domingo, 7 de marzo de 2010

La oración cuaresmal


CÓMO HACER ORACIÓN

Llegada la hora de la oración, quiero desprenderme de todo lo terreno y hacer un esfuerzo de imaginación para representarme alguna escena viva que me borre las preocupaciones, distracciones, etcétera (Si después de un esfuerzo leal y corto no se logra representarse nada, hay que pasar adelante y Dios suplirá). Será una representación rápida, hecha a grandes rasgos, lo suficientemente viva para que pueda impresionarme y ponerme en presencia de Dios, cuya Actividad, hecha toda de Amor, quiere envolverme y penetrarme. De esta manera, estoy en comunicación con un interlocutor viviente (El provecho de la oración depende a menudo del cuidado que se tenga en considerar a nuestro interlocutor, como presente y vivo, cesando de tratarlo como a una persona ausente y pasiva, es decir, casi como a una abstracción), adorable y amable. Al punto hago una adoración profunda. Esto se impone. Anonadamiento, contrición, declaración de dependencia, oración humilde y confiada para que Dios bendiga ese rato que he pasado con Él (Hay que persuadirse firmemente de que Dios no nos pide sino la buena voluntad. El alma asediada por las distracciones que con tanta paciencia y amor filial acude todos los días a su divino interlocutor, hace una excelente oración, porque Dios suple todo).

Veo: la Fe

Entregado a tu Presencia viviente, oh Jesús mío, y desprendido del orden puramente natural, comenzaré estos momentos con el lenguaje de la fe, que es más fecundo que los análisis de la razón. A este fin, leo o recuerdo los puntos de la oración. Los resumo, concentrando en ellos la atención.

“Eres tú, oh Jesús mío, quien me habla y enseña esta verdad. Quiero reavivar y aumentar mi Fe en eso que me presentas como absolutamente cierto, porque está fundado en tu Veracidad.

“Y tú, alma mía, no te canses de repetir: creo. Sigue repitiéndolo con más fuerza. Como el niño que lee muchas veces la lección, repite tú también muchas veces que prestas tu adhesión a esa doctrina y a las consecuencias que tiene para ti en la Eternidad… Oh Jesús mío, eso es cierto, absolutamente cierto. Lo creo. Quiero que ese rayo de Sol de la Revelación sea el faro que me guíe en el día de hoy. Dame una Fe más ardiente todavía.

“Inspírame deseos vehementes de vivir de ese Ideal y una santa cólera contra cuanto se le oponga. Quiero devorar ese alimento de Verdad y asimilármelo”.

Si, a pesar de ese avivamiento de la Fe que debo hacer durante algunos minutos, permaneciere frío ante la verdad que se me presenta, no insistiré más. Te diré, mi Buen Maestro, mi pena por esta impotencia mía, y te suplicaré que suplas a ella.

Deseo: la Caridad Afectiva

De la frecuencia y, sobre todo, de la energía de mis actos de Fe, verdadera participación en la Luz de la Inteligencia divina, dependerá el grado de amor de mi corazón, lenguaje de la caridad afectiva.

Las afecciones, espontáneas o nacidas de mi voluntad, son flores depositadas por mi alma de niño, a los pies de Jesús que le habla: Adoración, gratitud, amor, alegría, adhesión a la voluntad divina y desprendimiento de lo demás, aversión, odio, temor, cólera esperanza y abandono.

Mi corazón escoge uno o varios de esos sentimientos y se penetra de ellos, expresándooslos, Jesús mío, y repitiéndolos muchas veces con ternura y lealtad y, sobre todo, con sencillez.

Si la sensibilidad me ofrece su concurso, lo acepto. Puede reportarme alguna utilidad, aunque no me es necesario. Un amor tranquilo y profundo es más seguro y de mayor fecundidad que las emociones superficiales, las cuales ni dependen de mí ni son el termómetro de la oración fructuosa y verdadera. Lo que siempre depende de mí y me importa sobre todo, es el esfuerzo para sacudir el embotamiento del corazón y obligarle a decir:

“Dios mío, quiero unirme a Vos. Quiero anonadarme en vuestra presencia. Quiero expresaros mi gratitud y la alegría que siento en cumplir vuestra voluntad. No quiero mentir más, al deciros que os amo y que detesto lo que Os hiere, etc.

“Dentro de la lealtad de mis esfuerzos, mi corazón puede quedar frío y, no expresar, sino tibiamente, sus afecciones. Entonces, Jesús mío, te expresaré con toda ingenuidad mi humillación y mis deseos… Y prolongaré reflexivamente mis quejas, persuadido de que con estos gemidos que exhalo en tu presencia por mi esterilidad, adquiero un derecho especial a unirme de manera eficacísima, aunque seca, ciega y fría, a las afecciones de tu divino Corazón.

“Qué bello es, Jesús mío, el Ideal que veo en Ti. Pero, ¿está mi vida en armonía con ese Ejemplar perfecto? Voy a averiguarlo bajo tu profunda mirada, oh divino Interlocutor, que eres ahora todo Misericordia, y serás Justicia estricta cuando me presente a Ti en el juicio particular, en que de un solo golpe de vista escrutarás los móviles más secretos de todos los actos de mi existencia. ¿Vivo de ese Ideal? Si muriera en este instante, ¿no encontrarías, oh Jesús mío, que mi conducta estaba en contradicción con él? ¿En qué puntos deseas, mi buen Maestro, que me corrija? Ayúdame a descubrir los obstáculos que se oponen a que te imite: las causas internas o externas, y las ocasiones próximas o remotas de mis caídas.

“La vista de mis miserias y dificultades me obliga, Redentor adorado, a expresarte con todo mi corazón, confusión, dolor, tristeza, amargo arrepentimiento, sed ardiente de portarme mejor, ofrecimiento generoso y sin reservas de mi ser. Deseo agradar a Dios en todas las cosas”.

Vuelo: la Caridad Efectiva

Doy un nuevo avance en la escuela del querer, es el lenguaje de la caridad efectiva. Las afecciones han despertado en mí el deseo de corregirme. Conozco los obstáculos que me lo impiden. Ahora me toca decir:

“Quiero vencerlos. El ardor con que diga y repita: quiero, depende, Jesús mío, de mi fervor en repetir: Creo, amo, me arrepiento, detesto.

“Si alguna vez no pronuncio ese «vuelo» con la energía que fuera de desear, oh mi buen Jesús, lamentaré esa falta de voluntad y, en lugar de perder aliento, no me cansaré de repetir cuánto deseo participar de la generosidad que tuviste en el servicio de tu Padre”.

A la resolución general que he formado de trabajar en mi satisfacción y en amor de Dios, agrego la de aplicar la oración que haga, a las dificultades, tentaciones y peligros del día. Pero mi empeño principal estriba en formar nuevamente, con un amor más vivo, la resolución que constituye el objeto del examen particular (defecto que debo combatir; virtud que he de practicar). Y la robustezco con motivos sacados del Corazón del Maestro. Procediendo como verdadero estratega, determino los medios con los cuales podré asegurar su ejecución, previendo las ocasiones y preparándome a la lucha. Si me veo en una ocasión especial de disipación, inmortificación, humillación, tentación o decisión grave, procuraré estar vigilante, ser enérgico en cumplir mi deber y, sobre todo, me uniré con Jesús y acudiré a María.

Si, a pesar de esas precauciones, llegase a caer, ¡qué abismo existiría entre estas caídas por sorpresa y las otras! Atrás la cobardía; yo sé que doy gloria a Dios con la perpetua renovación de mis propósitos, para ser más decidido, para desconfiar de mí y para acudir a Él en mis súplicas. El éxito no se logra sino a este precio.

Vuelo Contigo: Súplica de la Esperanza

“Exigir a un cojo que ande derecho, es menos absurdo que pretender ser santo sin Ti, oh Salvador mío” (San Agustín). ¿Por qué mis resoluciones han quedado estériles, sino porque el “todo lo puedo” no ha nacido del “en Aquel que me conforta”? Llego ya al punto, en cierto sentido, el más importante de mi oración: la súplica o el lenguaje de la esperanza.

“Nada puedo, oh Jesús mío, sin tu gracia. Por ningún título merezco esa gracia tuya. Pero sé que mis súplicas no te fatigan, antes determinan la medida de tu socorro y reflejan la sed que tengo de estar contigo, la desconfianza en mí y la confianza ilimitada, hasta loca, en tu Corazón. Como la Cananea me arrodillo a tus pies, oh Bondad infinita. Con su insistencia, toda esperanza y humildad, te pido no unas migajas, sino la verdadera participación en el festín de que has dicho: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre.

“La gracia me ha hecho miembro de tu Cuerpo místico, y así participo de tu Vida y méritos y oro por Ti, oh Jesús mío. ¡Padre Santo!, te suplico por la Sangre que grita misericordia. ¿Rechazarás mis plegarias? Elevo hasta Ti un grito de pordiosero, ¡oh riqueza inagotable! «Préstame atención, porque soy carente y pobre». Revísteme de tu Fortaleza y glorifica tu Poder en mi debilidad. Tu Bondad, tus promesas y méritos, oh Jesús, juntamente con mi misericordia y mi confianza, son los únicos títulos de mi demanda para obtener, por mi unión contigo, la guarda del corazón y la fortaleza en el día de hoy”.

Si apareciera algún obstáculo o tentación, o algún sacrificio que debo imponer a mis facultades, el texto o pensamiento que guardo en mi memoria como ramillete espiritual, me hará respirar el perfume de la oración, que ha envuelto a mis resoluciones, y otra vez en este momento lanzaré el grito de la Súplica eficaz. Este hábito, fruto de mi oración, será también su piedra de toque: “Por sus frutos los conoceréis”.

Dom Chautard
(Tomado de su libro “El Alma de todo Apostolado”)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado señor,

Escribo desde Brasil y le agradezco por este blog. Si Ud. pudiera recomendar un libro/manual esencial sobre la historia argentina, cuál libro recomendaría?

Gracias.

Anónimo dijo...

Para tener siempre en cuenta antes de orar, las enseñanzas de Dom Chautard.

Amigo del Brasil, sin duda los maestros como Caponnetto, DÁngelo u Olmedo le daran la recomendacion que Ud. busca.

Guillermo Patricio Rosa dijo...

Creo que debemos juntar nuestras manos en oración y alzar nuestros corazones para extirpar el veneno de la prostituta montonera de nuestro suelo patrio.