viernes, 30 de octubre de 2009

Denuncias

                              

LAS POLÍTICAS DEL LENGUAJE


LENGUAJE E IDEOLOGÍA

La ideología del género está metiéndose en los entresijos de la conciencia nacional.  Avanza tenazmente y como ejército de ocupación no deja espacios sin devastar.  Una legislación que la sostenga, reformas educativas que desde el aula la legitimen, y la infaltable faena cultural de persuasión y penetración casi irresistibles llevada a cabo por los medios de comunicación social.

El lenguaje es un enclave de capital importancia que atraviesa aquellos tres territorios, la legislación, la educación y la comunicación.  Cualquiera sabe que la ideología opera también en el lenguaje.  Éste forma parte de la llamada “super-estructura” de dominación burguesa que, al mismo tiempo, oculta y devela una realidad tan sórdida como desigual.  Marx diría que el lenguaje también sirve para falsificar las “reales” condiciones de dominación y así continuar reproduciéndolas bajo la apariencia de una “ilusión” engañosa y anestesiante.

Los medios de comunicación social, y en particular la prensa gráfica, son un instrumento siempre eficaz para esas operaciones de ocultamiento y develamiento de la ideología.  Ese terrible iconoclasta que fuera Michel Foucault escribió que “cada sociedad tiene su régimen de verdad, su «política general» de la verdad —comillas del autor—; es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo como se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero” (“Un diálogo sobre el poder”, Alianza, Madrid, 1981, pág. 143).

Actualmente, los medios de comunicación social son, en gran medida, los constructores de la realidad social.

Por ejemplo, la expresión políticas del lenguaje ha sido acuñada por los lingüísticas críticos para señalar la presencia poderosa e invisible de la ideología en el uso público que los medios de comunicación hacen del lenguaje.  La lingüística crítica es tributaria del marxismo y no hace sino repetir sus códigos cuando pretende explicar el  funcionamiento de los diversos signos lingüísticos.

Por eso, para todo crítico que se precie de tal será preciso desmontar las operaciones de la ideología detrás del uso de las palabras.

Así, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a hablar de “hombre” y “mujer”.

Pues no, nos dicen ahora.  Eso sería hacer política del lenguaje, es decir, continuar reproduciendo en nuestro modo de decir y referenciar lo que ha pretendido que digamos y creamos, por centurias, el Aparato Ideológico de la Iglesia aliada con la Burguesía.  Con el propósito, claro, de mantener invisibles las “reales” relaciones de dominación y asimetrías de poder, del hombre sobre la mujer, que tienen lugar en el seno de la familia y en el mundo del trabajo.

El uso político del lenguaje en torno al género consistiría en un doble juego.  Por una parte, el lenguaje de “hombre”  - “mujer” no sería sino la creación de una ilusión, de un espejo deformado, de una falsa conciencia cuyo propósito sería tornar invisible una asimetría atroz en las relaciones de poder.

Esto es, la esclavitud de la mujer detrás del telón de acero de la familia burguesa, con la asignación ruinosa de los roles de esposa y madre.  De allí que hombre y mujer sean designaciones políticas impuestas a designio, legitimadas y reproducidas, cuyo propósito es ideológico; esto es, naturalizar un estado de cosas.  Naturalizar para los lingüísticas críticos es hacer ver el mundo social actual como si fuera natural, como si así debiera ser.

En realidad, para estos nihilistas es exactamente lo opuesto.  La naturalización del mundo social es una operación discursiva de la ideología.  Por eso, para estos personajes, el lenguaje —aún en nuestros modos cotidianos y banales de referir las realidades y las relaciones— está transido de ideología.  La ideología desde el lenguaje define todo el mundo social.  Más aún, necesita del lenguaje, lo utiliza a fin de que —¡vaya paradoja!— se cumpla cabalmente aquello que profetizaba el viejo Marx: “las ideas de la clase dominante son en cada época de la historia las ideas dominantes”.

El segundo juego consistiría en “deconstruir” dichas relaciones “hombre-mujer” —largamente naturalizadas por las prácticas de la ideología— denunciándolas como relaciones socialmente construidas a partir del y en el discurso.

El uso de las palabras, “hombre - mujer” - revela y oculta.  Revela la estructura de dominación y al mismo tiempo la mantiene oculta.  Tal como pasaría con los actos fallidos dogmatizados por Sigmund Freud que liberarían ciertos contenidos del inconciente pero manteniendo intacta la estructura y el funcionamiento de este último.

Con el lenguaje sucedería otro tanto: las palabras son ideológicas pues revelan, engañando, relaciones que no debieran conocerse en sus reales condiciones.  Pero al revelar están señalando, de paso, el camino para comenzar la obra de demolición del lenguaje, y con ello, la demolición de las relaciones asimétricas de dominación.

Antonio Gramsci viene a darles una mano en esta tarea de deconstrucción.  ¿Por qué?  Porque es imperioso hacer con el lenguaje una tarea demiúrgica en la medida en que la revolución en los significados es la vía regia para deconstruir el sentido común “cristiano-burgués”.  Así se irá instalando el nuevo sentido común de la filosofía de la praxis, que es como el fundador del Partido Comunista italiano denominaba al marxismo.

Esto es lo central.  Por eso el lenguaje y los usos cotidianos del lenguaje son un enclave capital en el nuevo proceso revolucionario instalado a partir de los últimos decenios.  Cambiando el modo de decir y el modo de significar, habrá de cambiarse el modo de pensar.  De allí que si es verdad aquello de que “la revolución está en el lenguaje”, luego, la batalla metafísica hay que darla en el lenguaje, recuperando y sosteniendo las diversas epifanías de la verdad en el hablar, en el decir.


“VISIBILIZAR A LAS MUJERES”

En esta ocasión, quiero ocuparme de una noticia periodística que apareció publicada en octubre del año pasado.  Fuera de hora se dirá.  Pero vale la pena el ejercicio.  El asunto era la media sanción de una ley que impulsa el uso de lenguaje no sexista por parte del Estado.  Dos medios recogieron el tema.  “La Nación”, el jueves 23 de octubre y “Página/12” el viernes 24 de octubre.  Mientras “La Nación“ dice “proyecto de ley que obligará a la administración pública nacional a aplicar y promover la utilización de un lenguaje no sexista”; “Página/12”, Mariana Carbajal mediante, despeja la tiniebla ideológica diciendo que se trata de “un proyecto de ley que busca visibilizar a las mujeres a través del lenguaje de la administración pública nacional”.  Como pareciera que decir “lenguaje no sexista” conserva resabios todavía modernos, será conveniente el toque foucaultiano, posmoderno, y expresar que lo que se quiere es “visibilizar la otredad”.  En este caso, la otra, la mujer.  “Las mujeres”, todas, variadas, diferentes, pues no existe, escribas nominalistas de los arrabales porteños, el substantivo “mujer”.

Será útil hacer un sumario análisis de la noticia publicada por “Página/12”.

Lo que valen las palabras es el titular.  La volanta, arriba, dice Media sanción para la ley que impulsa un lenguaje no sexista.  La bajada, debajo del titular, reza así: Después de siete meses, el Senado aprobó el proyecto para que en la administración pública rija un Manual de Estilo con perspectiva de género.  También buscan eliminar el sexismo en los medios de comunicación.  Ahora pasa a Diputados.  En una noticia el titular puede resumir el contenido más bien descriptivo.  O bien puede proponer una interpretación que se juegue mucho más allá del aspecto relativamente neutral de la información que desarrolla la noticia.

“Página/12” suele escoger invariablemente esta segunda estrategia.  “La Nación” había titulado El estado deberá usar un lenguaje no sexista.  Está bien.  La elección léxica se ajusta más al liberalismo mitrista de lo políticamente correcto en torno a los temas de género, identidad sexual y derechos de las minorías.

Y ha de ser así, pues aunque lo desmientan las estadísticas, “las mujeres” son la minoría desclasada de los tiempos que corren.  La Tribuna de Doctrina de De Vedia no desentona de la izquierda cultural dominante.

¿Cuánto valen las palabras?  Todo, pues “con este proyecto de ley buscamos una salida de este lenguaje tan masculinizado que se usa tanto en la administración como en las relaciones personales”, cita Carbajal a la kirchnerista Marita Perceval, impulsora del proyecto.

A renglón seguido, glosa a Silvia Ester Gallego, que es la presidenta de la Comisión de Población y Desarrollo Humano, al decir que el hecho de que quedara relegado no es casual.

Y cita a ésta última: “el lenguaje es parte de la construcción del poder y esto que nos ha pasado, que este dictamen demorara tanto tiempo en bajar al recinto, tiene que ver con ello”, fin del discurso directo de la Gallego.

Carbajal vuelve a citar a Perceval para que no se nos vuelva invisible (ella, ¿no?).  “El lenguaje tiene que expresar no solo la realidad existente sino, también, la sociedad que queremos construir”, destacó.

Aquí está Gramsci de cuerpo entero, casi con sus palabras.  La deconstrucción del lenguaje sexista y la imposición del lenguaje del género habrán de crear un nuevo sentido común y, por lo tanto, un nuevo ordenamiento de identidades y de relaciones.

¡Manes hodiernos del viejo Prometeo!  Como fin y remate de aquella pregunta imaginaria que yo me formulara, cuánto valen las palabras, se luce Carbajal al citar a Daniel Filmus, hermano de raza y compañero de ruta de Adorno, Horkheimer y Marcuse, quien adelantó su voto positivo al proyecto y posteriormente pontificó: “quiero decir que no es un tema feminista ni que solo incumba a las mujeres.  La discriminación por el lenguaje es un tema ideológico que nos incumbe a todos porque se trata de un asunto vinculado con los derechos humanos, que es algo central y fundamental para nuestra cultura”.

Ojo que volvemos aquí a los tópicos del marxismo decimonónico, ortodoxo y moderno.  El del joven Marx que veía con tan buenos ojos el proyecto de liberación universal del Iluminismo de la Revolución Francesa.  Desde luego, entiéndase, que la Carbajal no hace uso de ninguna de estas citas directas para tomar su propia distancia sino para refrendar su propia posición y la línea editorial de “Página/12”.  Digo, por las dudas.

Estos maestros del revés no están desmitificando la ideología para dar a luz la verdad oculta.  No están descubriendo ninguna verdad pero si están imponiendo una ideología.  No son los apasionados partidarios de la igualdad, no los insobornables buscadores de justicia, sino los delirantes totalitarios del pensamiento único y de una nueva sintaxis de la hegemonía.

No están desatando ninguna atadura; al contrario están aherrojándonos con un lazo duro, frío y gris como los viejos cementos socialistas de la Rusia Soviética.  Releyendo “¿Qué hacer?” deberían reconocer con Lenin que “la única elección posible es, o bien la ideología burguesa o la ideología socialista.  No hay vía intermedia.  Por lo tanto, debilitar la ideología socialista, apartarse de ella en el más mínimo grado, significa, al mismo tiempo, fortalecer la ideología burguesa”.  Para eso trabajan los políticos clasistas, la izquierda cultural de “Página/12” y los ex ministros de educación.  Para “meter a muerte”, en el alma de la Nación argentina, el odioso socialismo.
Tendrían que ser capaces de admitir que trabajan con buena paga, con envidiables subsidios estatales e internacionales para una ideología que promueve a la fuerza la igualdad de los otros, pero nunca la de ellos, ostensibles detentores de buenas jerarquías, mejores estipendios y óptimos premios y reconocimientos.  ¿El socialismo feminista y no sexista?  Para las mujeres de la casa.  Para nosotros —exclamarían— los buenos capitales del dinero, de los premios y la gloria de este mundo.


Ernesto R. Alonso
                              

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