jueves, 30 de septiembre de 2010

Crónica nacional

PAPELÓN INÉDITO
          
Estropicio
   
Alguna propensión judía frente al siniestro de la AMIA es entendible; pero viniendo de quien ejerce la Primera Magistratura ya resulta inaceptable, al comprometer la seriedad de la nación y las relaciones con un país amigo. Sea por falta de reflexión o por intereses extraños, es lo actuado por la doctora Cristina F. W. de Kirchner ante las Naciones Unidas. Al ocurrírsele nada menos que proponer un brinco judicial jamás imaginado en el Derecho de Gentes, buscando negociar un tribunal ajeno para que se aboque al juzgamiento de una cuestión estrictamente local. Más bien un disparate  urdido por alguien para descolocar al Irán, ya embarrado de arriba en el caso de la AMIA. Pero antes que la supina ignorancia, sorprende el desenfado de ostentar —en el templo máximo de la Democracia— las facultades dictatoriales harto practicadas aquí. Por el estilo de la negativa de extraditar al terrorista Galvarino Apablaza; la despenalización del terrorismo subversivo local y la penalización implacable de su rechazo. O, en fin, la tolerancia condescendiente de las dádivas espectaculares –denunciadas por el diario “La Nación” (26.9.10)- a través del préstamo de autos de lujo para uso de la alta Nomenclatura.
        
Alerta
        
Pero lo más grave de este caso, ha sido la advertencia de personajes insospechables sobre el inaudito juicio de la AMIA, donde se han perpetrado atropellos desconocidos en el historial de la Justicia. No solamente las maniobras descabelladas para imponer un culpable, sino también los increíbles acompañamientos. Basta recordar la denuncia de figuras muy significativas de la comunidad judía, que supieron acusar tamañas iniquidades. Y nada más impresionante que la advertencia de un famoso periodista también judío en “Página/12”. Señalando el riesgo de que la inculpación a Irán fuera utilizado por Estados Unidos como “casus belli” para iniciar el ataque a aquel país con armas nucleares. También descalificando como “endeble” al dictamen del fiscal Nisman —activador de Interpol— “acordado entre organismos de inteligencia de Estados Unidos y de la Argentina”. Más la denuncia de que la agudización del entredicho contra aquella nación, respondía a exigencias de una lobbysta española del gobierno israelí y a las organizaciones comunitarias judías de Buenos Aires… Rubricando patéticamente: “¡Que el primer misil estadounidense arrojado sobre Irán pudiera llevar en la nariz saludos de Buenos Aires sería el más grave error, de consecuencias bien previsibles!” (cfr. “Página/12” del 23 de septiembre de 2007).
Lobby en acción
        
Ahora la noticia destaca una entrevista en EEUU, de la Presidenta y Eliot Engel -puntal del “lobby judío” (sic), “cuya prédica contra Irán encuentra la mayor sintonía con Cristina” (cfr. “La Nación” 25.9.10, pág.13).
               
No cabe la menor duda, todo está establecido. Desde hace rato…
         
Casimiro Conasco
            

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mirando pasar los hechos

MEJORANDO EL ACERO
                                                        
“Los obispos proponemos mejorar la calidad de la democracia”
Monseñor Jorge A. Casaretto,
Pte. de Pastoral Social
(“La Nación”, 5/9/10)
                                                               
Agonía
              
Proliferan los crímenes impunes junto a la exaltación de los delincuentes, ladrones públicos exhibicionistas ostentan sus lujos (cfr. “La Nación” del 26 de septiembre de 2010) burlándose en las narices de la indigencia hacinada en rebosantes villas miseria. La profusión de la droga, la incitación de las peores pasiones y la inmoralidad pública como sistema, retratan la decrepitud política. Se promueve el infanticidio y el aborto, estallan los escándalos judiciales, impera la perversión educativa, la “igualdad matrimonial” de la degeneración sexual, la mentira histórica obligatoria. Todo junto a la cretinización de las masas. Consecuencias en suma del manejo criminal de la Democracia.
        
Con el mayor respeto, desconcierta que en presencia de semejante descalabro político —atisbándose ya la disolución de la Patria a causa de esta “democracia”— se busque mejorar “la calidad de la democracia” (cfr. “La Nación” del 5 de septiembre de 2010, pág. 16). Un empeño tan saludable como el de mejorar el acero para facilitar el degüello. Precisamente después de motorizar casi un decenio la inefable “Mesa del Diálogo” como panacea de la salud democrática. Aquel instrumento que acompañó la persistencia del régimen, cuando la voz del pueblo exigía “que se vayan todos”. “Diálogo” enmudecido cada vez que debió hablar. En verdad sorprende que no se advierta la absoluta inhabilidad para la política terrenal…
              
Juan E. Olmedo Alba Posse
Septiembre de 2010
                 

martes, 28 de septiembre de 2010

Eclesiásticas

BERGOGLIO:
LA TRAICIÓN QUE NO CESA
   
Ha tomado conocimiento  público una noticia, según la cual, el próximo martes 28 de septiembre, en el Auditorio San Ignacio de Loyola de la Universidad del Salvador, tendrá lugar el XI Encuentro Arquidiocesano de Niñez y Adolescencia.
               
Hablarán en el mismo Monseñor Eduardo García, los presbíteros Ernesto Salvia, Gustavo Carrara y Pedro Bayá Casal. El mismísimo Cardenal Primado, Jorge M. Bergoglio, tendrá a su cargo una disertación alrededor del tema “Proyectando la patria hacia una nación sin excluidos”; y a modo de cierre se anuncia textualmente en el programa la actuación de “la murga Padre Rodolfo Ricciardelli, de la parroquia Madre del Pueblo, del Bajo Flores”. Para quien no lo sepa, el Diccionario define una murga como una compañía de músicos malos, que molestan con palabras o acciones impertinentes; y no ya el sabio lexicón sino la elemental memoria, define al cura Ricciardelli como uno de los capitostes del marxismo clerical nativo.
               
El hecho no pasaría de ser una expresión más de la manada progresista, si no lo agravaran dos factores. El uno, la presencia estelar de Eugenio Zaffaroni, de inverecunda militancia en las huestes de la sodomía, y partidario explícito de cuantas degeneraciones caben en el orden moral. Y el otro, el patrocinio que de tal Encuentro Arquidiocesano hacen entidades como YMCA Asociación, Unicef  o el Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires. La primera —oportunamente denunciada como sociedad filomasónica por el Padre Röttjer— fue condenada por la Santa Sede en 1920, en tiempos de Benedicto XV. La segunda se enrola claramente en pro de la cultura de la muerte, repudiada por Juan Pablo II en la Evangelium vitae, de 1995; y el Ministerio, obviamente, es una de las redes cloacales del macrismo, desde el cual, por ejemplo, se sostiene abiertamente la perspectiva del género. La misma que reprobara la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en su Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, del año 2004.
               
De modo que una vez más en su carrera sin quicio, el Cardenal Primado humilla a la Iglesia, auspicia el error cuanto el pecado público, se exhibe en ostentoso maridaje con los protervos y se rodea de los enemigos declarados de Dios y de la Patria. Le caben con entera propiedad los dicterios evangélicos dirigidos a los pastores devenidos en mercenarios. Y el lamento trágico del profeta Nahun: “tus funcionarios son como la langosta, como un enjambre de insectos que se posan sobre los cercos en un día de frío […] tus pastores están dormidos” (Nah. 17-18).
               
Comentando el Evangelio de San Juan, Santo Tomás distingue entre el buen y el mal pastor por una triple diferencia. En cuanto al fin, porque el malvado no anhela la salvación del rebaño. En cuanto a los cuidados, porque no tiene solicitud por las ovejas. Y en cuanto al afecto, porque descastado del amor verdadero, huye cuando viene el lobo, si no es que él mismo lo aproxima aviesamente a la grey.
               
Quienes todavía dudan de si nos es legítimo atacar al Primado, porque suponen que proceder de tal modo es alimentar a los enemigos de la Iglesia, sepan de una vez por todas que no hay enemigo peor y más sedicioso que el pastor traicionero y felón. Aquel al que San Agustín, en su Sermón sobre los Pastores, llama despectivamente foenus custos. Algo así como un guardián de paja, un espantapájaros colocado en los viñedos, sin poder evitar que las prefiguradoras y turgentes uvas sean roídas por las alimañas.
         
Es hora de preguntarse, seriamente —por éste y por tantísimos hechos penosos que venimos denunciando durante largos años— si el Cardenal Bergoglio no es el prototipo del mal pastor, al que  los súbditos estamos obligados a desenmascarar y aún a desobedecer. Porque a causa de sus múltiples desaguisados se ha expuesto a la reprensión divina, según explica la Regla Pastoral de San Gregorio Magno. Y es hora de pedirle al Santo Padre con amor y dolor filial, que —si no quiere quedar respaldando a quienes no merecen la confianza de la Iglesia— aplique de una vez el fortísimo y justiciero remedio paulino: “¡Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros!” (San Pablo, I Corintios 5, 9-13).
               
Entretanto, recemos por los niños y adolescentes. Para que no los alcancen las enseñanzas que sobre ellos,  y con el respaldo de la Arquidiócesis de Buenos Aires, volcarán impunemente los apóstatas, los masones y los degenerados.
               
Sí; recemos por nuestros niños y adolescentes, y ofrezcámosle, no ya los grotescos sones murgueros que les entregan estos demagogos, sino los cánticos de júbilo, de alabanza, de gloria y de resplandor sagrado acuñados por la mejor tradiciòn católica y argentina.
    
Antonio Caponnetto
                  

domingo, 26 de septiembre de 2010

Sermones y homilías

DECIMOOCTAVO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


¡Levántate y anda!

El Evangelio de este 18º domingo después de Pentecostés presenta a nuestra consideración la curación milagrosa de un paralítico.

Ciertamente que, más allá del milagro en sí mismo, Nuestro Señor quiere darnos una lección espiritual, algo que sea provechoso para nuestra vida interior y para el adelanto en la perfección.

En la persona del paralítico de Cafarnaúm podemos encontrar materia para meditar y sacar enseñanzas sobre la parálisis espiritual…, es decir, sobre la tibieza.

En efecto, el alma tibia no avanza; se ha situado en la mediocridad; se encuentra sin fuerzas para adelantar; sólo le preocupa no caer; y para todo lo demás manifiesta un constante abandono… Está paralizada…

De esto resulta que es de suma importancia para nosotros analizar, considerar esta parálisis espiritual y meditar sobre ella y sus consecuencias. Tal vez estemos instalados en la tibieza y ni siquiera sospechemos cuál sea el estado de nuestra vida espiritual.

¿En qué consiste la tibieza? Según explican los Santos Padres y los maestros espirituales, la tibieza espiritual es una flaqueza o esterilidad del alma que, cansada de las cosas espirituales o atemorizada por las dificultades que se le presentan en el camino de la virtud, no procura avanzar, ni busca ni desea más la perfección.

Es un estado sin celo por parte de la voluntad, que se muestra apática, indolente y abandonada, que rehúye el esfuerzo y el sacrificio.

Es como una negligencia duradera, permanente, en el cumplimiento del deber propio, en el ejercicio de la caridad y de las virtudes.

Es una vida de piedad a medias, mediocre. Es un estado habitual en que uno quiere sacar el mejor partido de las ventajas de la vida espiritual, sin perder nada de las mundanas: disfrutar lo más posible en esta vida, sin perder la eterna.

Es un estado espiritual que, en general, se caracteriza principalmente por no tomar en serio el pecado venial; evitar justito el pecado mortal, y nada más. Exponerse a lo que sea, mientras no sea claramente pecado mortal.


Elementos constitutivos. Analizando más en concreto, podemos señalar los siguientes elementos de la tibieza:

a) Debilidad de la voluntad. Es lo más característico. El tibio nunca dice un verdadero, sino más bien un “quiero”“querría” Es una veleidad, pero no una voluntad.

El tibio todavía se impresiona cuando oye las verdades relativas a la salvación…, y propone…, mas después no se esfuerza por cumplir los propósitos y las resoluciones.

Lo más alarmante de la tibieza es que la voluntad no se esfuerza, y el alma queda, además, tranquila y como justificada de que tiene razón para no esforzarse.

Poco a poco, la voluntad se va haciendo débil por ceder en cosas pequeñas, sea por sensibilidad, sea por comodidad, sea por sensualidad… Pronto se llega a no ser exacto en cosas más importantes. Por fin se termina de modo que cualquier esfuerzo se hace pesado, y, entonces, se descuida todo.


b) Abandono de la oración. Al debilitarse la voluntad, se deja la oración. Se comienza por dejar lo supererogatorio, lo que nos habíamos impuesto más allá de lo obligatorio y necesario. Luego se omite lo más dificultoso…; ya no se medita…; las oraciones diarias se dicen por rutina hasta ser abandonadas…; se espacía la Confesión hasta que se la deja…; lo mismo ocurre con la Comunión… Y por fin, pasan temporadas enteras sin tener relación y trato con Nuestro Señor. El tibio no sabe lo que son las alegrías hondas de la unión con Dios; el gozo y tranquilidad de una consciencia recta y pura.


c) Falta de examen de conciencia. Es típico del tibio el examinarse de paso y superficialmente, sin dolor ni propósito de enmienda.

El tibio tiene miedo de reconocerse paralítico. El panorama de su vida no es tan halagüeño y triunfante como él pondera en sus teorías. Tiene en el fondo una honda tristeza, un hondo vacío interior. Su superficialidad, activismo, ansias de noticias, viajes, conversaciones, no son más que recursos para desviar la atención de sí mismo para no ver el vacío.


Las causas. Entre las causas de la tibieza podemos señalar la rebeldía de las pasiones mal mortificadas y el horror a las dificultades inherentes a la práctica de la virtud.

La causa de esta enfermedad está clara: consiste en haber abandonado la vida mundana, pero sin haber mortificado los afectos desordenados; los cuales, como están vivos, se ceban y se sustentan en las cosillas del mundo y sin las cuales parece que no se puede pasar esta vida.

Tras esto entran las distracciones, los cuidados, los temores, las pretensiones y codicias, y todas las demás espinas que acompañan los bienes de este mundo.


Graves peligros. Jugando con fuego, uno se quema. Cuando uno se pone a llegar al máximo de la elasticidad, se rompe la cuerda y se cae al abismo.

La tibieza conlleva grandes y graves peligros.

a) El primer lugar lo ocupa el de regresar a la vida mundana que se llevaba antes de la conversión, porque haciéndose desabrida e impracticable la senda de la virtud, se retrocede y se vuelve pronto al camino abandonado.

En la vida espiritual, enseñan los maestros, si no se avanza, se retrocede.


b) El segundo peligro para el tibio es el de perder todo lo bueno que ha hecho en su vida pasada, a la par de méritos escasos o nulos en el presente, que hacen la vida inútil.

Marcharse de este mundo con las manos vacías; con lo cual el proyecto propuesto sale completamente al revés: ni saca partido del mundo, ni de la vida religiosa; sufre humanamente y sin mérito alguno sobrenatural.


c) El tercer peligro es el de caer en pecados graves, perder la gracia de Dios e incluso la esperanza de la salvación, cayendo en la desesperación.

Se empieza con escrúpulos, que duran poco. Viene luego el atrevimiento en afrontar ocasiones peligrosas. Le siguen caídas dudosas. Más tarde comienzas las caídas claras pero ocultas. Y se remata inevitablemente con las caídas descaradas y escandalosas.

La tibieza de tal forma modifica la conciencia que muchas veces hasta los pecados graves se consideran como pequeñeces sin importancia e insignificantes.

La experiencia enseña cómo las almas no bajan de un salto y súbitamente del fervor al pecado mortal, sino que lo hacen gradualmente, a través de una vida tibia. Goteras que van reblandeciendo los muros y hunden la casa. Nadie se hace pésimo de repente.


¿Qué piensa Dios del tibio? Échase de ver cuánto aborrece Dios la tibieza por algunas expresiones de la Sagrada Escritura.

En el capítulo tercero del Apocalipsis mandó Dios advertir al obispo de la iglesia de Laodicea: No eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Mas por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, estoy pronto a vomitarte de mi boca.

¡Ojalá fueras frío o caliente!… O abiertamente malo, o del todo bueno… Pero por cuanto eres tibio, y con esto pones más obstáculos a mi gracia y empeoras con lo mismo con que debías curarte, empezaré a arrojarte de mi boca, porque has llegado ya a darme náuseas con tu vida.

Y en el capítulo segundo del mismo Apocalipsis, dice al obispo de la iglesia de Éfeso: Tengo contra ti que has perdido el fervor de tu primera caridad. Recuerda, pues, de qué altura has caído y arrepiéntete y haz de nuevo tus primeras obras, porque si no vengo a ti y moveré de su lugar tu candelero.

Es decir: tengo contra ti este cargo: que has dejado aquel tu primer fervor y caridad; ya no eres el que solías ser, el fervoroso, el piadoso, el diligente en mi servicio, fiel en las cosas pequeñas, laborioso, infatigable.

Ya no rezas como antes, ya no te preparas como antaño para confesarte o has abandonado la confesión, ya no comulgas con la frecuencia y la piedad con que lo hacías hace unos años, ya no prolongas tu acción de gracias, ya no combates contra el pecado y los defectos… ¡Cuán cambiado estás! ¡Cuánto me alegrabas y cuánto te amaba Yo! ¡Cuánto me disgustas ahora!


Remedios. Quien haya caído en tan miserable estado de tibieza, ¿qué debe hacer? ¿Cómo saldrá de semejante peligro?

Cierto es que es muy difícil ver al alma tibia recobrar el primitivo fervor… No es fácil la cura cuando uno ha llegado a una tibieza avanzada. Es más fácil que se convierta un pecador que tuvo caídas graves de apasionamiento, a que un tibio salga de ese estado de abulia, dejadez, pasividad, somnolencia.

Mas también es cierto que el Señor dijo que lo que los hombres no pueden, puédelo Dios. Muchas veces manda Dios al tibio una sacudida violenta para despertarlo: una enfermedad, un serio disgusto, una humillación, una situación heroica. De este modo se ve forzado a reaccionar o apostatar.

El que ruega y emplea los medios a ello conducentes, presto alcanza lo que desea.

La inapetencia no se cura dejando de comer; al contrario, comiendo; aunque sea a la fuerza; ya irá entrando poco a poco el apetito.

El tibio se ha de resolver a cumplir todas sus obligaciones, aunque sea con desgana. El gusto espiritual irá entrando con el ejercicio, y Dios premiará con ello el esfuerzo.

Cinco son los medios o remedios para salir de la tibieza y adelantar en la perfección, a saber: desear la santidad, resolverse a ello, la oración vocal, la meditación y la Confesión y Comunión frecuentes.


a) desear la santidad: ¿qué tengo que hacer para ser santo? Desearlo.

Firme resolución. “Los deseos del perezoso lo matan”. Estar dispuestos a morir antes que cometer un pecado deliberado. Determinarse a escoger el mejor medio.


b) resolverse a ello: lo más importante es atacar de frente al egoísmo, columna vertebral de la tibieza.

Cuantos más actos de abnegación y sacrificio realice el tibio, más irá venciendo la tibieza. La actitud pasiva infecunda, típica de la tibieza, de ningún modo se ataca mejor que con una decidida iniciativa de vencerse y dominarse.


c) la oración vocal: oración intensa y perseverante, de cada día e incluso muchas veces al día.

Es aconsejable hacer como en la cocina: guisar con condimentos distintos las comidas de siempre; es decir, saber combinar los distintos elementos de que hacemos uso en la vida de oración, para que la monotonía no seque el esfuerzo.

Como ejemplo, diferentes modos de seguir la Santa Misa, diversas lecturas, distintas intenciones y motivaciones de nuestras oraciones y actos.


d) la meditación: la tibieza puede convivir con la oración vocal, con la Confesión y con la Comunión; pero no hay convivencia posible entre tibieza y meditación, o se deja una, o se abandona la otra.


e) la Confesión y Comunión frecuentes.


Conclusión: Para concluir, una pregunta: el “levántate” que hizo andar al paralítico, ¿qué ha conseguido en mi alma?

Es cierto que el “levántate” de aquel milagro ha llegado más de una vez a mis oídos en los buenos ratos que siguen a una lectura, una meditación, una prédica, una buena confesión, una comunión…

Pero también es cierto que después he seguido tullido o cojeando, con una vida de frecuentes caídas y recaídas, o me he vuelto a dormir en el sueño de la tibieza.

¡Qué diferencia entre el paralítico del Evangelio y mi vida espiritual!

Allá, al “levántate” de la misericordia y del poder divino dicho una sola vez, respondió el hombre con el salto de su curación radical y de su vida nueva.

Aquí, al “levántate” del divino amor paciente, repetido tantas veces cuantas horas tiene el día, respondo unas veces con el bostezo del perezoso, otras con el encogimiento de hombros del indiferente, cuando no con nuevas ofensas e ingratitudes.

Y sin embargo, sin levantarnos, nada podemos hacer, ni en la obra de Dios, que es su gloria, ni en la obra nuestra y del prójimo, que es nuestra santificación y salvación.

A la luz de esta consideración tan rudimentaria hemos de ver la causa de la infecundidad de no pocas acciones y empresas nuestras. El secreto de esa infecundidad está en que los que así obramos, nos empeñamos en practicar este contrasentido: andar y hacer andar sin levantarnos de la tibieza o del pecado…


¡Levántate y anda!

¡Hemos de empezar por levantarnos!

Y entonces, sí, al ver esto, las gentes temerán y alabarán a Dios, que da tal poder a los hombres…

Y de este modo no sólo caminaremos nosotros, sino que también haremos caminar a los que Dios ha puesto a nuestro cuidado.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Editorial

LOS TRES MALES
                        
Una clásica enseñanza de la filosofía realista nos permite distinguir entre el bien honesto, el útil y el deleitable. Puede identificarse al primero con la virtud, con lo que es digno de alabarse por sí mismo, desposeído de todo cálculo, provecho o interés subalterno. A él se dirigen los esfuerzos de los óptimos, aclarará Cicerón. Mientras que el bien útil tiene carácter de medio, de instrumento o herramienta necesaria. Y si no quiere caerse en el vulgar pragmatismo, ha de guardar subordinación al primero desechando las alternativas ilícitas. La complacencia al final del viaje recto y virtuoso, es el bien deleitable.
    
Lo que se nos impone hoy en nombre de la política —dándole al término se acepción más abarcativa— es exactamente la negación de estos bienes. Ya no pecados aislados manifiestan los hombres públicos en el ejercicio de sus funciones, sino vicios sórdidos y estables, lacras infames exhibidas con desvergüenza e insolentemente cultivadas, culpas propias del relapso, esto es, de quien no quiere enmendarse y medra con la malicia. Analogada con las heces —mas sin el eufemismo que el recato impone— la dirigencia vernácula ha sido al fin nombrada con exactitud, por alguien que tiene ciencia empírica en la materia. Y si todo la convierte en tan hedionda sustancia, no es lo menor su pérdida absoluta del patriotismo, su congratulación ante la dependencia, su servilismo inescrupuloso, su complicidad con el invasor, y ese afán indigno de reclinarse ante las plantas de los usureros internacionales, como ha venido a confirmarlo el reciente pacto fiscal, de un modo tan oprobioso cuanto evidente.
    
Estamos pues ante el mal de la deshonestidad, segador de todas las categorías posibles de la decencia.
    
Mas podría suponer alguien —con equívoca filosofía— que careciendo de honestidad, los tales políticos y gobernantes se han abocado al menos a la consecución de utilidades, expresión ésta que podría constituirse en una versión algo más atildada del consabido “roban pero hacen” con el que suele señalarse vulgarmente la conformidad con los corruptos eficientes. No hay ni puede haber nada de eso. A no ser para engrosar sus coimas, o asegurar el destino de sus sobornos, o calmar los requerimientos del amo financiero, o sobrevivir en sus cargos opulentemente rentados, o competir en las aventuras electorales, todos se han mostrado aquí y ahora escandalosamente ineptos, inidóneos, inhábiles e inservibles. Una verdadera coalición de nulos, que llaman gobernar a la dócil administración de la colonia que se les ha encargado, y que procuran convencerse recíprocamente de su condición de estadistas porque han sido nombrados suministradores de divisas a los titulares del Imperialismo Internacional del Dinero.
    
La recesión y el desempleo, los recortes salariales, los impuestos abusivos, la destrucción de nuestra moneda, el crecimiento desorbitado de la deuda externa, el derrumbe de las economías domésticas y aun de las pequeñas y medianas empresas, el malestar en todos los rubros de la actividad laboral, profesional y productiva, los desórdenes sociales alimentados por el terrorismo en avanzada, son nada más que síntomas de la enorme inservibilidad que los caracteriza. El Orden Mundial los contrata y a él le cumplen; los presiona y ellos acatan; los apisona y se convierten en sus felpudos; los apura y al unísono aceleran; los reta y ellos se sonrojan; los amenaza y les da el soponcio.
    
Fuera de tan lacaya destreza, estamos ante el mal de la inutilidad, y grave mal en este caso, puesto que lo inútil aquí reprobado no lo es por honesto u ocioso, que sería su gloria, sino por traición al elemental deber de asegurar de un modo práctico el bienestar de los ciudadanos. Profanan la metafísica de la patria tanto como derrumban su más vital organización física.
    
Faltos de honestidad y de utilidad, no podían sino resultar insoportables, desagradables e insufribles. Es el común de la gente el que ya no puede verlos, el que siente rechazo a sus palabras, desdén ante sus promesas, temor frente a sus iniciativas, hondo y creciente disgusto con sólo constatar sus apariciones públicas. Un disgusto cuyos nombres más sonoros y ciertos son asco y náusea, indisimulables ya, fuera de toda cortesía. Pero son el deleite del Banco Mundial, el dulzor del Wall Street, el encanto y el placer de la Casa Blanca, el sabroso y lisonjero fruto de ese árbol podrido de la plutocracia, como diría Hugo Wast.
    
Deshonestos, inútiles e insoportables: he aquí los tres males y el denominador común de quienes nos gobiernan. Los calificativos hechos a medida para juzgar a los políticamente correctos. Los nombres propios de esta estirpe execrable de demócratas, que se alternan en el poder para deshonor de la patria.
    
La Argentina necesita la honestidad de una política arquitectónica orientada al Bien Común Completo. Que supone el bienestar suficiente, pero ordenado por la virtud, y todas las virtudes esenciales y sustantivas encaminadas a la salvación. Porque los pueblos, como los hombres, no son sólo manojos de carne sepultable y corrompible, sino almas vocadas a la eternidad. Necesitan de la soberanía como del aire lozano que otorga frescor a la alborada; del señorío sobre sus posesiones y hasta sobre sus orfandades, como la cima del sol para relumbrar en el paisaje. Necesitan la preferencia del ser mejor —aun en el combate sin tregua— por sobre la decisión burguesa de vivir sin sobresaltos en la esclavitud consentida. Necesitan su historia y su misión, y no su presente ni el destino fijado por las multinacionales. Necesitan la Cruz para resucitar y no los clavos para morir.
   
Marechal ya nos dijo que esa cruz se entreteje de santos y de héroes. Todo es cuestión de encolumnar los trazos del madero, con una acción perseverante y sostenida. Para que nuestra horizontal no sea la molicie sino la marcha marcial y vigorosa. Para que nuestra vertical no sea la del arribismo, sino la de la ascensión. Entonces, con el encolumnamiento firme y orgánico de los patriotas, sobrevendrá el rescate. Será el tiempo de los bienes y el final de los deshonestos, inútiles e insoportables.
  
Antonio Caponnetto
                  

viernes, 24 de septiembre de 2010

Nuestra Cruz de idea y geometría

LA REACCIÓN QUE VINO DEL ESTE
                                                             
Bien  conocida es por todos, la exigencia planteada por una madre, al estado italiano, para que este retire un crucifijo de la escuela adonde concurría su hijo.
    
En realidad la mujer, una emigrante finlandés de apellido Lautsi comenzó las acciones judiciales en el 2002. La demanda recorrió los tribunales italianos, con resultados negativos, para aterrizar en el tribunal europeo de derechos humanos. A fines de 2009, la corte falló a favor de Lautsi, argumentando que el Estado está obligado a la neutralidad confesional en el campo de la educación pública dado que hay que preservar el pluralismo esencial —según ellos— para  una sociedad democrática.
    
Si entendemos bien, el tribunal quiere decir que para ser democrática una sociedad debe renunciar a su identidad religiosa.
   
Si  entendemos bien, quieren decirnos que esto es así porque, la nueva religión es la democracia.
   
Volvemos al tema de siempre planteado desde todos los escenarios imaginables. No hay verdad, todo es relativo y opinable menos claro está, la idea central del inmanentismo que dice que no hay sitio para Dios en la vida del hombre, ni de la sociedad.
   
Este caso es importante puesto que, lo que está en juego es nada menos que un símbolo en la lucha por establecer, o mejor dicho por reconocer la identidad cultural y religiosa de Europa.
   
Es decir, si el estado italiano siguiera las indicaciones de la corte debería actuar como si la sociedad y la cultura del país no tuvieran nada de religioso. No en vano la finlandesa cuenta entre otros con el apoyo de la liga de ateos racionalistas de Europa.
   
Pero la verdad es, como muy claro demuestran la tradición y la historia, que  un pueblo tiene una identidad y que esa identidad tiene una dimensión religiosa.
   
El estado tiene origen en nuestra naturaleza social de donde no surge para servirse del hombre sino para servir al hombre a alcanzar su destino trascendente.
   
Entendido en cambio de acuerdo a las ideas constructivistas laicistas el origen de la sociedad  no viene de esa naturaleza social, sino que es una creación transitoria que de acuerdo a las ideologías de moda o las circunstancias, podrá  cambiar lo que fuera, ya sea anulando el pasado, o “construyéndolo” de acuerdo a planes determinados o avanzando como en este caso sobre terrenos que le son ajenos. Es difícil no aceptar que un estado y en este sentido un pueblo, no es un concepto, no es una estructura neutral, no es una ONG.
   
Un estado es una consecuencia de un pueblo. De un pueblo con su historia y su identidad. Y la identidad colectiva se forma y se va determinando en torno a símbolos y usos sociales de diversa jerarquía, como las fiestas, los nombres de las cosas y del pasado, la manera de vestir, de hablar, de comer y claro está también mediante símbolos visibles, como el crucifijo en hospitales, escuelas, juzgados, etc.
   
Sumándose a estas corrientes anticristianas que cruzan el mundo, en nuestro país, la jueza Carmen Argibay propone en estos días retirar los crucifijos de los juzgados y lugares públicos.
   
Argibay desparrama fatigosamente sus odios. El primero de los cuales tiene a Dios como destinatario. Se trata, según sus declaraciones, de un ateísmo agreste y pendenciero, al que ha dedicado buena parte de su vida.
   
Algunos de los que la observamos desaforada, en tan desigual batalla, no dejamos de sentir cierta piedad por la jueza. Y lo decimos pensando que ha de ser  difícil y penoso moverse continuamente entre las dos nadas de su existencia,  la corte que es casi nada y la ausencia de  Dios que, aún no existiendo, la enfurece de tal modo…
   
Para que los hijos de Lautsi no vean un crucifijo ¡en Roma! ese supuesto derecho individual debe prevalecer sobre el derecho de todo un pueblo.
   
Para que Argibay no vea un crucifijo en la Argentina corramos a quitarlos. “Son —ya lo señalaba Soltzhenitsyn— las concesiones miopes de entregar y entregar con la esperanza de que el lobo, algún día, se saciará”.
   
Nadie dude que estos lobos nunca encontrarán  sosiego, porque el ateismo militante no es sino odio militante. Resulta ahora que de esta patria nuestra, cristiana desde siempre, habría que retirar los crucifijos porque alguien odia demasiado.
   
Están hablando de La Argentina fundada sobre la Cruz de Cristo, el territorio de la patria donde un 1º de abril de 1520 se celebró la primera misa en lo que hoy es Puerto san Julián. Esta misma patria donde más tarde Manuel Belgrano le recordaba a San Martín: “…usted es un general cristiano apostólico y romano… que no deje de implorar a Nuestra Señora de Mercedes,… cele V. de que en nada ni en las conversaciones más triviales se falte el respeto de nuestra Santa Religión.”
   
Ahora, gracias  a tan extrema manipulación de los términos y del sentido de las cosas han llevado al punto  en que en nombre de la libertad de religión se llega hasta negar la religión. De acuerdo al tribunal, la libertad religiosa ya no es un derecho esencial derivado de la dignidad singular de la persona humana, sino algo secundario que concede o quita o vigila el estado según le parezca porque en definitiva lo que hay que preservar no es el bien común sino “la neutralidad del estado democrático”.
   
Como bien dice Gregor Puppinick: “El verdadero centro de la cuestión en el caso Lautsi es la legitimidad de una autoridad supranacional que pretende modificar con imperio la dimensión religiosa de la identidad de un país”.
   
Lo cierto es que el fallo del tribunal provocó de inmediato la oposición de diez países: Armenia, Bulgaria, Chipre, Grecia, Lituania, Malta, Mónaco, Rumania, Federación Rusa, y San Marino. Estos, elevaron un memorial, invitando al tribunal a retractarse. Y Lituania estableció un paralelo entre la sentencia Lautsi y la persecución religiosa en la época soviética, en la que se prohibían los símbolos religiosos.
   
Pero después, otros diez países solicitaron al tribunal que se respeten las identidades y las tradiciones religiosas nacionales. Los gobiernos han insistido en que la identidad religiosa está en el origen de los valores y de la identidad europea  y son: Albania, Austria, Croacia,  Moldavia, Polonia, Eslovaquia, Servia, Ucrania.
   
Esas naciones, en definitiva están afirmando lo mismo que en La Ciudad Antigua escribe Foustel de Coulanges y con el la mayoría de los historiadores de la antigüedad: “la ciudad se fundó sobre una religión…”
   
En estas circunstancias, la veinte estados del este europeo han señalado que es conforme al bien común que Cristo esté presente en la sociedad. Es curioso observar como  los que pertenecían al mundo comunista son ahora los defensores de las raíces cristianas de la cultura y el occidente supuestamente libre quiere ignorarlas para aliarse al ateísmo inmanentista.
   
Tienen que saber desde ahora que en nuestra patria no quitarán un solo crucifijo. Ni San Martín, ni Belgrano, ni Quiroga, ni Güemes, ni Rosas, ni Giachino, ni de la Colina, ni Genta, ni Sacheri, ni aquellos pilotos de Malvinas que empezaban sus misiones rezando el rosario, ni ningún otro de los muchos héroes y mártires que tiene La Argentina católica consentirían  la sola enunciación de tal abominación.
   
Porque ahí están, ahí permanecen como tercos centinelas, hablándonos al oído con el argumento categórico de la sangre, sobre la hidalguía y la belleza viril del testimonio en defensa de Cristo y de la patria. ¿Habrá quien se niegue a escuchar esas voces sagradas?
   
Miguel De Lorenzo
      

jueves, 23 de septiembre de 2010

Rompiendo mitos

MONSEÑOR ANGELELLI:
TRAIDOR A CRISTO Y A LA PATRIA
          
“Es mercenario quien ocupa el puesto del Pastor,
pero no busca las ganancias de las almas”
(San Gregorio Magno)
        
Desde hace algún tiempo, y mediante sectores habitualmente indiferentes y hostiles a la Iglesia, se viene exaltando la figura de monseñor Angelelli. En la primer semana de este agosto, sin embargo, la campaña laudatoria ha llegado a su punto culminante con motivo del aniversario de su muerte. Un homenaje en la televisión oficial, varias acusaciones de asesinato lanzadas impunemente por los organismos defensores de terroristas, declaraciones apologéticas del peor gusto, una ceremonia religiosa en la que monseñor Wite lanzó una especie de candidatura del difunto a la beatificación, carteles y afiches callejeros declamando su condición de profeta y mártir, y, como epicentro, un acto recordatorio en la Federación de Box, en el cual, la sola nómina de los homenajeantes da la pauta de la naturaleza ideológica del homenajeado: Menem, De Nevares, Pérez Esquivel, Puigjané, Pagura, Fito Páez, Soledad Silveyra y otros devotos feligreses. La izquierda en pleno, parodiando una sensibilidad religiosa por la que no se caracteriza, mas exhibiendo un cinismo y una estulticia que la definen. Como el Don Guido del poema de Machado —mas sin el garbo castellano— la zurda se hizo hermana “de una santa cofradía” y berreó su paraliturgia endiablada a favor del occiso.
               
Que Angelelli descanse en paz, si es que a Dios, como decía Anzoátegui, le gusta a veces empeñarse a fondo. Que su accidente sea interpretado como quiera por los que no creen en los castigos de la Providencia, que la justicia pruebe y castigue si ha habido falta de cualquier índole; lo que no se puede tolerar es que se pretenda presentar con ribetes heroicos y cristianos una actuación que estuvo signada por la apostasía y el connubio con el marxismo, un ministerio que no sirvió a la Cruz ni a la Patria sino a los agentes de su demolición.
              
Porque a Angelelli lo conocimos bien. Nos hemos ocupado de él, en estas páginas, desde los lejanos días de 1973 en que los pueblitos de Anillaco y Aminga —entre otros— se levantaron contra el falso pastor y sus “barbudos”, como llamaban al curerío que lo secundaba. Historia larga e ilustrativa, para cuyos detalles remitimos a los números 8 y 14 de la primera época, pero que en síntesis nos muestran un hecho inequívoco: El obispo era declaradamente tercermundista; el tercermundismo era declaradamente socio de la guerrilla, el pueblo quería la Fe de sus padres y los actos cultuales que le son propios; el equipo angelelliano privó a la población de la asistencia espiritual, pero invadió La Rioja de erpianos, montoneros y agentes de la subversión cultural.
             
Angelelli fue bautizado como Satanelli por los paisanos, llevó a su diócesis a sacerdotes expulsos, suspendidos y renegados, protegió a otros implicados en tenencias de explosivos y capellanías de campamentos terroristas, se rodeó de los Danielian, Puigjané, Paoli, Hueyo, Raolini, Gill y andemáis exponentes del mester de herejía, persiguió a sacerdotes cabales como el Padre Ferreira, castigó inquisitorialmente a los laicos que se opusieron a sus planes, amparó a religiosas implicadas en tareas subversivas, maldijo —literalmente— a las comunidades que le volvieron la espalda y les negó los servicios sagrados, se entrevistó con Santucho no precisamente para llevarle el Santo Viático, estuvo ligado al Movimiento Internacional Pax —organismo de infiltración comunista en la Iglesia— desde la década del '60, traicionó en Córdoba a monseñor Castellano, formó una generación de partisanos desde su cargo ejecutivo en la JOC, recibió el apoyo de cuanta entidad izquierdista contaba con poder o propaganda, fue cómplice por encubrimiento y/o auxilio de operaciones insurreccionales, y en la guerra de la Nación contra el Marxismo, estuvo del lado de los invasores; estuvo del lado de los asesinos de Cristo; estuvo del costado materialista y ateo.
                
Hoy, aquellos a quienes tan eficazmente sirvió, son poder en la Argentina. Por eso disponen de todo el aparato necesario para reivindicarlo y echar más tierra aún a las Fuerzas Armadas Nacionales. Cuentan además, con el aliado de la desmemoria y de la ignorancia colectiva, con la hipocresía de los simuladores por conveniencia y con la imperdonable pusilanimidad de un Episcopado, incapaz de hablar sí, sí; no, no; incapaz de estar en contra de nada ni de nadie, incapaz de expulsar de su seno a los no pocos De Nevares, Hesayne y Novak que marchan de los fofos brazos de quien ha llamado cerdo al Sumo Pontífice.
               
Entre tanto, los verdaderos mártires de Cristo, los verdaderos profetas y maestros de la Catolicidad argentina, siguen desconocidos y ausentes de los homenajes públicos. Tampoco los necesitan. Desde la diestra del Padre aguardan impasibles, el momento de celebrar con nosotros la Victoria.
              
Alonso Quijano
(publicado en “Cabildo” nº 103, segunda época, año XI)
                

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Históricas

IDIARTE BORDA:
SANGRE DE DOS ORILLAS
 
En diciembre de 1958 Montevideo vivía la apoteosis política de Luis Alberto de Herrera.  Para cubrir ese acontecimiento llegó a estos pagos Juan Carlos Goyeneche, quien con su pluma llevaría a los lectores de “Azul y Blanco” las impresiones de la gira triunfal del “último Caudillo Oriental”.  Figura representativa del Nacionalismo argentino, Goyeneche se sentía en su casa, ya que esta Banda del Río Uruguay estaba impregnada por la sangre familiar, la que gustaba decir, “abarca los seres que pasaron, los augustos recuerdos y los recuerdos mínimos en los que se esconden la ternura y la fidelidad”.  Hasta su pseudónimo, “Diego del Plata”, expresaba la Unidad de la Patria Grande.
 
Habían sido sus padres don Arturo Goyeneche, Intendente de la Ciudad de Buenos Aires, y doña María Idiarte Borda, hija de don Juan Idiarte Borda Soumestre, Presidente de la República Oriental, fallecido al final de su mandato, víctima del único magnicidio que registra la historia uruguaya.  La siniestra conjura desembocada en el vil asesinato marcó espiritualmente a la familia del Presidente, que marchó hacia Buenos Aires negándose, por dignidad, a recibir algún tipo de pensión de los gobiernos que con signo batllista se sucedieron en los decenios siguientes.  “Diego del Plata”, en la nota que publicara en el citado periódico nacionalista, expresaba comentando la presencia del Dr. de Herrera y sus amigos en una Misa a la que llegaron “con humildad de cristianos viejos”: “¡Los tiempos nuevos!  Don Juan Idiarte Borda, el último Presidente que asistió a un Te Deum, cayó asesinado a la salida del Templo.  Desde entonces gobernó el Uruguay con mayor o menor virulencia el sectarismo masónico”.
  
El recuerdo era pertinente porque con el luctuoso acontecimiento se acentuaría el proceso laicista que se abatió sobre el Uruguay con la generación liberal del Montevideo europeísta que ostentaba como portaestandartes a José Garibaldi, Florencio Varela y Andrés Lamas.  Comenzaron a florecer entonces los mandiles masónicos formadores de una mentalidad que hostigaba, por considerar caduca, la íntima armonía entre la Iglesia y el Estado.  Avanzó la extranjerización del espíritu con una mentalidad en la que el poder público debía renunciar a toda función ministerial a favor de los fines de la Iglesia.

                
El ataque descatolizador estuvo coronado con éxitos tales como la secularización de los cementerios, la eliminación de los registros bautismales, el matrimonio civil obligatorio, y la reforma positivista de la educación con su escuela laica.  Esta última fue obra del “hermano masón” José Pedro Varela, integrante de la “noble familia” que en 1828 aconsejara el asesinato de Dorrego y más adelante impetrara las intervenciones extranjeras.
           
Estaba en pleno desarrollo la lucha contra el espiritualismo cuando, en marzo de 1894, la Asamblea General  eligió Presidente al Senador don Juan Idiarte Borda.  El décimotercer Jefe del Estado Oriental  llegaba al cargo en plena madurez, ya que había nacido el 20 de abril de 1844.  Hombre de sentimientos religiosos, los muestra a poco de su designación.  A este respecto decía “La Prensa” de Buenos Aires el 25 de marzo de 1894: “El Presidente visitó en la tarde de ayer, las iglesias de la ciudad, haciendo las estaciones de práctica (Jueves Santo).  Lo acompañaba su Edecán, el Coronel Pigurina”.  La valiente actitud no podía ser perdonada “en un país minado por el anticlericalismo”.  Aparecía en el horizonte un García Moreno uruguayo, y la carbonaria oposición se extendió durante los 1279 días de su gestión.

Las realizaciones de aquel “hombre bueno y sin duda bien inspirado” fueron resaltantes.  Quedaron como claves de los arcos del Estado: la creación del Arzobispado con dos Obispos sufragáneos y el sostenimiento del Seminario, la fundación del Banco de la República con emisión y descuento como función social, además de la adjudicación de la licitación para la construcción del Puerto de Montevideo, la nacionalización de la Compañía de Luz Eléctrica, instalándose la red telegráfica y telefónica en todo el territorio.  A ello se agregó la canalización de vías navegables y la reforma de la Instrucción Pública con un Código Escolar de inspiración católica, amén de la puesta en marcha del Instituto de Ciegos y Sordomudos, junto a la fundación de Institutos Normales.
            
La conspiración mostró finalmente su zarpa siniestra.  El 25 de agosto de 1897, cuando abandonaba la Catedral, un sicario hería mortalmente al Estadista.  Le tocó  al Arzobispo  Mariano Soler recibir en sus brazos la agonía del Magistrado quien dijo al prelado: “Estoy muerto…  Monseñor, le pido la absolución”.  La conjura sigue envuelta en el misterio.  Sin embargo, se puede establecer como verdad histórica que la muerte de Idiarte Borda dejó libre el camino para el liberal socialista José Batlle, quien alcanzaría la Presidencia poco después.  Desde esa posición premió al asesino con un cargo público vitalicio.
        
Por otro lado, hoy el revisionismo abre pistas cuando llega al contubernio de intereses económicos, políticos y masónicos manifestados con odio público veinte días antes del aleve crimen.
          
Tal vez, en la tarde sangrienta, el gran vasco recordó la “Epístola a Fabio”, escrita por García Moreno en una situación similar:
         

“Presagio, triste el pecho me lo anuncia
en sangrientas imágenes que en torno
siento girar en agitado ensueño…
Plomo alevoso romperá silbando mi  corazón tal vez;
mas si mi Patria respira libre de opresión,
entonces descansaré feliz en el sepulcro”.
          
Luis Alfredo Andregnette Capurro
                     

lunes, 20 de septiembre de 2010

Mirando pasar los hechos

TODAS LAS LEYES SON BURLADAS


REINO DIVIDIDO

Podemos preguntarnos, aunque no obtengamos respuesta, qué se propone el gobierno montonero con esa actitud sistemática —suspendida eventualmente según conveniencias electorales— de tolerar y permitir los desbordes que se vienen registrando en todo el país a cargo de grupos más o menos organizados que, además, tienen el desparpajo de anunciarlos con días de anticipación.  No se trata solamente de las fastidiosas actividades de los piqueteros que se dedican a interrumpir la circulación por calles y rutas; ya se está llegando más lejos, al punto que es habitual y frecuente que se desconozcan abiertamente las normas legales más básicas como las que prohíben la ocupación de lugares públicos.

Pero además, recordemos, está la astucia especulativa que consiste en la toma, clandestina o no, de tierras fiscales, que prologan la realización de formidables negocios inmobiliarios cuyos empresarios y beneficiarios se ocultan pero permanecen cerca del poder.  En fin, ¿por qué se permiten estos esperpentos tipo Castells y demás profesionales de la transgresión legal?

Es evidente que desde el gobierno se procura ahora instalar en la sociedad un ritmo de violencia, un estilo de confrontación permanente, una tensión siempre abierta de modo que las diferencias no sean nunca superadas ni los problemas resueltos.  Se quiere que hayan vencedores y vencidos, agresores y agredidos, inocentes y culpables.

Se quiere una sociedad dividida para que el Estado montonero acuda mesiánicamente y aplique sus “soluciones”.  Se quiere, en definitiva, completar el daño del liberalismo democrático con un progresismo revolucionario que se abra a todas las posibilidades de la antinaturaleza y de la libertad más honda y desquiciada.
 

ESQUIZOFRENIA

Se podría decir —para decir lo menos— que el actual es un gobierno esquizofrénico, en cuanto recurre constante y sistemáticamente al doble discurso.  Por estos días ha llevado tal práctica a extremos que, en otros hombres, provocarían sonrojo y, quizá, algo más de disimulo.  Para poner un ejemplo véase cómo simultáneamente los Fernández denuestan a los piqueteros izquierdistas (en rigor lo son todos) y el presidente Kirchner —con sugestiva tardanza— reclama a los fiscales que hagan algo contra los pequeños partidos de la misma tendencia que se manifestaron en contra.  Pero mientras tanto, el Poder Ejecutivo, que está autorizado y obligado a poner fin y reprimir sus ya habituales excesos, no sólo los contempla con cómplice parsimonia desde que comenzaron a actuar, sino que instruye a las fuerzas de seguridad para que adopten una actitud pasiva, instrucciones éstas que son estrictas: a los corta-calles profesionales no se los puede castigar, ni siquiera apercibir; a lo más se ha de actuar de tal modo que las molestias que causan sean reducidas, pero sin coartar la libertad de estos alegres desocupados a delinquir y a practicar una gimnasia prerrevolucionaria que, momento a momento, pasa de retórica y deja ver su idiosincrasia tan similar a la de los ´70.  Una de dos: o el gobierno toma conciencia de la bomba de tiempo que está montando o permitiendo en la base de la convivencia y se decide, en consecuencia, a terminar con ese margen de impunidad que él mismo les acordó a esas verdaderas fuerzas de choque que pretende administrar —para lo que está legalmente habilitado— o les entrega, como lo viene haciendo, las calles y las rutas a ese lumpen organizado y bien rentado al que en definitiva financia.  O se asienta en esas pequeñas multitudes barulleras o las combate, pero no convive con ellas ni gobierna para ellas, ni les crea un marco jurídico privilegiado.
 

EL CARDENAL

El Cardenal Bergoglio no pasará a la historia como modelo de prudencia ni de ortodoxia.  No contento con haber encabezado la marcha de los Montoneros que, en una trágica simbología, trasladaron los restos del Padre Mujica (muerto en circunstancias nunca aclaradas) de un cementerio “paquete” a otro más popular (con lo que implícitamente aceptó una variable macabra de la lucha de clases) ahora se propuso hacer de cinco sacerdotes terroristas o prototerroristas, santos; y hasta consentir que se bendiga e inaugure un monumento a su memoria, emplazado en la parroquia San Patricio.  Su imaginación corre más veloz que su sentido común y que su recato sacerdotal.  Porque él sabe (por más que haya olvidado su eclesiología) que los palotinos, caídos en la guerra desatada por los terroristas marxistas, no han muerto por Cristo —condición esencial para ser mártires— sino por la Revolución y, tal vez, invocando al “Che”; de manera que sus candidatos al honor de los altares no han reunido ni en su vida ni en su muerte las virtudes necesarias.

¿Por qué el Cardenal intenta volver atrás los tiempos y resucitar esos años horrorosos, y no para condenarlos sino para reivindicar a sus peores protagonistas, como eran estos religiosos caídos por actuar junto a criminales marxistas?  ¿Hay algún cálculo detrás de esta maniobra que calificaríamos, no sólo de mendaz sino de blasfema, para recomponer las relaciones con el gobierno igualmente montonero? (puesto que no se le escapará al purpurado que con estas actitudes contribuye a la labor reivindicatoria de aquella violencia).

Pero el Cardenal hizo todavía algo más concreto y penoso.  Se las ingenió para que dos reconocidas activistas terroristas, Esther Ballestrino y María Ponce de Bianco, recibieran recíprocas cristianas sepulturas en terrenos de la Iglesia de la Santa Cruz, cuyo párroco —Bernardo Hughes, conocido cura progresista pero no tonto— no se hubiera animado a llegar a tanto sin contar con la aprobación y aún la complacencia del titular de la diócesis, precisamente el Cardenal Bergoglio.

Fue una excepción a una norma municipal que prohibe enterrar fuera de los cementerios habilitados; pero no es de extrañar que se haya producido un entendimiento entre el poder temporal —Ibarra— y el religioso (?) —Bergoglio— porque no son pocas las afinidades que mantienen.

Para que el aquelarre fuera completo se dieron cita en la no demasiado pía ocasión —convocada por el Padre Hughes, sacerdote tercermundista declarado y apoyador público de otra ex terrorista y actual abortista Alicia Pierini— una serie de madres, tías y abuelas de desaparecidos (desaparecidos, en todo caso, después de haber cometido sus fechorías), Carlos Juliá representante argentino en el Foro marxista o neomarxista de San Pablo, el mismísimo Víctor Heredia que, guitarra en mano, entonó no creemos que un coral de Bach sino algunas de sus pueriles canciones de protesta bajo la bendición de otro cura que se las trae, Carlos Saracini.  No faltó tampoco el amanerado Premio Nobel Pérez Esquivel, orador sagrado de esta nueva iglesia que se está incubando en Buenos Aires bajo los auspicios de su ordinario Bergoglio.  El templo se llenó, y tan tétrica y blasfema ceremonia mereció la exaltación del Boletín Oficial “Página 12”. No estuvieron ausentes los dislates y los tremendismos propios de esta literatura post-subversiva.  Hughes, por ejemplo, se despachó diciendo que “ayer (a las Madres) se las vio como locas — ¿de amor, quizá?” Se le olvidó que una de esas madres locas de amor deseó fervorosamente que Juan Pablo, al que calificó de cerdo, se quemara para siempre en el infierno.

Hay que comprender que toda esta parafernalia montada bajo la mirada misericordiosa del primado argentino va más allá de las palabras e, incluso, de su simbología.  Significa exactamente una adhesión explícita al terrorismo, al asesinato, al secuestro, a la guerra instalada en lugar de la política.  Los católicos tenemos el derecho de solicitar de este descendiente de los apóstoles que se pronuncie acerca de si está a favor de ese terrorismo que ahora vuelve desde el poder que no pudo conquistar por las armas.  Y hasta dónde está dispuesto a llegar con su amor incontrolable.

Y también nos preguntamos si alguna vez recordará a los caídos por la otra causa, la de la represión como él probablemente guste llamarla.

¡Lo que nos faltaba: una Iglesia tuerta y cómplice, bendiciendo el baño de sangre en el que los Hijos y los Nietos nos hundieron!  Por favor, Eminencia, háblenos claro, decentemente, cristianamente; al fin y al cabo y a pesar de sí mismo, continúa siendo nuestro pastor: ¿la subversión marxista era buena y legítima al punto que produjo mártires y no así los que resistieron como Genta y Sacheri, a los que Usted  nunca recordó ni recuerda?
 
INSULTADOR OFICIALISTA

El gobierno mandó por delante a su empleado Luis D’Elía para que agreda frontalmente a su amigo-enemigo Eduardo Duhalde.  El asaltante de comisarías actualizó las viejas acusaciones de traficante de drogas contra el indefendible Duhalde, pero citado por un fiscal a dar razón de sus dichos, optó otra vez por refugiarse en sus elásticos fueros de diputado provincial; y “llegó a un acuerdo” para contestar por escrito, lo que le da más margen para el macaneo libre, cosa que le viene muy bien teniendo en cuenta sus limitaciones intelectuales.

No sabemos en que terminará este nuevo paso de comedia que, en realidad, integra la tragedia política argentina.  Por supuesto no fue coincidencia que el piquetero sea atacado por pruritos morales —él, nada menos— justo en plena campaña electoral y que haya esperado a este momento para hacer sus acusaciones alegando, es de suponer, pruebas que tiene desde hace tiempo.  Nuestros politicastros manejan los ritmos éticos a su antojo y suben o bajan sus decibeles según las circunstancias.  Nos animamos a apostar que todo quedará en nada.
 
COMPAÑEROS DE RUTA… CORTADA

Al pasar, no pueden dejar de llamar nuestra divertida atención las denuncias que hace Kirchner en un tono propio de otro planeta.  Se ha burlado, no sin razón, de los partidos de izquierda que alientan los movimientos piqueteros, cuya fuerza y representación empieza y termina en esas lúdicas manifestaciones destinadas a fastidiar en especial a los porteños, cuyos accesos viales y plazas públicas ensucian con prolija asquerosidad.  Hace bien en decirlo, pero tales palabras pierden sinceridad y sentido en boca de quien no hace mucho los alentaba y en su momento, en un solemne foro internacional, se declaró “hijo de las Madres”.  Pero ¿dónde ubica a sus putativas progenitoras?  ¿Las ve, acaso, como conservadoras?  Cuando reivindican a grito pelado a sus criminales vástagos —no todos desaparecidos— ¿no sospecha el presidente que difícilmente se las puede ubicar a la derecha, puesto que pertenecen a la más rabiosa y sanguinaria izquierda?  ¿No advirtió que esos “pequeños partidos” de la siniestra, a los que acaba de descubrir detrás de los revoltosos callejeros ya habituales de este nuevo folclore que trajo, comparten con él y sus tardíos terroristas la misma admiración e idéntica compatibilidad con aquellos asesinos de los ´70?

Concretamente ¿en qué se diferencia el presidente de sus camaradas de ruta?  Tanta hipocresía hace de Kirchner y de sus Fernández habitantes naturales del octavo círculo del Dante, condenados a pasearse con sus pesadas capas de plomo ardiendo.
 
PERVERSA OBSESIÓN

¡Qué baja será la vida partidocrática argentina que otra vez nos someten, como hace dos años, a la perversa opción entre lo pésimo y lo peor!  Ahora pretenden obligarnos a votar entre un Kirchner atropellador —dispuesto a no perder la oportunidad que el azar le puso en las manos (aumentar un poder que no tiene)— y un Duhalde, obligado a defender los restos de su maquinaria clientelística.

Pero la perversidad del sistema no se detiene allí.  En la Capital se disputan los cargos de diputados nacionales el nunca difunto Domingo Cavallo y la siempre exhibida Moria Casán; aquél, ahora renunciante, hizo de sus intereses y errores un programa —que tiene la desvergüenza de proponer— y ésta hace otro tanto pero de sus vicios recolectados en sus turbulentas noches.

Sus antecedentes: aquél se profugó a Estados Unidos durante tres años y ésta viene de los teatros de revistas.  Sus nombres y sus recuerdos constituyen una ofensa para la ciudadanía porteña.  Pero sirven para poner blanco sobre negro que más bajo la calidad humana de la política no puede caer, aunque el número de votos que consigan servirá para medir, de paso, la del pueblo.
 
MACCARONE

No valdría la pena hablar del caso de Maccarone, arrastrado en la vorágine de sus propios y peores apetitos.  Pero creemos que es nuestro deber y derecho hacer una referencia no a la conducta del desdichado sacerdote sino a la de sus pares del episcopado.

Está bien que hayan expresado su dolor —suponemos que sincero— por el horrendo pecado, pero está pésimo, en cambio, que, sabiéndolo desde un principio, hayan permitido que llegara a la titularidad de una diócesis con ofensa grave para sus feligreses y, según dicen, preparándolo para la segunda en importancia.  ¿Por qué haberlo aceptado en la jerarquía, por qué haberle permitido que siguiera ejerciendo su ministerio pastoral si no estaba en condiciones éticas ni humanas de hacerlo?

¿Cómo es esto posible en nuestra Iglesia?  Obispos que se desgarran sus púrpuras vestiduras porque la línea de desempleo no baja y disimulan que uno de los suyos —sugestivamente teólogo progresista de nota— ha cometido una de esas faltas de las que San Pablo abominaba sin permitir siquiera que se las mencionara entre cristianos.

Por lo demás es tan increíble como doloroso que los Ordinarios (hoy más que nunca) que pueblan la Iglesia en la Argentina se preocupen más —o exclusivamente— de la imagen del epíscope caído que por la falta cometida y por la sanción que merece.  Discreto y caritativo ha sido el Vaticano al procurar el retiro del horrible pastor: actuó con la evangélica sensatez que se requería; en cambio, la Conferencia argentina redujo sórdidamente la cuestión a su circunstancia política, desviando la atención de la feligresía y la propia del centro moral.  Los que callan o distraen o descentralizan el enfoque, disolviendo el pecado (que de eso y solamente de eso se trata) en una coyuntura insignificante, son cómplices del pecador.

Sépanlo: no interesa tanto la privacidad de una persona como la ofensa a Dios.  Los Obispos deberían estar siempre a Su servicio, que es la verdadera caridad, y no al del mundo, ese mundo por el que Cristo no oró.  Disimulando la falta no se lo salva sino que se lo engaña, dejándolo abandonado en su barro.  Y esta sí que es la peor falta de caridad.
 
EL GARRAHAN

Los desórdenes no sólo prosiguen sino que se multiplican y agravan.  Lo del Hospital Garrahan, aunque pretendan disimularlo, con sus paros intempestivos y sus incumplimientos, crean riesgos certísimos para la salud y aún para la vida de los pequeños enfermos, sin contar con las molestias que deben sufrir sus padres; lo cual, dicho sea de paso, pone a la intemperie la verdadera índole “humanista” de los progresistas que supimos conseguir. Los mismos que claman y reclaman por los derechos humanos de los terroristas de treinta años atrás son los mismos que ahora descuidan —en virtud de pedidos que todos saben que son excesivos— los de los chicos que no provienen, precisamente, de los sectores más ricos de la sociedad.

Los progresistas agrupados en la ATE —desesperados por conseguir un lugar bajo el sol— incurren, ellos más que ninguno, en crímenes de lesa humanidad por los cuales —con una justicia más decente y con un poder político más coherente— deberían ser sancionados con la idéntica severidad (por no decir ferocidad) con que lo son los militares que libraron la guerra revolucionaria desencadenada entonces por éstos mismos o por sus antepasados, cuya memoria y cuyos métodos ellos reivindican.
 
PITROLEROS Y AFINES

Hasta cierto punto se comprende que los Pitrola y demás secuaces piqueteros vuelvan a recurrir a aquellos procedimientos que ya atormentaron a los argentinos de los años ´70 (por lo que se ve, de frágil memoria), necesitados como están de asegurar su presencia en los medios y de ejecutar esa gimnasia de violencia o de semiviolencia que mantenga abierta la posibilidad de un rebrote armado al cual no han renunciado.

Pero lo que sí resulta inadmisible es la pasividad y la parodia del gobierno que, un poco escamado —y, quizá, un poco atemorizado— por estos abusos que amenazan con escapársele de las manos, con timidez empezó a reaccionar, por ahora verbalmente; permitiendo, sin embargo, que los desórdenes continúen y que la ley se siga incumpliendo a su vista y paciencia.  Contradicción ésta no fácil de explicar, aunque se podría arriesgar una interpretación, ya que, al fin y al cabo, ambos —los piqueteros y los gobernantes— provienen de una misma cuna, se inspiran en idénticos objetivos y responden a iguales prejuicios.

En el fondo hasta se puede sospechar que al gobierno no le molesta demasiado que los piqueteros —con los que tiene vasos comunicantes más o menos confesos— hagan lo que hacen, interrumpir el tránsito, arruinar comercios, fastidiar al ciudadano común, blasfemar con sus intestinos los más augustos e históricos lugares patrios.  Pero ¿se le puede pedir a esta hez surgida del subsuelo que tengan conciencia de lo sacral y de lo patrio o, por lo menos, noción del respeto debido a lo ajeno y ni siquiera del buen gusto mínimo que las peores multitudes que se convocaron en la Argentina tuvieron en su momento?

¿Se puede esperar algo así de quienes no vacilan —como en el precitado caso del Garrahan— en abandonar a los enfermos para pedir que les sigan aumentando sueldos que están entre los mejores que se pagan en el país?
 
Pero la socialdemocracia de Kirchner se ha topado, en el ejercicio del poder, con la realidad.  A pesar de su miopía y de su torpeza, de alguna manera ha comprendido que la situación no se puede prolongar por mucho más tiempo y, menos en estos días electorales.  Podría llegar hasta a ser inútil su campaña a favor de la candidatura de su mujer por toda la provincia de Buenos Aires, llevando dinero público y prometiendo obras, la mayoría de las cuales terminarán en el archivo de la memoria.

Este choque con la realidad —que se traduce en el fastidio colectivo y en mil inconvenientes mensurables— lo pudo despertar al Gobierno que empezó, como es su táctica habitual, por echarles la culpa a otros, a los jueces y fiscales, abdicando de sus propios deberes y facultades.  Pero el hecho es que se registra un principio de reacción, más impulsado por el miedo de mal aprendiz de brujo que por atención al bien común, que es el más lesionado en estas emergencias.

El primer magistrado se encuentra ante varios factores en conflicto que no podrá conciliar.  Uno es el constituido por estos revoltosos que, en prosecución del talante desatado en la década añorada del ´70, mantienen el encono y la diatriba permanente funcionando como nuevo operador político en ausencia de los partidos, debilitados al máximo o ya en extinción franca.  Otro es el peligro de ir perdiendo en forma cada vez más acelerada la soberanía concreta que se fue transmitiendo de hecho del Estado a estas bandas semiarmadas que, desde sus orígenes, hacen burla de la ley y del prójimo.


Víctor Eduardo Ordóñez





Este artículo es el último que firmara nuestro querido camarada y amigo de todas las horas, antes de ser llamado a su Juicio particular, el 19 de septiembre de 2005. Confiamos en que su alma, y la de todos los fieles difuntos, puedan gozar ya de la visión beatífica y que intercedan por nuestra pobre Patria ante la Omnipotencia Suplicante, María Santísima.