domingo, 30 de agosto de 2009

San Agustín y el amor


DOCTRINA
SOBRE EL AMOR


EL MANDATO DEL AMOR

“Se nos ha dirigido la palabra de Dios para exhortarnos, y es la Sagrada Escritura la que dice: Recibid la enseñanza en la casa de la enseñanza. La enseñanza (disciplina) se deriva de aprender (discere). La casa de la enseñanza es la Iglesia de Cristo. ¿Qué es lo que aquí se aprende o por qué se aprende? ¿Quiénes son los que aprenden y quiénes les enseñan? Se aprende a vivir bien. Se aprende a vivir bien para llegar a vivir siempre. Los que aprenden son los cristianos; el que enseña, Cristo. Por lo tanto, en primer lugar veremos qué sea el vivir bien; después cuál es el premio de la vida buena; en tercer lugar, quiénes son los verdaderos cristianos, y en cuarto lugar, quién es el verdadero maestro” (cfr. O.C., 1: 668).

QUÉ ES EL VIVIR BIEN

1) Palabra breve y clara

“¿Qué buen vivir es el que aquí se aprende? Muchos son los preceptos de la ley en los cuales la vida buena está contenida, imperada y enseñada. Muchos son los preceptos, innumerables; ¿quién sería capaz de contar las páginas que los compendian y cuánto más difícil será contarlos a ellos mismos? Sin embargo, Dios, para que nadie tenga excusa en el día del juicio y privar de ella a los que pretendieran disculparse, o por no haber tenido tiempo de leer, o por no saber, o por no poder entender fácilmente, quiso, como está escrito, resumir y abreviar la palabra en la tierra, conforme a aquello del profeta: Verbum enim consummans et brevians faciet Dominus super terra (Is. 10, 23).

Dios quiso que esta palabra fuese resumida y breve y nada oscura. Breve, para que haya tiempo de leerla, y clara, para que nadie diga que no ha podido entenderla. Las Sagradas Escrituras son un gran tesoro contenedor de muchos y muy admirables preceptos, como alhajas abundantes, hermosas joyas y grandes vasos de metal precioso. Pero ¿quién es capaz de poder escrutar ese tesoro, de usarlo y de llegar a todo lo que contiene? Cuando el Señor expuso en su Evangelio una parábola sobre esto, dijo: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo». Y, por si alguno dijera ser incapaz de escrutar este tesoro, añadió inmediatamente otra comparación: «Es semejante también el reino de los cielos a un mercader que busca preciosas perlas y, hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra» (Mt. 13, 44-46). Si tienes pereza de buscar un tesoro, no la tengas de buscar una sola perla que se encuentra a flor de tierra” (cfr. O.C., 2: 668).

¿Y cuál es esa palabra resumida y abreviada? “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la Ley y los Profetas” (Mt. 22, 37).

2) La enseñanza de Dios en la Iglesia

“He aquí lo que se aprende en esta casa de enseñanza: amar a Dios y amar al prójimo. A Dios, como a Dios, y al prójimo, como a ti. No puede encontrarse nadie igual a Dios para poderte decir: «Ama a Dios como amas a ese otro». En cambio, en cuanto al prójimo, se ha encontrado una regla que te sirve, porque se ha encontrado alguien igual a tu prójimo, a saber, tú mismo. ¿Quieres saber cómo has de amar al prójimo? Mírate a ti mismo, y del mismo modo que te amas a ti ámalo a él. No hay modo de equivocarse” (cfr. O.C., 3: 670).

QUIÉN ES EL PRÓJIMO

“He de enseñarte muy cuidadosamente cómo has de amarte a ti mismo, porque después habrás de amar en la misma forma a muchos prójimos. Tú eres un solo hombre; tus prójimos son muchos. No debes entender como prójimo a tu hermano, tu pariente o afín. Prójimo del hombre son todos los hombres. Suelen llamarse prójimos los padres, los hijos, los suegros y los yernos; pero no hay nada tan prójimo de un hombre como otro nombre. Y si quisiéramos decir que sólo son prójimos los que han nacido de los mismos padres, entonces piensa en Adán y Eva, y todos seremos hermanos; y si todos somos hermanos en cuanto hombres, mucho más lo seremos en cuanto cristianos. En cuanto hombres hemos tenido un solo padre, que fue Adán, y una madre, que fue Eva; en cuanto cristianos tenemos un solo Padre, que es Dios, y una sola Madre, que es la Iglesia” (cfr. O.C., 3: 671).

EL VERDADERO AMOR DE UNO MISMO

1) El que ama la iniquidad, odia su vida

Es necesario examinar cómo nos amamos a nosotros mismos, puesto que debemos amar al prójimo en la misma forma.

“Si te preguntara si te amas a ti o no, indiscutiblemente que me contestarías que sí, que te amas. ¿Quién es el que se odia a sí mismo? ¿Conque dices que quién se odia a sí mismo? Luego no amas la iniquidad si te amas a ti, porque el que ama la iniquidad, y no soy yo quien lo dice, sino el Salmo, odia su vida (Sal. 10, 6). Luego, si amas la iniquidad, oye lo que te dice la Verdad, y no así como a oscuras, sino muy claramente, te odias a ti mismo. Y cuanto más dices que te amas, más te odias, porque el que ama la iniquidad odia su vida.

“Hombre, ¿cómo es que te pierdes a ti mismo? Pues, si te amas a ti en tal forma que te acarreas la perdición, a buen seguro que perderás también a los que amas como a ti mismo. No quiero, pues, que ames a nadie; perece tú solo. O corrige tu amor o aléjate de todos” (cfr. O.C., 4: 671).

2) “Ama bien a tu prójimo, y basta”

“Me dirás: «Amo al prójimo como a mí mismo». Lo oigo, desde luego, lo oigo. Quieres embriagarte con él, porque lo amas como a ti mismo, y dices: «Pasémoslo bien hoy y bebamos lo que podamos…» Hombre humano eres, mejor diría, hombre bestia, puesto que amas lo que aman ellas. Dios hizo a las bestias con el rostro inclinado a la tierra, buscando en ella su pasto; a ti te erigió sobre el suelo con dos pies. Quiso ver tu cara desde arriba. No vaya, pues, en desacuerdo tu corazón y tu rostro. Es más, oye la verdad y óbrala; en la Iglesia oyes decir: «Arriba los corazones»; no mientas, pues, en esta casa de la enseñanza. Cuando lo oigas, contesta y haz que tu respuesta sea verdadera. Ámate a ti y ama al prójimo como a ti mismo. ¿Qué otra cosa es tener el corazón hacia arriba sino lo que antes he dicho: Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu entendimiento? Y, siendo dos preceptos, ¿no bastaría con decir sólo uno? Sí, bastaría con uno si lo entendieras bien. Porque en otra ocasión la Sagrada Escritura nos habla por medio del Apóstol: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro precepto en esta sentencia se resume: Amarás al prójimo como a ti mismo. El amor no obra el mal del prójimo, pues el amor es el cumplimiento de la ley (Rom. 13,9-10). No parece que hable en absoluto sobre el amor de Dios, sino que dice que el amor del prójimo es suficiente para cumplir la ley. Cualquier otro mandamiento está recapitulado en esas palabras y se cumple con ellas. ¿Con cuáles? Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Ahí tienes un solo precepto.

“Ya habéis visto cómo se ha reducido todo, y, sin embargo, seguimos siendo perezosos. Eran dos los mandamientos y han quedado reducidos a uno solo. Ama a tu prójimo y basta. Pero ámalo como te amas a ti mismo, no como cuando te odias a ti mismo” (cfr. O.C., 5: 672).

LA VERDADERA FELICIDAD DEL HOMBRE

“Cuando quieras saber cómo has de amarte a ti mismo, escucha: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento». Del mismo modo que el hombre no ha podido hacerse a sí mismo, tampoco puede hacerse feliz. Hizo al hombre algo que no es hombre, y algo que también no lo es le ha de hacer feliz. Entonces el hombre, viendo que él no puede ser feliz por sí mismo, se equivoca y ama otras cosas que le den esa felicidad. Ama todo lo que juzga puede hacerlo feliz.

“¿Qué es lo que os parece que ama y lo que cree que le dará la felicidad? El oro, la plata, las posesiones; en una palabra, el dinero, porque todo lo que poseen los hombres en la tierra y todo aquello de que son señores se reduce a dinero…

“Luego lo que amas, ¡oh hombre!, es el dinero, y el dinero es lo que crees que te hará feliz, y por eso lo amas mucho. ¿Sí? Pues entonces, si amabas al prójimo como a ti mismo, divide con él tu dinero. Andabas discutiendo lo que eras; ya apareció, ya lo has visto y ya te has podido entender; no estás dispuesto a dividir con el prójimo tu dinero”.

San Agustín

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