miércoles, 31 de marzo de 2010

Poesía que promete


Primera estación:

JESÚS ES CONDENADO
A MUERTE

Te condenaron a muerte
tu silencio y mi silencio:
las gargantas en tumulto
ante el pretor somnoliento
lapidaron con sus grietas
el mármol de tu silencio.
Tu mutismo era una estatua
de blancura y de misterio:
habla, Jesús, que te matan…
Arropada en tu silencio
la muerte viene volando
entre graznidos de cuervos.
Habla, Señor: tu palabra
como un huracán de fuego
salga de tu boca y queme
lo falso de los denuestros.
¿Por qué te mantienes mudo
si eres el Divino Verbo?
La boca de Dios quedó
baldía como el desierto.
Lo condenaron a muerte
su silencio y mi silencio:
escupieron las gargantas
alaridos a mi miedo,
al oleaje de gritos
debí levantar mi pecho,
dique de amor y diamante
contra el torrente protervo;
pero fui arena medrosa
que no supo defenderlo…
Debí gritarles: “¡Judíos!
Yo soy, yo soy el perverso;
a mí la hiel, las espinas,
a mí la cruz y el flagelo”.
Pero se anudó a mi voz
la vil serpiente del miedo.
Pastores… por cobardía
me mataron mi Cordero;
fue más fuerte que mi amor
el ladrido de los perros.
Lo condenaron a muerte
su silencio y mi silencio:
uno, silencio de amor;
otro, silencio de miedo.

(Tomado de “Romancero de la Vía Dolorosa”)

lunes, 29 de marzo de 2010

Por siempre


LO QUE DICE ESTE CARTEL

ES MUY JUSTO Y NECESARIO:

PARA ELLA Y PARA ÉL


EL FUTURO ES CARCELARIO.


Réplica


AGUINIS:
MENTIROSO DESDE EL PRINCIPIO


“Vosotros sois hijos del diablo. Él ha sido homicida
y mentiroso desde el principio”
(San Juan 8, 44-47)

En “La Nación Revista” del domingo 28 de marzo (LNR, Nº 2125, p. 20-25), Marcos Aguinis es reporteado largamente, incluyéndose en la tapa de la publicación un primoroso photoshop de su imagen. El reportaje discurre por los carriles habituales; esto es, la adulación servil de la reportera Any Ventura y la petulancia del entrevistado, quien se exhibe con una fatuidad cristínica, desbordante e invasiva, tanto en el triple look elegido para sus poses,como en la pretensión de una inexistente solvencia intelectual.

Recuérdese al respecto, a guisa de ejemplos cercanos, el grueso papelón que cometió en “Perfil”, a principios de mayo de 2009, reinventando el texto sofocleano de Antígona y torciendo con brutalidad el verdadero carácter de Edipo. O ese otro gazapo sobre Hypatia de Alejandría, movido por su proverbial odium Christi, y asentado en “La Nación” del 7 de agosto de 2009. De ambas salvajadas culturales hemos dado cuenta en su momento, el Dr. Bernardino Montejano y yo, mientras desde las irreconciliables antípodas pero con percepción concurrente, su cofrade Verbitsky lo desnudaba llamándolo “pavo real”, en inquietante nota del 2 de agosto de 2009 aparecida, claro, en “Página/12”. Ya se sabe el proverbio escolástico sosteniendo la validez de la verdad cualquiera sea su procedencia: “Veritas, a quocumque dicitur…”

Pero volvamos a los dichos del neuronovelista en el precitado reportaje de “La Nación”. Ya in fine, la desventurada Ana le da pie espetándole: “Ha padecido actos de antisemitismo”. Y el pavezno regio responde sin hesitar: “-Sí. Por ejemplo, la revista nazi Cabildo me sacó en tapa diciendo: Subversión a sola firma. Los siete pecados capitales de Aguinis. El primer pecado capital es ser judío. El segundo es ser democrático. El tercero, ser intelectual. El cuarto, psicoanalista, y así seguía. Pero el primer pecado era ser judío. No te olvides de que en esa época se hablaba de la sinagoga radical”.

Aguinis miente por lo que calla, y miente por lo que dice.

Calla que nuestra frontal oposición a su persona desde las páginas de “Cabildo” fue la reacción legítima, no sólo a su desembozada y ruin ofensa a la Iglesia Católica y a Su Divino Fundador, sino a ese plan totalitario y despótico que concibió como Secretario de Cultura del alfonsinismo, y al que puso el bombástico nombre de PRONDEC: Programa para la Democratización de la Cultura. El Prondec, digámoslo de una vez, era un grosero lavado de cerebro estatal, de neto corte gramsciano y neomarxista, antecedente y ensayo del ominoso Decreto 1086 del kirchnerismo. Casi como un símbolo trágico del objetivo insurreccional del Prondec, o acaso como un guiño endiablado de la absoluta impunidad para subvertirlo todo de la que gozaba el funcionario del abogado defensor de Santucho, Aguinis exhibía en su firma la estrella erpiana. No; no era él la víctima de ningún antisemitismo. Era y sigue siendo el victimario ritual de la Argentina Católica. No era el objeto de ninguna persecución nazi. Era el sujeto de una persecución hebrea a la Cruz, que aún no ha cesado.

De todo esto dimos prolijo y solitario testimonio en “Cabildo”, principalmente durante el año 1986. La respuesta del déspota, asentada en el órgano sionista “Nueva Presencia”, el 29 de agosto del mismo año, fue exigir “la eliminación de ese veneno que infecta a la sociedad”. Poco tiempo después, su mandante accedía al drástico pedido, cancelándosele a nuestra revista las franquicias postales para obstaculizar e impedir su libre circulación. Extraño ejercicio de la libertad de prensa el que concibe este “democratizador de la cultura”.

Pero el destronador de las glorias de Edipo, decíamos, no sólo miente por lo que calla sino por lo que dice. Y dice que en “Cabildo” escribimos una nota titulada “Los siete pecados capitales de Aguinis”, en la cual , “el primer pecado capital” que se le señalaba, era ser judío.

No hay absolutamente nada de eso. Lo comprobará el lector, pues a continuación de estas líneas reproduzco textual y lealmente la nota de mi autoría, que apareció en “Cabildo”, el Nº 102 de la segunda época, Buenos Aires, 15 de julio de 1986, págs. 6-7, bajo el título de Aguinis: Mala Letra, seguida del largo y fundado análisis que otro colaborador hacía del “proyecto totalitario” del Prondec.

Una vez más, Marcos Aguinis ha mentido. Es que él es “el socio del éxito”, como lo llama Any Ventura con razón, aunque en su ignorancia crea que lo está ponderando. Nosostros sabemos,desde Aristóteles, que el éxito no es criterio de Verdad; y nos seguimos preguntando con Balzac: “¿De cuántas infamias se compone un éxito?”

Una vez más, reiteramos, Aguinis ha mentido, cumpliéndose en él la sentencia irrevocable asentada por Jesucristo contra los fariseos, que recuerda nuestro epígrafe joánico.

No habrá derecho a réplica desde las logiadas páginas de “La Nación”. Nunca lo ha habido para nosotros, ni aún cuando fuimos vilmente atacados con nombre y apellido, en una noteja cobarde que escribió el exaltador de las gestas marranas el 3 de octubre de 2008.

Nada de esto importa ahora. Lo que importa es que sus declaraciones nos confirman que estamos en el buen camino. En efecto, más allá de las trapacerías en las que incurre, sabiendo la lenidad de la que goza como “intelectual” del sistema, es absolutamente cierto que hace 24 años desenmascaramos reciamente las trapisondas contraculturales de Aguinis.

A pesar del tiempo transcurrido, el hombre no se ha olvidado de la paliza recibida.

Sigamos entonces. Por la Nación contra el caos. Porque alguien tiene que decir la Verdad

Antonio Caponnetto


-----------------------------

AGUINIS: MALA LETRA

Por Antonio Caponnetto

“Cabildo”, segunda época, Nº 102,
Buenos Aires, 15 de julio de 1986, págs. 6-7


Ya nos hemos ocupado algunas veces del Sr. Aguinis. Desde los tiempos en que servía en un modesto segundo plano bajo las órdenes del inolvidable Gorostiza, hasta los de su encumbramiento sigiloso al actual cargo que detenta. Ya nos hemos ocupado de registrar sus juicios temerarios y sus gestos despóticos, sus poderes discrecionales y sus melifluas maneras, sus proyectos de colonizador cultural y sus desplantes de cancerbero advenedizo. Es que Aguinis las tiene todas consigo, y como diría el buen Tróccoli, no se priva de nada. Pero ¿qué cosa es, realmente, este sujeto de la revolución contracultural emprendida por la socialdemocracia vernácula?

Es un intelectual. De esos del “partido de los intelectuales” que zahería Peguy. Es decir, transido de materialismo y de naturalismo, de fatua autoproclamación de glorias, de inflado narcisismo y tono irreverente, siempre pronto para profanar u oscurecer lo más sagrado. Alguien que ha cambiado el amor a la sabiduría por el apego a la fama. La soledad del especulativo por la clientela electoral, el claustro de estudio por el bufete de burócrata, el tratado reflexivo por el “best seller” playero, el Plan Salvífico por el Plan de Alfabetización, la ciencia por los eslóganes ideológicos. Intelectual del sindicato de la “intelligentzia”; un gremio particularmente intranquilo y huelguista cada vez que la Patria está en pelea.

Es un demócrata; y de los observantes más ultramontanos. De los que queman incienso al proferir el nombre de la urna y practican la numerolatría como un rito iniciático. De los que plugan al Bajísimo y se entregan en latréutica ofrenda al culto de la soberanía popular. De los que anteponen el cuadernillo del '53 a la ley eterna, el sufragio universal al honor patrio, el elector al guerrero, el candidato al santo, la duración gubernamental a la perennidad nacional. La democracia es el pan con el que se debe comulgar obligatoriamente, coactivamente, a riesgo de quedar excomulgado de los tiempos modernos. El nuevo maná y la nueva Arca, que se ha de “internalizar” unánimemente si no se quiere ser un impío autoritario. La moral de los más, la rebelión de lo inferior, la tiranía de la cifra, la primacía de la inconsciencia, la desencialización de la realidad, la desontologización de la Criatura, la omisión de Dios Padre; y todo ello y tanto más, por decreto, bajo severa fiscalía y reglamentación estatal: éso es la democracia para el Secretario de Cultura.

Es un alfonsinista; subespecie ésta dentro de los demócratas que aunque en vías de extinción especifica al género. El alfonsinismo es la democracia de oferta, de ocasión. Una verdadera oportunidad; barata y casi una pichincha. Se envuelve como para regalo o se lleva puesta. Para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, y por si esto fuera poco, la Agencia Ratto otorga garantía de afiliación hasta 1989.

Es un psicoanalista. Esto es, alguien que no tuvo infancia sino etapa esfinteriana. Que no creció ni se hizo joven, ni se enamoró ni sufrió o se alegró a risotadas, ni quiso a sus padres o hermanos, ni soñó un imposible ni soñó ser de grande soldado o sacerdote. A cambio de ello, como se sabe, los psicoanalistas tienen complejo de Edipo, trauma de nacimiento, desarrollo evolutivo, pareja, catarsis, proyecciones oníricas, super yo, libidos reprimidas, paranoias y duelos varios. Psicoanalista Aguinis: alguien para quien la Argentina no es un misterio ni una tradición, ni una estirpe ni un destino, ni una victoria, pendiente, sino una sociedad neurótica y conflictuada por resabios autoritaristas de los que debe liberarse.

Y es un judío. Lo que equivale a decir —hablando claro— que es un enemigo de la Ciudad Cristiana, enemigo mortal de Cristo y de Su Realeza, hijo de los hijos del padre de la mentira. Judío y sionista, como se ha cansado de proclamarlo. Lo que suma a la enemistad teológica contra la identidad nacional una enemistad política y económica, una extranjería invasora y expoliadora de los pueblos, un racismo agresor y ofensivo. Hasta uno de esos organismos internacionales en los que cree con devoción laicista, reprobó el racismo sionista ante evidencias incuestionables.

Intelectual, demócrata, alfonsinista, psicoanalista, judío, sionista: he aquí alguien para quien parece haberse creado el Infierno. Sin embargo, es uno de los artífices del paraíso democrático. Es uno de los artífices de la subversión dominante y abarcadora.

Pero está haciendo mala letra. Tan mala que delata sus intenciones y sus propósitos, su enrolamiento ideológico y sus afinidades crapulosas. Tan mala que la grafía denuncia públicamente su biografía, y las letras se estrellan pentagramáticamente sobre los papeles públicos para rubricar los planes siniestros de la destrucción espiritual de la patria.

No prevalecerá la caligrafía de la subversión. Porque estas tierras fueron descubiertas por un hombre que estampaba en su firma un CRISTO FERENS: El que va con Cristo, el que lleva a Cristo. El Señor de los Ejércitos no permitirá definitivamente que ultrajen sus posesiones. El Verbo hecho carne, palabra de vida eterna, letra sagrada y nombre de los nombres, borrará todas las obras del Maligno y pondrá a todos sus enemigos bajo sus pies (I Corintios, 15, 25). Effunde frameam. Desenvaina tu espada, Señor. Y déjanos firmar con ella Tu Victoria.

sábado, 27 de marzo de 2010

Caso Williamson


WILLIAMSON, EL HOLOCAUSTO
Y LOS DERECHOS DE LA VERDAD

La Cuaresma está iniciada cuando escribimos estas páginas, y al tiempo que entramos en la Semana Santa, casi sin pena ni gloria, se cumple un año del desenlace del caso Williamson. Sin embargo, por diferentes que puedan parecer, estos dos temas –el caso de obispo y el tiempo litúrgico– se encuentran íntimamente entrelazados. Lo discutido y lo implicado en aquella polémica excede con creces la figura del pastor, razón por la cual creemos que es una oportunidad para plantear algunas cuestiones al respecto.

Momento para reflexionar en torno al Holocausto, lo cual no constituye —como cualquier observador imparcial sabe— única ni principalmente un debate histórico; oportunidad de desarticular el léxico político manejado hoy día, el cual, haciendo uso de la falsa ecuación antisemitismo=exterminio, pretende perturbarlo todo sin hacernos razonar demasiado. Ocasión, además, para una seria revisión de nuestro pensamiento en esta materia, en una época displicente, que se vanagloria de sostener que todo está sujeto a crítica.

Aunque pareciera que no todo. Queda abierta la puerta para preguntarse, y preguntarles a los transgresores, a los que demuelen tabúes, por qué existe uno que todavía no se atreven siquiera a rozar. De estos audaces pudo decir Nicolás Gómez Dávila que encarnaban el siguiente prototipo: “El inmoralista de este siglo crapuloso, es el asaltante heroico de una fortaleza sin defensores”.

No estará de más reflexionar acerca de la calculada indignación del mundo judío y sus innumerables voceros, que descubrió dos meses después de la entrevista de Mons. Richard Williamson que se ofendía la memoria de las invocadas víctimas.

La polémica en torno al Holocausto está conectada con una cuestión de legitimidad para las potencias aliadas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial; al decir esto, invariablemente entramos en el terreno político. Porque la mentalidad del hombre común –y no tan común– es insufriblemente maniquea. Allá los malos, aquí los buenos. Y si repiten su versión hasta el hartazgo, haciendo creer al mundo que son los buenos, automáticamente –por simple mecanismo psicológico– “los otros” quedan en el bando reprobado.

En la vereda de enfrente, Ian J. Kagedan lo confirma indirectamente cuando dice: “El recuerdo del Holocausto es el elemento principal del Nuevo Orden Mundial”.(1)

El caso Williamson mostró, una vez más, cómo opera la guerra semántica: ambigüedades, imprecisiones e inexactitudes respecto de los términos políticos –y también religiosos– fueron utilizadas como estrategia capital de confusión. Resulta lamentablemente infructífero el esfuerzo de las autoridades católicas de tomar distancia respecto al Nacionalsocialismo en la discusión con sus acusadores judíos y no judíos, pues no se puede discutir razonablemente con quienes son impermeables a razones. No interesándoles distinguir ni discriminar con justicia, no hay argumento que valga.

Debe decirse que todo el montaje mediático en torno a lo sucedido –pero también en cualquier tema relacionado con los vencidos en la II Guerra– gira alrededor de una formidable petición de principio: “la realidad del Holocausto es indiscutible porque nos consta la perversidad intrínseca del Nacionalsocialismo; y la perversidad intrínseca del Nacionalsocialismo es indiscutible porque nos consta la realidad del Holocausto”. De modo que el fundamento de aquel amarillismo y obsesión periodística puede ser calificado, sin escrúpulos, como un inmenso sofisma.

“Islandia no existe, porque sólo la vieron unos marineros estúpidos; y los marineros son estúpidos sólo porque vieron Islandia”, clamaba Chesterton desde las páginas de Ortodoxia, reemplazando Islandia por lo sobrenatural. Y explicaba cómo, haciendo uso de este razonamiento circular, los materialistas cierran el camino de sus inteligencias hacia lo que está por encima del hombre. En ninguno de los dos casos, algo se prueba mediante este recurso. El carácter indiscutible de estas convicciones es producto, exclusivamente, de la fuerza de la rutina y el acostumbramiento mediático.

Afirmamos, entonces, que se presenta una oportunidad importante para reflexionar, además, sobre la Filosofía, discurriendo respecto del significado de las palabras. En el nombre de la rosa, está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo, decía Borges en El Gólem. Pues bien, quien mire con atención el caso Williamson y sus implicaciones, advertirá de golpe la falsedad del nominalismo; porque tan importante es para los judíos la palabra Holocausto, que no están dispuestos a retroceder ante nada con tal que ella —y sólo ella— se mantenga incólume en su uso y significación.

¿No era que todas nuestras discusiones eran sólo palabras y no cosas? ¿Se advierte que no es indiferente el uso de determinados términos? ¿Se comprende, entonces, cuánta razón le asistía a San Atanasio al mantener firmemente el vocablo que hacía patente la divinidad de Cristo en el Credo? ¿Se ve qué importancia tiene expresarse mediante una correcta y clara semántica? ¿Se descubre el peligro de usar términos ideologizados para significar cosas buenas? ¿Se comprende que elegir correctamente las palabras no comporta un ridículo detallismo ni purismo sino una preocupación por evitar las confusiones? Evidentemente, a partir de 1945, la palabra “holocausto” adquiere un carácter indiscutible e intocable.

Indudablemente se plantea, como dijimos al inicio, toda una cuestión respecto de la libertad y de la crítica. La palabra libertad —ya deformada y convertida en un absoluto— parece encontrar ciertas limitaciones que sus mismos adoradores no hubiesen sospechado. Sin embargo, lo que habilita a criticar y a juzgar el Holocausto no es la libertad de expresión, sino los derechos de la Verdad.

No sería equivocado reflexionar, en plena Cuaresma, sobre la responsabilidad ineludible de Pilatos, que dándole la espalda a la Verdad, termina yendo a buscar la norma de su conducta en la turba mayoritaria. La quintaesencia de la soberanía popular, como reconoce el mismísimo Kelsen en la última página de su Esencia y valor de la democracia, citando precisamente el ejemplo del Viernes Santo. No, Pilatos, tus manos no estaban limpias aquella mañana. Como tampoco la de aquellos que aceptan la ley de la mayoría y pretenden desentenderse de sus efectos. Pilatos, tú no creías en la Verdad, y le diste la espalda cuando Ella se proclamó delante tuyo. Y la Verdad no insistió. “¡Temed a la verdad que se retira!”, grita Castellani en San Agustín y Nosotros.

El último enfoque del tema no puede ser sino sobrenatural. El misterio de la concurrencia de la sobrenaturaleza y la naturaleza queda patente en el caso Williamson. La Iglesia de Cristo goza de la promesa de su Divino Redentor y al mismo tiempo está conformada por unos miserables que somos nosotros. La Iglesia de Cristo, con sus luces y con sus sombras, con el pudor a la contradicción de sus mejores figuras y con el temor mundano de sus autoridades ante el poder judío; la Iglesia de Cristo, con su impecable doctrina en sus mejores teólogos y con sus defecciones diplomáticas y doctrinarias en los otros. Ésa, sí. A esa Iglesia amamos y queremos servir. Y por amor a Ella nos atrevemos a decirle estas cosas. Ni desesperanza ni derrotismo. Creemos firmemente en que las puertas del Infierno no prevalecerán. Cree más en Ella quien acepta y admite las defecciones de sus autoridades, manteniendo con todo su carácter sobrenatural, que quienes niegan sus errores, como si la verdad de nuestra fe dependiera de la bondad moral de la jerarquía. Practica mejor la obediencia quien sabe distinguirla de la obsecuencia.

Así, el caso Williamson se vuelve ocasión para reflexionar sobre la Humildad. La humildad es la verdad, y quien no entiende esto, anda en la mentira. Pues bien, ¿Qué es la verdad? Dice Castellani que con las mismas palabras con que se escribe esta pregunta, pero en latín, puede formarse esta otra oración: Est vir qui adest. «Es el varón que tienes delante», pudo haberle dicho Cristo a Pilatos.

Tenían a la verdad delante. Tenían a infinitos periodistas, hombres de negocios, cancilleres, jefes de gobierno, políticos, los más altas autoridades de la Iglesia, movilizándose a su gusto, acaso como un niño caprichoso que –sabedor de la debilidad de su familia– hace y deshace, exige y sube la apuesta, convencido de que maneja los hilos de la tiranía que danza y baila a su son. Entonces, ocurre toda esta movilización inaudita y ¿nadie sospecha nada? ¿Nadie olfatea nada? ¿Nadie se sorprendió de ver cómo la jerarquía católica volvíase de repente poseedora de una semántica unívoca, reacia a sucesivas interpretaciones? ¿Acaso no hubo escándalo cuando las autoridades, portavoces de la nueva enseñanza teológica, afirmaron que “quien niega la Shoah no conoce el misterio de Dios ni de la Cruz de Cristo”?

Nos quieren imponer que el Credo de Nicea se ha ampliado hasta reconocer en el orden de la fe sucesos que, de haber ocurrido, tuvieron lugar en pleno siglo XX. ¡Qué equivocados los mejores teólogos cuando enseñaron que la Revelación estaba cerrada con la muerte del apóstol Juan, autor del Prólogo del Verbo Increado, allá a fines del siglo primero! Apostaríamos que nadie puede explicar el nexo entre la Cruz y el Holocausto sin hacer uso de la picana intelectual.

Por lo dicho, es el momento de reflexionar sobre los límites de la autoridad. Ocasión para entender que algo es ley –o debería serlo– porque es bueno, y no es bueno porque es ley. Y ocasión, sobre todo, para desenmascarar la hipócrita utilización del argumento de “obediencia al Papa”, el cual en boca de algunos parece significar el rechazo y obstaculización del Summorum Pontificum de Benedicto XVI, la omisión de la fórmula de la consagración por muchos y la perturbación de la conciencia de los fieles que desean comulgar de rodillas.

Viene a cuento recordar cómo el mundo católico en las garras del progresismo puso el grito en el cielo ante la sola posibilidad de que la Fraternidad San Pío X quedara “incorporada” a la Iglesia. Leonardo Boff se expresó en estos términos: “Esta decisión del Papa me parece despreciable”.(2) Hans Küng, afirmó que el Papa “ha cometido un error colosal acogiendo a los cuatro obispos que dieron la espalda al segundo Concilio Vaticano…”.(3) Estos son los rebeldes contra el Papa: pseudo teólogos, falsos profetas, realmente. Hasta el mismísimo rabino Yehuda Levin, cabeza de 800 rabinos ortodoxos, declaró contra “el movimiento izquierdista disidente en la Iglesia Católica”, el cual “ha debilitado severamente las enseñanzas morales católicas sobre la vida y la familia durante los últimos cuarenta años”.

Y por eso dijo: “¿Qué está haciendo el Papa? Está intentando traer de regreso a los tradicionalistas porque tienen muchas cosas muy importantes para contribuir para el bien del catolicismo”.(4) Hasta el rabino se da cuenta del daño que el progresismo le hace a la Iglesia, en particular lo relacionado con la cultura de la vida.

En el medio de tantas cosas sucedidas, en el medio de tal cruce de caminos, es un deber no añadir más confusión a la ya existente, porque de toda palabra ociosa deberemos dar cuenta en el Último Día. Y por eso publicamos estas líneas, esperando no escandalizar a quienes aman sinceramente a la Iglesia, con el deseo de deshacer la confusión en que los fieles nos hallamos.

¿Se advierte aquí efectivamente se juega la teología? ¿Acaso el Holocausto podría ser una nueva verdad —intocable— de la fe?: “Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!”.(5)

El caso Williamson, además, desafía nuestra comprensión de la Iglesia y de Cristo, por lo que se convierte en una ocasión para profundizar más acabadamente la naturaleza de la Iglesia, divina y humana a la vez, como su Redentor. Esta es nuestra fe. Creemos que Cristo se ha inmolado por muchos y que el requisito para ir al cielo es la santidad, a la que accedemos por la Gracia. Y esto porque admitir que Dios puede hacerse verdadero hombre, implica admitir la naturaleza humana y visible de su Cuerpo Místico, la Iglesia, lo mismo que sus limitaciones, imperfecciones, por desconcertantes que fuesen.

Es más perfecto el amor que ve los defectos que el que no los ve. El primero es un amor lúcido: ama a pesar de lo que ve. El segundo, negándose a admitir las limitaciones de aquello que ama, es notoriamente distinto. Aquí la tensión interior se vuelve dramática, resplandece la virtud de la fe: “«El objeto de la fe es la paradoja» (…) La fe es lo más fácil y lo más difícil que hay. También es lo más claro y lo más oscuro; y así todos los místicos hablan de «la luz de la Fe», y de «la noche oscura de la Fe» (…) Así, el fiel tiene que mantener todas las paradojas de la fe, que crean en él una tensión que a veces lo crucifica. Sin a veces. Siempre lo crucifica, cuando la fe ha ingresado de veras en la vida. (…) Interminable crucifixión interna, Crux intellectus”.

Nuestro amor debe ser lúcido, y así será superior, sin eludir las tremendas pruebas que supone el sacrificio de lo más alto que posee el hombre –el entendimiento– cuando movido por la fe es llamado a postrarlo ante una luz que no puede ser colmada. Castellani nos advierte entonces que “Cuando la fe toca el intelecto, se produce la lucha y la oscuridad…”.(6)

Concluyamos hacia el punto principal.

Fue nuestro querido maestro, Antonio Caponnetto, el que desde valientes y esclarecedoras páginas puso el núcleo de la cuestión sobre el tapete,(7) al señalar que la palabra Holocausto buscaba ser, en la teología judaica, atribuida exclusivamente al pueblo hebreo, de tal manera que su aceptación implicaba que Cristo ya no fuese el único y verdadero Holocausto:

“Según esta teología, Israel, no Cristo, es el Cordero Inmolado. Perseguido durante siglos y ofreciéndose en sacrificio permanentemente, alcanza el punto culminante de su ofrenda cuando muere masivamente bajo las tropelías del Tercer Reich. Tropelías antisemitas que, en esta cosmovisión mesiánica del Israel carnal, no tendrían sino como fundamento último las mismas enseñanzas católicas que durante siglos y siglos habrían predicado la culpabilidad hebrea en la muerte de Cristo. Al nazismo se llega por culpa del cristianismo; y bajo el nazismo la oblación mesiánica de Israel alcanza su punto culminante”.

¿Advertimos que la aceptación de esta falsa teología por parte de los católicos abre el camino para la deformación de toda la historia de la salvación?

Lo que se busca es —arguyendo una inexistente continuidad entre nazismo y catolicismo— quitar de las espaldas de los judíos el adjetivo de deicidas, disfrazando su injusta agresión contra la Iglesia con el ropaje de una legítima defensa.

El lugar de la Víctima pasa a ser ocupado por los victimarios.

Deliberadamente, se omite discutir la cuestión judía a la luz de la mejor teología católica, para reducirla a cuestiones políticas, raciales y aún mundanas, desfigurando y confundiendo las nociones que permitirían resolverla, e impidiendo un honesto acercamiento al tema.

Pero hay algo que nadie puede cambiar, y es lo que se desprende de las Sagradas Escrituras:

“Bien sé que sois la posteridad de Abrahán, y sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros” (Jn. VIII, 37); “Sin embargo, ahora tratáis de matarme a Mí, hombre que os he dicho la verdad que aprendí de Dios” (Jn. VIII, 40); “Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio…” (Jn. VIII, 44); “Entonces tomaron piedras para arrojarlas sobre Él” (Jn. VIII, 59); “De nuevo los judíos recogieron piedras para lapidarlo” (Jn. X, 31); “Desde aquel día tomaron la resolución de hacerlo morir” (Jn. XI, 53); “¡La sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mt. XXVII, 25); “Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hc. II, 36); “Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os hiciera gracia de un homicida. Pero matasteis al autor de la vida…” (Hc. II, 14-15).

Si los judíos no son deicidas, Cristo y la Biblia han mentido.

“¿Qué hemos de hacer, hermanos?” preguntaron los judíos afligidos, luego de escuchar al vigoroso Cefas. “Pedro les contestó: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hc. II, 38).

Si los judíos no necesitan convertirse, Cristo está de más. Y si Cristo está de más, la Iglesia misma no es divina. Vana es nuestra fe.

“Cuando descubrimos que no podemos huir de Tí, huimos hacia Ti”. Vayamos corriendo a abrirle a la puerta al Señor en esta Cuaresma, sin responder mañana le abriremos, sino yendo derechamente a la Verdad, si acaso la hemos visto. El Cardenal Pie ponía en boca de un Cristo triste las siguientes palabras: “Si queréis venir a mí oblicuamente, yo también iré oblicuamente a vosotros”.

No vayamos a Nuestro Señor de costado, zigzagueando; no vayamos al Verbo con palabras anfibológicas; no vayamos al Crucificado sin asumir la realidad de la Cruz, las presentes y las futuras, las propias y ajenas.

“Si el mundo no te persigue, señal que el infierno no te teme”. Monseñor Williamson fue perseguido por las verdades que dijo. No convirtamos los signos de aprobación en signos de reprobación; sería tanto como decir Cristo expulsó a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios. Que nuestra palabra se convierta en luz para los que buscan la verdad y en cólera para los que la niegan con empecinamiento. Y que nuestras oraciones sean para todos, porque también es un precepto el amor a los enemigos.

Muy cercanos al Viernes Santo, pedimos, rogamos, imploramos por la conversión de los judíos, para que —rechazando la más injusta sentencia dictada por tribunal humano alguno, tal como los hermanos Lehman— vuelvan sus corazones, sus inteligencias y voluntades a la Verdad, la única excomulgada, y reconozcan a Jesucristo como el Mesías, Salvador del Mundo, incorporándose a las filas de su Santa Milicia.

Juan Carlos Monedero (H)

NOTAS:

1. Ian J. Kagedan, Director de Relaciones Gubernamentales de la B´nai B´rith de Canadá, Toronto Star, 26.11.1991.
2. http://infocatolica.com/blog/meradefensa.php/leonardo_boff_desprecia_lo_que_hace_el_p
3. http://www.webislam.com/?idt=12208
4. http://sacristanserrano.blogspot.com/2009/02/imperdible-el-rabino-lefebvrista.html
5. Carta a los Gálatas 1, 8-9.
6. Leonardo Castellani, Las ideas de mi Tío el Cura, Buenos Aires, Excalibur, 1984, págs. 224-225. Ideal comunista o ideal cristiano, capítulo 11: “Las paradojas de la fe”.
7. Cfr. El juramento antinegacionista, Antonio Caponnetto, http://revistacabildo.blogspot.com/2009/03/caso-williamson.html


miércoles, 24 de marzo de 2010

Mes de Rosas


SI ROSAS VIVIERA…

EL NACIONALISMO
RINDIÓ SU HOMENAJE AL
RESTAURADOR DE LAS LEYES



Un público que colmó con creces la capacidad del Teatro Empire se reunió el pasado 15 de marzo para escuchar a Antonio Caponnetto rendir el homenaje del Nacionalismo al Brigadier General Don Juan Manuel De Rosas.

En efecto, bajo el título “Si Rosas viviera…”, el lunes 15 de marzo, a las 19, tuvo lugar el homenaje del Nacionalismo Católico al Restaurador, ante un nuevo aniversario de su fallecimiento. Desde tempranas horas de la tarde, numerosos jóvenes se congregaron en las inmediaciones del Teatro Empire, ubicado a menos de cien metros del Congreso Nacional, para ingresar al salón.

La campaña de propaganda a través de afiches, volantes e Internet había sido intensa. Los principales edificios públicos, las calles del centro, las avenidas de la ciudad y los espacios públicos más importantes de la Capital y del Gran Buenos Aires lucían orgullosamente los vistosos carteles rojos con la imagen del caudillo federal.

Cubiertas las más de trescientas plateas del teatro y con un centenar de asistentes de pie, fue presentado al auditorio el orador, rodeado de fuertes aplausos.

Comenzó agradeciendo la presencia y la adhesión de camaradas nacionalistas de diversos puntos del país para luego dedicar un párrafo especial de felicitación hacia los jóvenes de VANGUARDIA DE LA JUVENTUD NACIONALISTA, quienes tuvieron a su cargo la propaganda del acto, su organización y seguridad.

No cabe duda de que se trató de uno de los actos públicos más importantes del Nacionalismo en los últimos años. Por eso mismo, constituye una esperanza y un aliciente para continuar en la brecha, procurando poner al Nacionalismo en pie en toda la Nación.

A continuación, damos a conocer la grabación íntegra de la conferencia de Antonio Caponnetto.

Get this widget | Track details | eSnips Social DNA

martes, 23 de marzo de 2010

Un 1º de Abril


PRIMERA MISA
EN LA ARGENTINA


El 1º de abril de 1520, en el actual Puerto San Julián, provincia de Santa Cruz, se celebró por vez primera la Santa Misa en lo que es hoy nuestro territorio nacional. Era entonces ese día la festividad del Domingo de Ramos. La orden fue impartida por Hernando de Magallanes, y el celebrante fue el sacerdote español, nacido en Écija, Pedro de Valderrama.

Si creemos que la historia es Cristocéntrica, si afirmamos que Jesucristo es el eje de la Historia y que los siglos giran a su alrededor, éste es el día en que nació la patria argentina, sin mengua de recordar siempre el 12 de octubre de 1492, cuando se inauguró la gran nación hispanoamericana.

Al cumplirse los 450 años de este trascendental suceso, Paulo VI remitió una Carta, fechada el 19 de marzo de 1970, pidiendo que “la Eucaristía, perpetuación de la Ultima Cena y del Sacrificio del Gólgota, sea siempre y efectivamente, en la trayectoria de la comunidad católica nacional y en la vida de cada uno de sus miembros, un sacramento de piedad que los mantenga fuertes y fieles”.

En este año 2010 se cumplen 490 años de esta primera misa, y mucho nos tememos que la fecha pase casi inadvertida, en medio de un sinfín de festejos mendaces sobre el Bicentenario. Entre esas mendacidades, precisamente, es la mayor sostener que el 25 de Mayo de 1810 nació la patria, segregando esta fecha y su sentido de toda raíz hispánica y católica. Tal la postura oficial del ideologismo liberal y marxista.

La patria argentina, hablando con propiedad, tiene esta olvidada y traicionada fecha de origen: 1º de abril de 1520. El día en que por primera vez —en un sitio patagónico al que todavía rememora un austero monumento— Cristo Jesús se quedó con nosotros perpetuamente en el Sacramento Eucarístico.

A 490 años, la Divina Providencia ha querido que la efemérides coincida con el Jueves Santo, solemnidad en la que celebramos justamente la institución de la Eucaristía. Inmejorable ocasión para agregarle al festejo sacro el recuerdo de la carta fundacional de La Argentina.


Todo es sur en la tierra, en el mar o en el aire,
sureñas las jarillas recamadas de abril.
Meridional el molle, las retamas, los cactus,
inaugurando verdes, alineando un pretil.

Todo es sur sobre el agua, la garza fugitiva,
fundando con sus alas los senderos costeños,
mediodía el paisaje soleado de gramíneas,
son australes los talas, sufridos y abajeños.

Loberías insomnes ven llegar cinco naves,
las mira el horizonte de San Julián al este.
Las ven los cormoranes con milenios de asombros,
y el patagón bravío que impacienta su hueste.

La Nao Capitana lleva anclada en su casco,
Trinidad, la palabra que le marca un destino.
El mesana flamea la bandera de España,
pero el mástil de proa roza un cielo argentino.

Bajan aquellos hombres como bajan los héroes,
marcialmente callados, superando pesares,
la cicatriz por yelmo cuando hasta al alma hiere,
la dura peripecia clavada en los ijares.

Magallanes, quien sabe, si cayó de rodillas,
si añoró de Sanlúcar sus pueblerinos tramos,
junto a un mapa sin bordes, su antañón calendario
le marcaba la fiesta del Domingo de Ramos.

Como aquel que bendice los soplos de los vientos
su mano trazó el sitio del mayor abordaje:
el altar con la cruz, el sagrario, los cirios,
un retablo de océano hecho espuma y celaje.

Imagino los brazos que acarrearon las piedras,
mojados de salitre, heridos del casquijo,
para dar forma al ara de gólgota y de mesa
erigiendo en la cima, austero, el Crucifijo.

Pedro de Valderrama se reviste despacio,
se recuerda muy joven en su hogar ecijano,
el cíngulo lo aferra, la casulla lo inviste,
se inclina con un beso sobre el misal romano.

Contritos, genuflexos, marinos o soldados,
veteranos de hazañas contra el moro tenaz,
contemplan la hostia blanca, la contempla el nativo,
forman arcos de olivo sobre esa patria agraz.

Algo que ahora llamamos lágrimas de alegría
y que entonces fue estío mojando las acacias,
retumbó en el desierto ante el primer Pan Vivo,
al Ite, missa est decían: Deo gratias.

Antonio Caponnetto

lunes, 22 de marzo de 2010

Testigo de cargo


¡CUIDADO,
PSICÓLOGOS SUELTOS!


Uno de mis hijos caminaba por los pasillos del Palacio del Congreso cuando vio, en un rincón y con todo el aspecto de ser material descartado, una montañita de cartas y revistas en sobres de correo sin señas aparentes de haber sido abiertos. Le preguntó por ellas a un ordenanza que pasaba y se enteró de que los padres de la Patria desechaban así muchas veces la correspondencia que les llega en exceso. Y que ya pasaría el personal de limpieza y llevaría todo eso a su destino ígneo.

Cuando mi hijo le preguntó si podía retirar algo, le contestó —con el laconismo militar de los ordenanzas— “Sírvase”. Invitación que mi hijo acogió de buen grado porque había visto, en el montón de basura, algo que despertó su curiosidad y que sabía que me interesaría.

Así llegó a mis manos —por esta curiosa vía— un cuasi folleto y como revista impresa en papel satinado de primera calidad, acompañada de un DVD, con el asombroso título de “La psiquiatría. Una industria de la muerte” confeccionada por una llamada “Comisión de Ciudadanos por los derechos humanos” que manifiesta tener su sede en 6616 Sunset Boulevard de Los Ángeles y un sitio en la web (www.cchr.org).

Ojeada que fuera la revista-folleto y contemplado el DVD puedo informar a mis lectores que se trata de un feroz ataque contra el conjunto de la psiquiatría, a la que califica de “flagelo” y de la que dice cosas tan dulces como que es “el mayor fraude de todos los tiempos y el más peligroso” y que “no sabe cómo curar ni un solo problema mental”.

Luego golpea con esos datos numéricos que tanto gustan a los norteamericanos: “En los últimos cuarenta años ha muerto casi el doble de americanos en hospitales psiquiátricos del gobierno que el número de soldados de esa nacionalidad muertos en batalla en todas las guerras en las que los Estados Unidos ha participado desde 1776”.

¡Atiza! Y todo esto sólo en la Introducción. La cual se pone interesante cuando transcribe críticamente esta declaración de Brock Chisholm, cofundador de la Federación Mundial de Salud Mental, hecha en 1945: “Para lograr el gobierno mundial hay que eliminar de la mente del hombre su individualismo, lealtad a las tradiciones familiares, el patriotismo nacional y los dogmas religiosos”. Cita que parece indicar que el origen del folleto es la derecha americana. Pero, en rigor, importa poco. Lo que importa, en cambio, son las 67 páginas de denuncias que abarcan desde los orígenes en el siglo XVIII hasta la fecha. Un dato curioso es que, aunque reserva cuatro páginas a la psiquiatría nazi omite por completo los hospitales psiquiátricos soviéticos.

El conjunto es un compendio de denuncias escalofriantes en esa curiosa mezcla que es tan común encontrar en la derecha americana datos interesantes e importantes mezclados con alegaciones poco serias y sin base aparente. Se trata de presentar a la psiquiatría como una conspiración basada en un formidable negocio. Pero uno puede concluir, por lo pronto, que si sólo el diez por ciento de lo denunciado fuera cierto, nos encontramos frente a un gravísimo problema del cual apenas hay conciencia.

Problema a cuya presentación en este folleto le falta lo que suele faltar a la derecha americana: una visión de conjunto que se elude porque pondría en cuestión las bases mismas de esa derecha.

Este asunto comenzó cuando en los siglos XVII y XVIII se puso una confianza desproporcionada y ciega en la ciencia y se supuso que ella develaría todos los enigmas del hombre y solucionaría todos sus problemas. Por eso en los albores del XIX surgieron dos nuevas disciplinas— la sociología y la psicología— que intentarían trasladar los logros de las ciencias de la naturaleza al terreno humano, estudiando al hombre como ser social y como ser individual.

(No necesito decir que la psiquis ya había sido objeto de estudios y de desarrollos dentro de lo que se llamaban humanidades, pero ahora todo esto venía envuelto en una metodología y en unas pretensiones científicas).

CIENCIAS HUMANAS

Nacían así lo que después se llamarían ciencias humanas. Pero es indispensable comprender que el programa de esas ciencias no se limitaba al estudio del hombre sino que pretendían actuar sobre su conducta, realizarse como soluciones. Así como las ciencias naturales no se conformaban con descubrir cómo funciona la naturaleza sino que deseaban deducir formas concretas de aplicar ese conocimiento al dominio de las fuerzas naturales.

En el año 1637 Descartes había escrito, en “El discurso del método”, lo que creo es el programa completo de la modernidad: la suplantación de los viejos discursos de la filosofía por los nuevos métodos de la ciencia que nos harían “dueños y poseedores” de la naturaleza.

No era una empresa de conocimiento, era una empresa de dominio. Lo mismo pasará con las ciencias del hombre: no se trataba principalmente de entender al hombre sino de dotarlo de los conocimientos que le permitirían vivir según los preceptos de la razón.

Para ello, tanto la psicología como la sociología se trazaban un programa empinado puesto que, en definitiva, venía a reemplazar a todo lo que la tradición había edificado durante milenios.

Es aquí donde las ciencias del hombre fracasaron. No pudieron construir un conjunto de conocimientos que tuvieran la aceptación que se había logrado en las ciencias de la naturaleza. Después de doscientos años, hay una matemática y una física pero sólo hay escuelas en psicología y en sociología que debaten entre sí.

Lo cual no quiere decir que se hayan abandonado los viejos sueños de dominar la conducta humana. Así debe entenderse la denuncia que glosamos en la notícula anterior. El establishment psicológico es, como allí se denuncia, un centro de poder que sólo está sujeto a la crítica de sus pares porque es Ciencia (con mayúscula) y nadie puede juzgarla sino desde ella misma. Pero es una verdad que todos sabemos que los psicólogos se equivocan a cada rato, como todos los seres humanos.

Lo malo es que los errores de ellos terminan muchas veces en desastres o en la internación de por vida de una persona inocente.

La Ciencia ya no es lo que era en el XIX. La historia de Frankenstein —el experimento científico que se escapa de las manos del hombre que lo realiza— se multiplica (recordar Jurassic Park) y ahora comienzan a pulular las advertencias del tipo de la que comentamos.

¿Recuerdas, lector, la Marujita de la que hablé en el número pasado? Expresaba una fe en la ciencia como salvadora que se ha ido marchitando sin remedio. Es que la Inquisición ha quedado muy pero muy chiquitita al lado de lo que se hizo en nombre de la razón y de la ciencia. ¿Recuerdas el socialismo “científico” de Carlos Marx? ¿Recuerdas el Gulag, los seis milones de ucranios muertos de hambre? ¿Recuerdas la democracia liberal que terminó la guerra con dos golpetazos de ciencia sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿Recuerdas los millones de niños abortados? ¿y los crímenes de la posguerra? Pero seamos justos. También los alemanes cometieron crímenes aunque no sea en la cantidad ni forma en que lo dicen sus enemigos. ¿Y los cometieron en nombre de qué? De la ciencia racista, el elemento moderno del nacionalsocialismo.

¿Desacredita todo esto a la ciencia? Claro está que no, pero marca que sigue siendo un método de conocimiento entre otros y que puede ser usado para bien o para mal. Y que cuando se suelta del control moral puede terminar en una industria de muerte.

EL FRACASO DE UN ÍDOLO

Sí, la ciencia ha sido el instrumento o el pretexto de muchos horrores, de horrores que dejan a los anteriores muy atrás. Pero no es eso sólo lo que ha hecho perder a la ciencia su predicamento. Lo más grave fueron las defraudadas esperanzas puestas en ella a través del progresismo, esa neorreligión surgida en Europa en el siglo XVIII.

Se suponía que la ciencia tenía todas las respuestas, que proporcionaba todas las explicaciones que el hombre necesita para vivir. Y ¿qué sucedió? Pues, que la ciencia se fue por un lado (el conocimiento cada vez más minucioso de la naturaleza) y las respuestas esenciales por otro.

Mire Usted dónde estamos hoy. Los biólogos descubren el ADN que muestra más allá de toda duda razonable que desde el momento de la concepción hay en el vientre de la mujer un ser distinto y que contiene, en semilla, todas las características que lo van a distinguir en cuanto emprenda la vida transuterina. Y ¿cómo responde la “sabiduría de nuestro tiempo”? Diciendo, por boca de millones de féminas adiestradas que ellas tienen derecho sobre sus cuerpos y que ese derecho llega hasta suprimir “eso” que llevan en su seno.

Los investigadores descubren que entre hombre y mujer hay diferencias esenciales que van desde los genitales al cerebro. ¿Qué dicen los modernos? Que hombre/mujer es una construcción cultural y que, en consecuencia, uno elige su sexo como en un shopping. Y todavía peor. Todo el ancho campo del arte de vivir, el discernimiento de lo bueno y lo malo, todo ese campo en el que la ciencia nada tiene que decir ¿en qué manos cae? En los libros de autoayuda, en largas colecciones de lugares comunes o perversidades disfrazadas de sabiduría.
Todavía hay un último escalón. Los que buscan en los libros de autoayuda las respuestas que no encuentran en la ciencia son casi una aristocracia al lado de los millones que no leen ningún libro y confían entonces en los horóscopos, en el tarot o en los extraterrestres.

Cuenta Arthur Koestler, en su fascinante biografía, que su alimento espiritual, a principios del siglo XX, era un divulgador científico de moda, Haeckel, autor de “Los enigmas del Universo”.

En ese libro se sostenía que de los siete mencionados enigmas, seis estaban ya resueltos y el séptimo —el libre albedrío— era un simple dogma basado en una ilusión. Comenta Koestler: “Era muy alentador saber, a los catorce años, que todos los enigmas del universo habían sido resueltos. Sin embargo, subsistía una duda en mi mente porque, por algún descuido, la paradoja del infinito y de la eternidad no habían sido incluidas en la lista”.

DE DOCTA IGNORANCIA

En “La Nación” del 6 de marzo de 2009 leímos con sorpresa que la docta doctora Argibay, miembra (lo decimos así para que no se enoje Cristina ni nos persiga el INADI) de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, declara —a propósito del elogio de la pena de muerte que hizo la indocta Susana Giménez— “que la Constitución argentina no permie la pena de muerte, de modo que cuando se la reclama lo que se está pidiendo es que se viole la Constitución Nacional” (sic).

Caramba, hasta el momento en que habló la jueza creíamos que la constitución podía reformarse en el todo o en parte y que era un derecho de todo ciudadano peticionar a las autoridades que se modifique. Sí, pero el Pacto de San José de Cosa Rica. Sí, pero también el pacto puede denunciarse.

De modo que en la confrontación entre la pulposa actriz y la no menos pulposa (pero en otros lados) doctora, la que lleva razón es la actriz. Ella se limitó a decir que en su opinión “el que mata, debe morir”, o sea que implícitamente ha dicho: soy partidaria de que se modifique la Constitución y se permita la pena de muerte. ¿Dónde está la violación de la Constitución? Debe ser que la Argibay piensa que las cláusulas actuales de nuestra Ley Suprema son verdades dogmáticas como los pronunciamientos ex cáthedra del Sumo Pontífice. Y el Holocausto.

LA NOCHE NO QUEDÓ ATRÁS

Por una mala crítica publicada por el diario español “ABC” me entero de que se ha reeditado —por la editorial Seix Barral— el libro de Jan Valtin (cuyo verdadero nombre era Richard Krebs) titulado “La noche quedó atrás”. En la edición de Claridad lo leí en 1943, hace ya bastante más de sesenta años y lo releí infinitas veces hasta saberme de memoria muchas páginas.

Es un libro de memorias que adopta a veces una forma levemente novelada. Su autor fue un personaje importante del comunismo alemán, capturado por la GESTAPO (Geheime Staat Polizei; Policía secreta del Estado) a fines de 1933. Pocos años después logró convencer a sus carceleros que trabajaría para ellos. Lo soltaron, rompió con el comunismo y se exilió en Estados Unidos.

Pero el valor del libro está en la descripción descarnada y auténtica de lo que fue el enfrentamiento entre comunistas y nacionalsocialistas. Krebs/Valtin no oculta nada, no es un libro escrito para demostrar algo, sino que es simplemente el relato de una vida perdida en medio de la tormenta de esa lucha a muerte. Pero, en mi opinión, sin leerlo no se puede entender al nacionalsocialismo, al comunismo y —si me apuran— hasta al siglo XX.

Para los que se interesen en esos temas me permito recomendarlo muy calurosamente.

HAZTE AMIGO DEL JUEZ

En el número anterior expusimos las diez conclusiones principales que pueden extraerse de la historia del siglo XX. Ahora un recorte sin fecha de “El País” que me envía mi buen amigo ARP viene a ilustrar una de esas conclusiones. Concretamente la quinta, que recordaba que “matar se puede, pero no a judíos”.

Veamos: los europeos inventaron un disparate propio de esta época de marxismo (de Groucho Marx). Se llama nada menos que la jurisdicción universal. Durante milenios, los jueces han tenido una jurisdicción territorial acotada. Es decir, un pedazo de tierra donde ellos pueden “decir el derecho” (juris. Dictio).

Pues eso es lo que hacen los jueces: hacer que el derecho que está en las leyes generales diga lo que contiene para el caso particular que se le somete al juez. Entre otros fundamentos, porque en el territorio en que el juez decía el derecho contaba con los medios coactivos de hacer cumplir la sentencia. Un juez de Bélgica juzgaba sólo los casos sucedidos en Bélgica porque en Holanda la policía no lo obedecía y si le ordenaba detener a un sospechoso pues… se quedaba con las ganas.

Pero en la Europa actual todo eso cambió. Por vía legislativa y jurisprudencial se instauró la jurisdicción universal. Claro que en materia de delitos atroces, es decir los que comete la derecha. Ahora los jueces de varios países europeos pueden —y, consecuentemente, deben— juzgar cualquier atrocidad cometida en cualquier país de la tierra. De allí los intentos de jueces españoles, franceses e italianos de indagar los crímenes de nuestros años setenta, desde luego los atribuidos a las Fuerzas Armadas, porque los otros… se ruega volver al decálogo.

En el diario arriba mencionado, un señor José Yoldi escribe un artículo titulado “La diplomacia amordazó a la justicia” en el que relata que un juez español cometió el desatino de querer juzgar a combatientes israelíes por las atrocidades cometidas en Gaza. ¿Qué sucedió? Dejemos la palabra a Yoldi: “Lo que no pudo lograr George Bush y su todopoderosa Secretaria de Estado, Condolezza Rice, lo que no logró el Partido Comunista chino ni su gobierno de más de mil trescientos millones de habitantes… lo que no obtuvieron gobernantes y dictadores de Guatemala, Chile y Argentina, lo ha alcanzado la Ministra de Relaciones Exteriores de Israel, Tzipi Livni, con una llamada telefónica. Eso es poder”.

¿Entendiste bien, lector amigo? Lo que la Tzipi debe haberle recordado al Zapatero es el quinto punto de mi decálogo. “Oye, primer ministro, que los que matamos no son judíos sino sólo palestinos. A no amolar”.

Y en efecto, obediente, el Zapatero hizo los arreglos correspondientes y el juicio de jurisdicción universal se archivó per omnia sæcula sæculorum. Y colorín colorado…

Aníbal D'Ángelo Rodríguez

domingo, 21 de marzo de 2010

Para el tiempo de Pasión


NATURALEZA DE
LA MORTIFICACIÓN

OBJETO DE LA MORTIFICACIÓN

La mortificación es menos una virtud que un conjunto de virtudes; más precisamente, es el punto de partida para la práctica de la virtud. Su objeto es reprimir y hacer morir, tanto como sea posible, lo que en nosotros mismos es causa de pecado, es decir, la carne o el hombre viejo. Trabaja en hacer morir a la naturaleza, no en lo que tiene de bueno y que es obra de Dios, sino en lo que tiene de viciado y de desordenado, y que es consecuencia del pecado original.

La mortificación tiene nombres muy variados, que hacen resaltar mejor su naturaleza. En efecto, se la llama : mortificación, porque tiende a reducir al viejo hombre a un estado de muerte y de impotencia para producir su obra, el pecado; penitencia, especialmente cuando nace del arrepentimiento del pecado cometido y del deseo de reparar sus consecuencias; abnegación de sí mismo, o renuncia a sí mismo, porque consiste en renunciarse a sí mismo en la propia naturaleza viciada, a establecerse frente al viejo hombre en un estado de ruptura, de enemistad y de odio, hasta el punto de querer y perseguir su muerte; y, finalmente, espíritu de sacrificio, porque por ella nos unimos al sacrificio de Jesús, Víctima en la cruz y en el altar, para ofrecer, con Él y por Él, una digna reparación a la justicia divina. De estos diversos aspectos se sigue que el principio fundamental y el alma de la mortificación cristiana es el odio al pecado, y, por consiguiente, al hombre viejo, causa primera y principal del pecado.

FINALIDAD DE LA MORTIFICACIÓN

El fin de la mortificación es permitir que el hombre nuevo crezca en nosotros y alcance su pleno desarrollo. Por eso, en realidad es una vivificación. La mortificación no es, pues, un fin en sí misma, sino sólo un medio: “No morimos sino para vivir; todo el cristianismo y toda la perfección se resumen en esta muerte y en esta vida” (Padre Chaminade). No morimos a una vida inferior, la vida de la naturaleza viciada, la vida del viejo hombre, sino para vivir una vida superior, la vida divina de Cristo. No renunciamos a las riquezas perecederas, a los goces groseros y envenenados de los sentidos, a las vanas grandezas de este mundo, deseados por la triple concupiscencia, sino para alcanzar el solo bien verdadero, la sola verdadera bienaventuranza, la sola verdadera grandeza, en la unión eterna con Dios.

Observación: por lo visto hasta ahora, deducimos que la mortificación es el complemento del bautismo. En efecto, su objeto es remediar las secuelas del pecado original, secuelas que el bautismo no borró, sino que dejó en nosotros; y su fin es hacer posible el crecimiento de la vida de la gracia, que el bautismo depositó en nosotros al estado de germen.

GÉNEROS DE MORTIFICACIÓN

Como el hombre está compuesto de cuerpo y alma, el campo de la mortificación es doble: la ejercida sobre el cuerpo y los sentidos, la mortificación se llama exterior; y ejercida sobre el alma y sus facultades, que se llama interior.

1º) La mortificación interior es la más importante:

a) Porque se ejerce inmediatamente sobre la parte más noble de nuestro ser, el alma, para limpiarla del pecado y permitirle unirse a Dios, su último fin;

b) Porque la mortificación interior es el principio de la mortificación exterior: la mortificación exterior, sin la interior, sería un formalismo farisaico, sin valor a los ojos de Dios y sin mérito para el alma.


2º) Aunque menos importante, la mortificación exterior es absolutamente necesaria:


a) Porque es la condición primera de la mortificación interior: quien no comienza por dominar el cuerpo y los sentidos, no logrará nunca dominar el alma y sus facultades, ya que las impresiones exteriores, que nos vienen por los sentidos, son las que alimentan la imaginación, despiertan y excitan las pasiones, distraen el espíritu y solicitan la voluntad al mal;

b) Porque la mortificación exterior es el complemento necesario de la mortificación interior: ésta, para ser perfecta, debe extenderse al exterior, pues todo desorden del alma tiende a traducirse exteriormente, y por lo tanto debe ser reprimido hasta en su manifestación exterior.


De ahí se sigue que las dos formas de mortificación son inseparables: deben sostenerse y completarse mutuamente.


OBLIGACIÓN DE LA MORTIFICACIÓN

La mortificación se impone a nosotros como una ley fundamental a título de hombres y de cristianos (…)

Obligación de la mortificación a título de hombres: sólo es verdaderamente hombre el que lleva una vida naturalmente honesta y conforme a la sana razón. Ahora bien, es imposible vivir una vida honesta según la sana razón si, por medio de esfuerzos incesantes, y a veces heroicos, no reprimimos los instintos perversos de nuestra naturaleza viciada.

Obligación de la mortificación a título de cristianos: como cristianos, somos los discípulos de Cristo y los miembros de Cristo; y a este doble título estamos obligados a la mortificación.

1º) Discípulos de Jesucristo, debemos conformarnos a su doctrina e imitar su ejemplo.
a) La doctrina de Jesucristo. “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mt. 16 24); “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, después de echado en tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto. Quien ama su vida la perderá; mas el que aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna” (Jn. 12 24-25); “Si no hiciereis penitencia, pereceréis todos igualmente” (Lc. 13 1-5). Lo que Jesucristo promete a sus discípulos en esta vida no es la paz, sino la espada, símbolo de una lucha incesante; no son las diversiones, sino la cruz, símbolo de todo lo que inmola más dolorosamente la naturaleza: “No penséis que Yo haya venido a traer la paz, sino la espada… Quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de Mí” (Mt. 10 34 y 38).

San Pablo, a su vez, formula la misma ley fundamental: “Los que son de Cristo tienen crucificada su propia carne con sus vicios y concupiscencias” (Gál. 5 24); “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios... Porque si viviereis según la carne, moriréis; mas si con el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8 8 y 13); “Castigo a mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado” (1 Cor. 9 27).

b) El ejemplo de Jesucristo. En Jesús, la naturaleza humana era de una rectitud perfectísima. Por lo tanto, no pudiendo practicar la mortificación como nosotros, a saber, bajo forma de represión del viejo hombre, la practicó, para servirnos de modelo, bajo la forma de renuncia a todas las satisfacciones de la vida presente, abrazando voluntariamente una vida llena de pobreza, de sufrimientos y de humillaciones.

2º) Miembros de Jesucristo, debemos, según la expresión de San Pablo, continuar y acabar por nuestra parte su sacrificio en la cruz, y lo que falta a sus padecimientos (Col. 1 24). En efecto, el sacrificio de Jesucristo, aunque es de un valor infinito, no alcanza la plenitud de sus efectos, para nosotros y para las almas, sino en la medida en que nosotros tomamos parte en él. Jesucristo, no pudiendo ya sufrir ni merecer en su cuerpo natural, que está en la gloria, se complace en sufrir y merecer cada día en cada uno de los miembros de su cuerpo místico.

(Tomado de un Curso de Espiritualidad)

lunes, 15 de marzo de 2010

Hoy


POR DON JUAN MANUEL

HOY A LAS 19:00

miércoles, 10 de marzo de 2010

Rimas


RIMAS GOLPISTAS

Cerrábase la tarde del 9 de marzo cuando la Suprema Corte de Justicia emitió un Comunicado exhortando —entre otras cosas— a que aquellos que tienen “responsabilidades de gobierno” se expresen “con mesura y equilibrio, porque respetar la magistratura es la mejor manera de dar tranquilidad a los ciudadanos”.

La nota —nadie sabe si salida del recio varón del Supremo Tribunal o de la señorita otrora desaparecida y regresada a la vida como jueza— es por demás justificada, legítima y oportuna en su contenido. Y en las maneras, si de amaneramientos parlamos, está más próxima a una misiva episcopal que a una fogosa catilinaria.

Empero, la Presidenta, a quien ningún saber arredra ni ciencia le es ajena, rechazó su contenido, con un argumento de irrebatible cuño filológico: “la palabra mesura tiene mucho sonido a censura”.

Por el bien del sufrido pudor, y de la diafanidad lingüística de la polis, lo primero que debemos hacer es dar gracias a la Corte por no haberse valido de aquellas expresiones de intranquilizantes disidencias, capaces de suscitar las más ordinarias cuanto vertiginosas asonancias presidenciales.

Pero cumplidos aparte, la verdad es que la reacción de la Kirchner introduce una nueva figura cuasidelictiva que, sin ser expertos en la materia, nos atrevemos a calificar como portación de similicadencia.

En efecto, en adelante, nadie podrá pedirle a la señora que tenga seso, pues rima con Proceso; ni que evite la corruptela pues forma un pareado de lesa humanidad con Videla; ni que acabe con la usura, porque puede armonizar acústicamente con dictadura; ni que trabaje por la nación, de aconsonantada proximidad con represión.

Los más ortodoxos, incluso, como el peraltado Aníbal, podrían promover un Decreto de Necesidad y Urgencia prohibiendo que el Gobierno recuerde y acuerde, pues salta a la vista que “tiene mucho sonido a Falcon verde”. En tan sensata línea de decisiones, Guillermo Moreno gravaría con un novel impuesto el uso de todo vocablo terminado en chorro, incluyendo el inofensivo arcaísmo horro; y el diligente Moyano sacudiría con un camionetazo homérico a todo aquel que osare recordar que su gentilicio concuerda con afano. Asimismo, serían declarados de interés nacional aquellos versos de Ana Inés Bonnin Armstrong, que cantan primorosos: Esmaltarás la tierra toda sin mesura; y hasta el antañón adagio : “vino con hartura y tajada con mesura” podría serle atribuido al Dr. Carlos Fayt, suprimiéndoselo de nuestros refraneros por desestabilizador. Tal vez, la Bonafini extienda las sanciones fonológicas a los dígitos cardinales, pidiendo cárceles comunes a quienes insinuaran que 30 mil asocia su tañido con febril.

En suma, que estamos ante una extraordinaria restauración semántica, imprevista aún en los mejores tiempos del culteranismo. ¿Pudo acaso Nebrija imaginar que las palabras se dividen entre las que tienen mucho sonido a censura y el resto de las voces? ¿Se le ocurrió al de Estagira columbrar estas nuevas especies de términos? ¿Supieron ésto los gramáticos de Alejandría?

Hubo un tiempo en que pedir y entregar mesura, era sinónimo de la mayor hidalguía que podía ostentar un hombre público. Recuérdese que el juglar cidiano elogia a Don Rodrigo, en repetidas ocasiones, diciendo de él que “fabló bien et tan mesurado”. Hoy resulta que palabra tan alta es rechazada por sus connotaciones fonéticas. Y que la artífice de tal rechazo convive ideológicamente con un sujeto horripilante que destroza los sonidos del habla castellana a cada tramo de gangosa dicción.

Por eso, y al margen ya de las merecidas parrafadas en sorna, triste cosa es para una patria que supo rendirle culto a la palabra bella y honesta, que su primera testa política sea una fémina en la que la incultura compite con la arrogancia, la memez con la soberbia, la tosquedad con el engreimiento y el despotismo con la logomaquia.

Porque hablando con la propiedad idiomática que le es ajena, este último término es el que hoy se le aplica. La logomaquia, en efecto, es aquella discusión en que se atiende a las palabras y no al fondo del asunto. Una variante ya probada de los antiguos sofismas que reprobara Sócrates.

El fondo del asunto no es la cadencia de los fonemas, sino la tiranía de su mandato, en el que son ultrajados a diario el Orden Natural y el Decálogo, la dignidad nacional y el decoro social.

Lo que la señora y su amo le adeudan explicar a la Argentina, no es cuáles son aquellas palabras que “tienen mucho sonido a censura”, sino cuáles son aquellos actos de su gobierno que suenan rotunda y estentóreamente a latrocinio, a canallada, a impiedad y a cultura de la muerte.

Entretanto, los compatriotas sufridos y cabales, ya no podemos evitar que la palabra kirchnerismo nos siga sonando a estiércol.

Antonio Caponnetto