martes, 21 de julio de 2009

...en el misterio de la Historia


DOGMÁTICA ISRAELÍ

FANATISMO JUDÍO

Entre las perplejidades suscitadas por la peregrinación de Benedicto XVI a Tierra Santa —en su hora tan preocupante para tantos católicos— ha sobresalido la respuesta del fanatismo a sus múltiples deferencias. Sin duda con la evidente voluntad de humillar a la Santa Iglesia en la persona del Santo Padre. El conjunto de inventivas e invectivas recuerda al “Caso Williamson” y de rebote apoya la justa réplica a las imposiciones arbitrarias del Pensamiento Único. No bastaron a los extremistas judíos los muy esforzados gestos halagüeños, todo les pareció mezquino, insustancial y elusivo. Si habló primero de seis millones de muertos, les parecía ofensivo que después mencionara solamente “millones de muertos”, sin anteponer el dígito 6 ni decir “asesinados”. Increíble: ni que tampoco llorara a mares por el “Holocausto”, acaso tirándose al suelo en el museo epónimo. Como se ve, lo único que pudiera satisfacer la inquina, sería que el Sumo Pontífice pidiese perdón en nombre de la Santa Iglesia. Por su culpabilidad (sic) en el supuesto “Holocausto”; infame acusación de uno de los más importantes funcionarios de Israel. Llovieron también las insolencias, por boca del rabino Meir Lau; el mismo que rechazó un día la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y del rabino Rabinovitz, quien ya prohibió al gentil Cardenal Schöenborn y su comitiva acercarse al Muro de los Lamentos, por llevar la cruz del pectoral. En fin, todo lo que surge de las crónicas es un triste fracaso de la peregrinación católica.



PUNTOS SOBRE LAS ÍES

Pintadas así las cosas, con los detalles que regodean a la prensa amarilla, esto confirmaría los previos y negativos vaticinios sobre el viaje papal. No obstante, si se observan los hechos con otra óptica, hay aspectos que hoy permiten una valoración positiva. Por de pronto el Sumo Pontífice ha hablado del dolor por “la discriminación, la violencia y la injusticia” reinante en Jerusalén, hasta la explícita referencia al éxodo de miles de cristianos, el reconocimiento de la “martirizada” Gaza y la fuerte condena al muro colosal construido por Israel para recluir a los palestinos (ver “La Nación” del 14 de mayo de 2009).

Pero lo más significativo ha sido el suceso principal de la peregrinación pontificia. Algo que remonta a los gloriosos tiempos de las Cruzadas. Después de siglos el mismo vicario de Cristo ha celebrado el sacrificio de la Misa en Jerusalén; al aire libre y fuera de los muros de la Ciudad Vieja. Un simbolismo, o mejor dicho una reiteración del sacrificio redentor de Cristo; lo que invita a piadosas reflexiones. Realmente están ocurriendo ante nuestros sorprendidos ojos cosas extraordinarias, propias de tiempos cruciales. Frente a lo cual, resta meditar que desde este ángulo, pese a los malos tragos, el saldo corrobora aquello que Dios suele escribir derecho sobre líneas torcidas.


NEGACIONISMO ISRAELÍ

El gran empecinamiento induce a recapacitar. Cuando uno argumenta que materialmente no es posible hablar de seis millones (en todo caso serían muchos miles), irrumpe la réplica cortante: ¿Así que Vd. no considera un crimen horrendo la masacre de centenares de miles de judíos? Más allá del sofisma, surge la fuerte intriga: ¿Por qué insistir en los 6 (seis) millones, si de todas maneras cualquier número mucho menor de víctimas debe considerarse un crimen monstruoso? Y se cae en la cuenta de que la exigencia responde a la incolumidad de un dogma religioso, que se quiere imponer con el Holocausto contraponiéndolo al Santo Sacrificio de la Cruz.

Pero es notable que el término “Holocausto” —precisamente por lo que significa— ha sido objetado por importantes personalidades. Como el presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí, Mario Eduardo Cohen (“La Nación”, 24 de mayo de 2000). El estudioso judío, en efecto, dijo allí con la mayor franqueza, que “Holocausto” es una palabra incorrecta para designar padecimientos humanos del siglo pasado, puesto que designa un sacrificio de naturaleza religiosa. Aquí resulta penoso acotar que los asesores o voceros eclesiásticos nunca utilicen la elocuencia del argumento ad hominem…

Juan E. Olmedo

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