viernes, 2 de julio de 2010

In memoriam

ENRIQUE LAGOS

El pasado mes de junio se cumplieron dos años de la muerte de Enrique María Lagos, uno de los últimos sobrevivientes de los Cursos de Cultura Católica, que tanto influyeran en la formación de un grupo de cristianos cabales que, a su vez, ejercerían notable influencia en variados campos de la vida intelectual argentina.

Nacido en Buenos Aires el año 1913, se casó con Mercedes Curutchet Oromí —de manera que se transformó en cuñado de Ricardo— y fue padre de nueve hijos. Lector infatigable y ordenado, el poeta Osvaldo Dondo, secretario de los Cursos, le confió la organización y atención del Servicio de Librería con que contaron los mismos, tarea que nadie pudo haber cumplido mejor. En contacto con el movimiento editorial europeo, no sólo trajo al país las últimas novedades vinculadas al pensamiento católico, sino que hasta le cupo colaborar para que autores destacados como Chesterton vieran traducidas e impresas algunas de sus obras en la Argentina antes que en Europa. Cuando, invitado por los Cursos, llegó aquí Jacques Maritain, el mejor Maritain, Lagos cumplió a su lado un papel importante, dado su perfecto dominio de la lengua del visitante.

Tras el ocaso de los Cursos, inauguró Lagos la Librería Del Temple, que reflotó el antiguo nombre de la calle Viamonte donde abrió sus puertas, en la misma manzana que las Galerías Pacífico y a media cuadra del rectorado de la Universidad de Buenos Aires. Cubiertas sus paredes con estanterías llenas de volúmenes, con algún mueble veterano y algún grabado de Ballester Peña, aquel local se transformó en tácito lugar de cita para cuanto lector católico, católico de buena línea se entiende, anduviera por el centro y dispusiera de tiempo libre para echar un párrafo y recoger noticias vinculadas con ediciones o reediciones. En tal sentido, a poco de deambular el visitante observando los anaqueles, se le acercaba Enrique para preguntarle, discretamente, si ya había leído esto o aquello. Pregunta que implicaba una sugerencia, invariablemente oportuna.

Cuando fueron reformadas las Galerías Pacífico sucedió que, amén de perder la denominación de Malvinas Argentinas con que fueran rebautizadas en 1982, sus administradores perdieron también a Lagos como locatario. A raíz de ello, fiel a su vocación, instalaría éste una pequeña librería en el vestíbulo del Colegio San Juan El Precursor de San Isidro, próximo a su casa de la calle Alem. Durante unos cuantos años funcionó la misma, reemplazados los clientes del Temple por turbulentas bandadas de alumnos que, en vez de interesarse por novedades editoriales culturalmente valiosas, demandaban textos de uso ineludible para aprobar materias arduas. Pese a lo cual insistía Lagos, alguna vez con éxito, en recomendarles además lecturas de mayor calado.

Pero la existencia de Enrique no se reducía, por cierto, a leer y vender libros. Lejos de ello, dedicaba buena parte de ella a su dilatada familia, entre la que se contaron en calidad de yernos dos Dondo, hijos de aquel que lo convocara para poner en marcha el Servicio de Librería de los Cursos. Los sábados a mediodía preparaba con esmero unos pollos asados, que convocaban a nietos y bisnietos. A los que vio crecer, tal como veía crecer las flores y arbustos que cultivaba sabiamente en su extenso jardín, resultando hombre de consejo, incluso en esos menesteres, para los vecinos que se acercaban con ánimo de consulta.
Poseía una gran habilidad manual, que aplicaba a diversos fines en su taller bien provisto. Entre otros, a la confección de las camas que utilizaron sus hijos y de unos maravillosos carritos de madera, que se entregaban a los chicos pobres por Navidad o por Reyes pues, como decía, también ellos tienen derecho a recibir juguetes nuevos.

Cuando contaba ya más de ochenta años, solía llegar a casa en la bicicleta de aire británico que lo trasladaba, en largos periplos que hilvanaban visitas a parientes y amigos. En ocasión de una de ellas, le trajo de regalo a mi mujer ciertos bulbos que, plantados en un rincón propicio, hoy florecen en homenaje a su memoria. Dios lo tenga en el cielo que supo ganarse a lo largo de su extensa y fecunda vida.

Juan Luis Gallardo

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Que varon ejemplar!

Lamentablemente nuestra Patria se esta quedando cada vez mas vacía de hombres como don Enrique. Oremos al Señor para que su ejemplo ilumine a hijos, nietos y biznietos.

Isidro Corbacho dijo...

¿"El mejor Maritain"?

La infiltración en la Iglesia ya se estaba incubando desde años atrás, en el Modernismo. Fue detenido, bien que mal, por los Papas Pío IX y San Pío X. Luego bastó con que Alemania perdiera la guerra para que volviera a levantar cabeza. Porque se hizo fuerte en el complejo "antinazi" que empezó a imponerse en la Iglesia, a instancias de la derrota alemana. Empezó con el baustismo de la democracia: la democracia cristiana de Maritain y otros fanáticos antinazis. Con el Vaticano II de Juan XXIII, gran antinazi también, ejecutor de la limpieza del episcopado francés después de la Liberación, el absceso modernista reventó, y nos regaló a la Iglesia dividida de hoy.

Walter E. Kurtz dijo...

Se nos están muriendo los últimos alumnos de "Los Cursos". ¡Qué desolación!

Sr. Corbacho: Maritain vino a la Argentina en 1936; es decir, mucho antes de su "Humanismo integral", "Nueva cristiandad", etc. Con toda cordialidad y respeto, se le presentaron las quejas correspondientes ante cierto aspecto de su pensamiento que estaba comenzando a emerger. Y, de hecho, tomó esas quejas con sumo aprecio (cf. palabras de despedida dirigidas a C. E. Pico quien le había dedicado un opúsculo crítico).