que es todavía más prodigioso: hombres de diversas naciones escuchan, cada uno en su propio idioma, lo que el orador va diciendo en uno solo completamente distinto.

Esta glosolalia alcanzó su máximo exponente en la mañana de Pentecostés cuando los apóstoles empezaron a publicar en diversas lenguas las grandezas de Dios

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i) La interpretación de lenguas.

Este don fue en la primitiva Iglesia un complemento del anterior.

Ocurría con frecuencia que las palabras proferidas mediante el don de lenguas no eran entendidas por los oyentes, por realizarse el fenómeno sólo en el que hablaba. De donde se hacía necesario otro don para interpretar aquellas palabras extrañas.

Consistía, pues, este don en la facultad de exponer en lengua conocida las cosas proferidas en lenguas extrañas mediante el don de lenguas.

Esta facultad acompañaba a veces al mismo glosólalo; otras veces la recibía alguno de los presentes súbitamente inspirado por el Espíritu Santo.

Los que poseían este carisma solían llamarse intérpretes, y su oficio era interpretar a los glosólalos.
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Tales son las maravillosas manifestaciones gratuitas del Espíritu Santo tal como las concebía el Apóstol.

Sólo Nuestro Señor Jesucristo las poseyó todas por modo eminente y en forma de hábitos permanentes que podía usar a su arbitrio.

En los Santos no se encuentran sino con reservas y alternativas; nunca o rarísima vez en forma habitual.
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Para concluir, recordemos que los fieles, en general, gozan de todas las gracias de estado para ser fieles a sus compromisos de bautizados y confirmados.

Más en particular, los padres de familia tienen a su disposición todas las gracias del Sacramento del matrimonio y las gracias actuales para defender su fe y las de sus hijos.

Contra estos deberes de estado, y puesta la fe y la salvación en peligro, ¡no vale la gracia de estado de ningún clérigo pusilánime, sirviente de los ídolos mudos!
En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema sea Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo.

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