viernes, 31 de julio de 2009

Cuanto antes


Para no quedarnos con los brazos cruzados

Para gritar la verdad donde cuadre

Para convocar a la esperanza

Para que las calles sean nuestras

Para honrar a nuestros héroes

Para expresar un deseo que nace
de lo más profundo del corazón del argentino

Hoy más que nunca:

¡LOS KIRCHNER A LA CÁRCEL YA!



VANGUARDIA
DE LA JUVENTUD NACIONALISTA

vanguardia1@argentina.com

jueves, 30 de julio de 2009

Editorial del Nº 82


REACCIONAR
CONTRA EL ROBO


Después de la pateadura electoral recibida el 28 de junio que —como en los peores circos— padeció el payaso en ambas nalgas hasta caer desdorosamente de bruces; después incluso de la frustra cuanto burlesca incursión punitiva de Cristina contra los golpistas hondureños, sólo comparable en ridiculez al presunto rescate de Betancourt entre la selva colombiana, protagonizado por Néstor; después de tanta porcina a que no puede bastar cuenta cierta —como dirían las coplas de Manrique— el oprobio mayor de la dupla kirchnerista fue la noticia del escandaloso incremento de sus riquezas, calculado en cifras siderales precisamente durante estos últimos años de manejo incondicional del poder.

Centremos el hecho en sus justas medidas. Lo que hace abominable la fortuna de estos personajes no es la riqueza en sí misma, que podrían tener legítimamente y disponer con generosidad encomiable, sino la sumatoria de al menos tres factores, a cual más ignominioso.

El primero es la certeza de que en el origen y en la acumulación de tanto capital se dan cita la rapiña, la usura, la codicia descontrolada y los negocios turbios, exitosamente consumados por el uso privado de los controles públicos.

El segundo es el cinismo cruel, propio de las tiranías, de declamar una política inclusiva, en pro de los necesitados o menesterosos y contraria a todo atropello imperialista, mientras la vida que llevan los tales declamadores ya no es la propia de prósperos burgueses sino la de impunes y reincidentes ladrones.

El tercer factor sublevante, al fin, es que esta pavorosa oligarquía exhiba con desparpajo los frutos abundantes de su “balanza dolosa”, como la llama la Escritura (Proverbios, 20, 23), mientras en el pueblo común, al que dicen representar, crezca la estrechez de recursos, amén de la triste marginalidad de los ejércitos errantes de cartoneros y mendigos.

Cuando la fortuna privada de los gobernantes era pequeña, dice Horacio en su Oda XV, y la de todos grande, Roma conoció la grandeza de sus políticos austeros. El despotismo, contrariamente, reserva la opulencia para la clase gobernante y relega a la sociedad a condiciones lastimosas. Inicua paradoja de estas izquierdas progresistas, seducidas por el oro y los intereses de la plutocracia.

Si un resto de justicia quedara en la deshecha patria, va de suyo que los Kirchner deberían ser encarcelados con prontitud, y juzgados duramente por las innúmeras vilezas cometidas. En la perspectiva jurídica castrista o chavista que tanto admiran, hechos de esta índole, incluso, podrían superar el castigo de las rejas por el irrevocable de una pena sin retorno. Aquí, por cierto, nada de esto ocurrirá, y quienes le sucedan a los esposos rapaces serán de la misma naturaleza que ellos, pelajes más, cirujías menos. No resoplará su inexorable sentencia ninguna voz catoniana. Como mucho se escucharán los versos de Cadícamo: “El ladrón es hoy decente, y a la fuerza se ha hecho gente, ya no encuentra a quién robar”.

Algo podemos y debemos hacer nosotros. Existir, diríamos escuetamente, si se nos permite explicar el giro verbal. El que ama le dice al amado: es bueno que existas, porque toma partido por la existencia del amado, según añeja enseñanza de Santo Tomás (“Suma Teológica”, II, II, 25, 7). Otrosí pasa con el que odia: tiene por malo la sola existencia del odiado.

Pues bien, los enemigos de Dios y de la Patria sufren con nuestra sola presencia, convertida en dedo acusador de sus malandanzas. Basta enterarse de las cosas que escriben sobre nosotros, y de las amenazas con que creen amedrentarnos. Entonces, existir, resulta hoy, frente al mundo, un verdadero desafío. Pero para eso, hemos de tener en claro qué significa existir. Algo nos dijo al respecto José Vasconcelos: “Nacer no es sólo venir al mundo, en que juntas persisten y se suceden la vida y la muerte; nacer es proclamarse; nacer es arrancarse de la masa sombría de la especie, quererse ir, levantarse”. Si existimos de este modo, ya nuestra sola existencia es signo de contradicción y piedra de escándalo. Si existimos de este modo militante, ellos y nosotros nos sabemos de sobra que apenas somos vencidos provisionales, como gustaba repetir León Degrelle.

Mucho ha de regirnos en la hora lo que nos enseñó el Señor: “Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas” (San Lucas, 21, 28). Es casi una orden castrense para adoptar una posición militar y combativa. ¡Cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas! Te lo juramos, Señor.

Antonio Caponnetto

miércoles, 29 de julio de 2009

Aviso



PORQUE ALGUIEN TIENE
QUE DECIR LA VERDAD

martes, 28 de julio de 2009

Setentismo revolucionario y derechos humanos sodomitas


EL NUEVO DISCURSO
DE LA IZQUIERDA


La noticia ya es historia. Algunas revistas la titularon como la histórica boda gay de Roberto Piazza. En efecto, en setiembre del 2008, el modisto —¿cabría decirle la modista, sin que nadie haga por esta vez una cuestión gramatical?— formalizó su unión sodomítica con un varón de siete suelas como es Walter Vázquez.

Antonio Caponnetto se refirió al episodio en la columna editorial de “Cabildo” de octubre del año pasado. Entre otras cosas, señalaba allí la infeliz adhesión que Cristina Fernández de Kirchner ofreciera a la “feliz” pareja. Aquélla, en efecto, los felicitó por la decisión corajuda de transitar el camino viril de la lucha por el reconocimiento de los derechos humanos de diferentes y diversos. Señalada fue también la presencia y el madrinazgo nupcial ejercido por María José Lubertino para que quede claro, si alguna duda cabe, de cuáles son las discriminaciones que el INADI nunca habrá de condenar. Pero por sobre la crónica llana de este hecho infausto, el editorial denunciaba la inequívoca relación entre la democracia, el dominio ostensible de la contranaturalaza y la acción demoníaca sobre los protagonistas y los sucesos de nuestra actualidad política.

Sin embargo, rengo habría sido el apoyo político oficial que tuvieron los amancebados si hubiera faltado la importante adhesión de las Abuelas de Plaza de Mayo a través de su jefa política, la nona Barnes de Carlotto. Sí, señor, las Abuelas dijeron presente. ¡Al parecer, no hay lucha por la reivindicación de los derechos humanos que no las encuentre dispuestas a quebrar una lanza! Ayer fueron los derechos humanos del marxismo, hoy son los derechos humanos de los orgullosos gay-lésbicos; mañana, quizás, los derechos humanos de las vacas faenadas y de la yerba mate descafeinada. La carta de adhesión firmada por Carlotto felicitaba la unión entendida no sólo como el coronamiento de una suerte de “proyecto de vida individual”. Más aún, lo que se percibía y felicitaba en esa unión era el signo visible de una lucha que habrá de necesitar más hitos como el de Piazza y Vázquez para ganar crédito y legitimidad social.

Y en esto que acabo de decir radica la finalidad que anima esta contribución. No es casual la felicitación de Abuelas, Estela de Carlotto mediante. Se trata de un mensaje inequívoco que delata todo un programa. Es el programa de la nueva izquierda o el nuevo discurso de la izquierda. En rigor, demuestra el sentido profundo que tiene toda izquierda, no solo aquella denominada como setentista sino la actual designada por muchos como posmoderna. Y las previsibles mutaciones que van de aquélla a ésta. Puede explicarse este fenómeno con las palabras de tres importantes teóricos de izquierda contemporáneos.

El primero de ellos, Ernesto Laclau, neo-marxista argentino, profesor de Teoría Política en la Universidad de Essex y Director del Centro de Estudios Teóricos sobre Ideología. El 16 de abril de 1995 “Clarín” le hizo una entrevista en la que le preguntaba por el futuro de la izquierda para el nuevo milenio que se avecinaba. “Sí, claro que existe la izquierda, no aquélla que proyectaba la tomar del poder a partir de las luchas obreras sino una nueva izquierda más vinculada a reivindicaciones sociales como la del feminismo, los derechos de los grupos étnicos, la ecología y los derechos de las minorías sexuales” (pág. 18), respondió Laclau a la primera pregunta. El eufemismo minorías sexuales debe traducirse por lo que realmente es, los derechos de los homosexuales, las lesbianas, los travestis, los transexuales y otros “sexos disponibles” listos para la venta al público.

En la misma entrevista, y comparando los postulados tradicionales de la izquierda con las nuevas “ideas-fuerza”, agregó Laclau: “cambió la sociedad y la forma de ver la sociedad. El análisis tradicional de izquierda sostenía que la sociedad capitalista avanzaba hacia una homogeneización social —asalariados pobres y pequeña gran burguesía—. En ese contexto, la lucha social estaba clara. Pero las cosas se dieron de una manera distinta: la sociedad no es cada vez más homogénea, sino más diferente. Y cada uno vota por lo que le preocupa. Por eso las corrientes de izquierda dejaron de tener un solo motivo de lucha —la redención del proletariado como único sujeto del cambio histórico, aclaro— para pasar a agrupar a todas las corrientes de pensamiento que se sienten marginadas. Esa diversidad es la que hace su fuerza. No se trata de que todos pensemos lo mismo sino de unir a aquellos que se sienten discriminados y buscar una sociedad más plural y tolerante” (pág. 19).


Con el fin del marxismo soviético, el politólogo y profesor mexicano, Jorge Castañeda reflexionó también sobre las intrigas, los dilemas y la promesa de la izquierda en América Latina. Tal el subtítulo de un importante libro llamado La Utopía Desarmada. Escrito en 1994, y publicado por Ariel, Castañeda ofreció allí un programa de revisión de la izquierda sudamericana que tuviera en cuenta tres puntos. Primero, la reformulación del nacionalismo de la izquierda; segundo, el imperativo de democratizar la democracia y, tercero, la adopción de uno de los modelos de economía de mercado existentes (en ese entonces). Interesa destacar lo que este autor sostiene sobre la izquierda social. Desaparecida la vía revolucionaria, “la primera orden de batalla democrática para la izquierda es la de alentar cualquier expresión imaginable de la sociedad civil, cualquier movimiento social, cualquier forma de autogestión que la realidad latinoamericana genere” (pág. 409). Como para que no queden dudas sobre las relaciones íntimas entre izquierda y democracia, añade un poco más adelante: “la agenda política de la izquierda es, por lo tanto, obvia: empujar la democratización lo más lejos posible” (pág. 413) de suerte que “el programa democrático de la izquierda abarque el esfuerzo por extender la democracia allí donde está ausente” (pág. 425). ¿Hasta dónde ha de llegar el esfuerzo democratizador? “Para florecer, las «nuevas» áreas —los nuevos agentes históricos del campo social y político, adviértase— requieren un marco legal y político, además de recursos financieros: inmigrantes, grupos de mujeres, movimientos indígenas, grupos gay —nuestros múltiples Piazza y Vázquez— asociaciones estudiantiles y universitarias, movimientos del consumidor, redes de usuarios, necesitan un contexto institucional en el cual prosperar y supervisión para garantizar que las normas que aprueban se respetan. Si el Estado es excesivo, estos movimientos se marchitan; sin suficiente regulación y protección se exponen a que los manipulen y corrompan” (pág. 426). Buen servicio nos ha prestado Castañeda —ex canciller de México durante el gobierno de Fox— al poner blanco sobre negro la relación entre izquierda, democracia y “nuevos” derechos humanos.

Por último, el escritor de izquierda inglés, Steven Lukes, allá por el 1993 se preguntó sobre lo que era la izquierda y lo que había quedado de ella después del derrumbe del socialismo realmente existente. (What is left? según el doble sentido de dicha expresión inglesa, anota Giancarlo Bosetti en la Introducción de Izquierda Punto Cero, Paidós, 1996, pág. 11). “La izquierda —escribe Lukes— encarna una tradición y un proyecto nacido de la Ilustración y expresado en los principios de 1789 consistente en la realización de las promesas en ellos implícitas, reinterpretando progresivamente sus contenidos y transfiriéndolos de la esfera civil a las esferas política, económica, social y cultural, por medios políticos, movilizando apoyos y conquistando el poder” (pág. 52). La izquierda ideal es una suerte de estado permanente de lucha inacabable contra toda forma de explotación y opresión. Lukes cita muy oportunamente al político y escritor marxista alemán Karl Kautsky (1854-1938) cuando éste aseguró que el objetivo del socialismo era la abolición de todo tipo de explotación y de opresión, vayan éstas dirigidas directamente contra una clase, un partido, un sexo, una raza.

Piazza y Vázquez, seguramente no habían nacido cuando Kautsky ya escribía a favor de ellos. ¡Eso sí con un lenguaje francamente retrógrado pues de sexo y no de género hablaba el alemán! Karl Kautsky, y antes Friedrich Engels hablando del papel revolucionario de la mujer dentro de la familia, se anticiparon bastante a nuestros posmodernos profetas neo-marxistas. Por eso cabe preguntarse si de verdad es nuevo el discurso de la izquierda que, luchando por los derechos de las así llamadas “minorías sexuales”, pretende una conquista más en la batalla por el igualitarismo.


No creo que haya nada nuevo en la alianza entre los desclasados sexuales del siglo XXI y el lenguaje de la izquierda. En efecto, la izquierda seguirá siendo cada vez más puta y los maricones —ya se sabe— siempre han caminado por izquierda.

Ernesto R. Alonso

lunes, 27 de julio de 2009

Por la Nación contra el Caos

“PRIMERO LAS ELECCIONES…

…Y AHORA ENCIMA SALE CABILDO

domingo, 26 de julio de 2009

Homilía sobre la Providencia


CONFIANZA EN LA
DIVINA PROVIDENCIA

“Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos; tanto como el cielo se eleva sobre la tierra, los caminos del Señor superan a los nuestros” (Isaías). De ahí surgen un sinnúmero de malas inteligencias entre la Providencia y el hombre que no sea muy rico en fe y abnegación. Señalaremos cuatro.

La Providencia se mantiene en la sombra para dar lugar a nuestra fe, y nosotros querríamos ver. Dios se oculta tras las causas segundas, y cuanto más se muestran éstas más se oculta Él. Sin Él nada podrían aquéllas; ni aun existirían; lo sabemos, y con todo, en vez de elevarnos hasta Él, cometemos la injusticia de pararnos en el hecho exterior, agradable o molesto, más o menos envuelto en el misterio. Evita manifestarnos el fin particular que persigue, los caminos por donde nos lleva y el trayecto ya recorrido. En lugar de tener una ciega confianza en Dios, querríamos saber, casi osaríamos pedirle explicaciones. Por ventura, ¿no llega el enfermo incluso a confiar su salud, su vida, la integridad de sus miembros al médico, al cirujano? Es un hombre como nosotros y, sin embargo, hay confianza en él a causa de su abnegación, de su ciencia y de su habilidad. ¿No deberíamos tener infinitamente más confianza en Dios, médico omnipotente, Salvador incomparable? Dios quiere que nos contentemos con la simple fe y que confiemos en Él, con corazón tranquilo, en plena oscuridad. ¡Primera causa de la pena!


La Providencia tiene distintas miras que nosotros, ya sobre el fin que se propone, ya sobre los medios destinados a su consecución. En tanto no nos hayamos despojado por completo del amor desordenado a las cosas de la tierra, querríamos encontrar el cielo aquí abajo, o por lo menos ir a él por camino de rosas. De ahí ese aficionarse, más de lo que está en razón, a la estima de gentes de bien, al afecto de los suyos, a los consuelos de la piedad, a la tranquilidad interior, etc., y que se saboree tan poco la humillación, las contrariedades, la enfermedad, la prueba en todas sus formas. Las consolaciones y el éxito se nos presentan más o menos como la recompensa de la virtud, la sequedad y la adversidad como el castigo del vicio; nos maravillamos de ver con frecuencia prosperar al malo, y sufrir al justo aquí abajo.

Dios, por el contrario, no se propone darnos el paraíso en la tierra, sino hacer que lo merezcamos tan perfecto como sea posible. Si el pecador se obstina en perderse, es necesario que reciba en el tiempo la recompensa de lo poquito que hace bien. En cuanto a los elegidos, tendrán su salario en el cielo; lo esencial, mientras aquél llega, es que se purifiquen, que se hagan ricos en méritos. “Considera mi vida toda llena de sufrimientos —dijo a Santa Teresa—, persuádete que aquel es más amado de mi Padre que recibe mayores cruces; la medida de su amor es también la medida de las cruces que envía. ¿En qué pudiera demostrar mejor mi predilección que deseando para vosotros lo que deseé para mí mismo?” Y ésta es la segunda causa de las equivocaciones.

La Providencia sacude recios golpes y la naturaleza se lamenta. Hierven nuestras pasiones, el orgullo nos reduce, nuestra voluntad se deja arrastrar. Profundamente heridos por el pecado, nos parecemos a un enfermo que tiene un miembro gangrenado. Estamos persuadidos de que no hay para nosotros remedio sino en la amputación, mas no tenemos valor para hacerla con nuestras propias manos. Dios, cuyo amor no conoce la debilidad, se presta a hacernos este doloroso servicio. En consecuencia nos enviará contradicciones imprevistas, abandonos, desprecios, humillaciones, la pérdida de nuestros bienes, una enfermedad que nos va minando: son otros tantos instrumentos con los que liga y aprieta el miembro gangrenado, le hiere la parte más conveniente, corta y profundiza bien adentro hasta llegar a lo vivo.

La naturaleza lanza gritos; mas Dios no la escucha, porque este rudo tratamiento es la curación, es la vida. Estos males que de fuera nos llegan, son enviados para abatir lo que se subleva dentro, para poner límites a nuestra libertad que se extravía y freno a nuestras pasiones que se desbocan. He aquí por qué permite Dios se levanten por todas partes obstáculos a nuestros designios, por qué nuestros trabajos tendrán tantas espinas, por qué no gozaremos jamás de la tranquilidad tan deseada y nuestros superiores harán con frecuencia todo lo contrario de nuestros deseos. Por esto tiene la naturaleza tantas enfermedades; los negocios, tantos sinsabores; los hombres, injusticias, y su carácter, tantas y tan inoportunas desigualdades.

A derecha e izquierda somos acometidos de mil oposiciones diferentes, a fin de que nuestra voluntad, que es demasiado libre, así probada, estrechada y fatigada por todas partes, se despoje al fin de sí misma y no busque sino la sola voluntad de Dios. Mas ella se resiste a morir, y ésta es la tercera causa de los disgustos.

La Providencia emplea a veces medios desconcertantes. “Sus juicios son incomprensibles”; no sabríamos penetrar sus motivos, ni atinar con los caminos que escoge para ponerlos en ejecución. Dios comienza por reducir a la nada a los que encarga alguna empresa, y la muerte es la vía ordinaria por la que conduce a la vida. Y, por otra parte, ¿cómo su acción va a contribuir al bien de sus fieles? Nosotros no lo vemos y frecuentemente creemos ver lo contrario. Mas adoremos la divina Sabiduría que ha combinado perfectamente todas las cosas estemos bien persuadidos de que los mismos obstáculos le servirán de medios y que llegará siempre a sacar de los males que permite el invariable bien que se propone. Si consideramos las cosas a la luz de Dios, llegaremos a la conclusión de que muchas veces los males en este mundo no son males, los bienes no son bienes, hay desgracias que son golpes de la Providencia y éxitos que son un castigo.

Citemos algunos ejemplos entre mil. Dios se compromete a hacer de Abraham el padre de un gran pueblo, a bendecir todas las naciones en su raza, y he aquí que le ordena sacrificar al hijo de las promesas. ¿Olvidó acaso la palabra dada? Ciertamente que no: mas quiere probar la fe de su servidor y a su tiempo detendrá el brazo. Se propone someter a José la tierra de los Faraones, y comienza por abandonarle a la malicia de sus hermanos; el pobre joven es arrojado a una cisterna, conducido a Egipto, vendido como esclavo, después pasa en la cárcel años enteros, todo parece perdido, y, sin embargo, por ahí mismo es por donde le conduce Dios a sus gloriosos destinos. Después de las ovaciones y de los ramos, Nuestro Señor es traicionado, prendido, abandonado, negado, juzgado, condenado, abofeteado, azotado y crucificado. ¿Es así como asegura Dios Padre a su Hijo la herencia de las naciones? Triunfa el infierno y todo parece perdido, no obstante, por ahí mismo nos viene la salvación. Con doce pescadores ignorantes y sin prestigio se lanza a la conquista del mundo. Los reyes y los pueblos bramarán contra el Señor y contra su Cristo, que es, sin embargo, su verdadero apoyo, mas llegado el momento que Él ha escogido, “el Hijo del carpintero, el Galileo”, siempre vencedor, encerrará a sus perseguidores en un ataúd y los citará a su tribunal.

Tratándose de la santificación individual, Dios sigue los mismos caminos siempre austeros y a veces desconcertantes. San Bernardo ama con pasión su soledad llena por completo de Dios, “su bienaventurada soledad es su única beatitud”. Sólo una cosa pide al Señor: la gracia de pasar allí el resto de sus días, pero la voluntad divina le arranca una y otra vez de los piadosos ejercicios del claustro, lánzale en medio de un mundo que aborrece, en el tráfago de mil asuntos ajenos a su perfección, contrarios a sus gustos de reposo en Dios. No puede ser todo para su Amado, para su alma, para sus hermanos, y por eso, se inquieta. “Mi vida —dice— es monstruosa y mí conciencia está atormentada. Soy la quimera del siglo, ni vivo como clérigo ni como seglar. Aunque monje por el hábito que llevo, hace ya tiempo que no vivo como tal. ¡Ah, Señor! Más valdría morir, pero entre mis hermanos”.

Dios no lo escucha, por lo menos en este sentido. El santo aconseja a los Papas, pacifica a los reyes, convierte a los pueblos, pone fin al cisma, abate la herejía, predica la cruzada. Y en medio de tantos prodigios y triunfos se mantiene humilde, sabe hacerse una soledad interior, conserva todas las virtudes de perfecto monje y no vuelve a su claustro sino acompañado de multitud de discípulos. Es, no la quimera, sino la maravilla de su siglo.

¿No es así como día tras día la mano de Dios nos hiere para salvarnos? La muerte deja claros en muestras filas y nos arrebata las personas con las que contábamos; relaciones inexplicables desnaturalizan nuestras intenciones y nuestros actos; se nos quita por este medio, al menos en parte, la confianza de nuestros superiores, abundan las penas interiores, desaparece nuestra salud, las dificultades se multiplican por dentro y por fuera la amenaza está siempre suspendida sobre nuestras cabezas. Llamamos al Señor, y hacemos bien. Quizá le pedimos que aparte la prueba; y a semejanza de un padre amante y tierno, pero infinitamente más sabio que nosotros, no tiene la cruel compasión de escuchar nuestras súplicas si las halla en desacuerdo con nuestros verdaderos intereses, prefiriendo mantenernos sobre la cruz y ayudarnos a morir más por completo a nosotros mismos, y a tomar de ella una nueva savia de fe, de amor, de abandono; de verdadera santidad.

En resumen, jamás pongamos en duda el amor de Dios para con nosotros. Creamos sin titubear en la sabiduría, en el poder de nuestro Padre que está en los cielos. Por numerosas que sean las dificultades, por amenazadores que puedan presentarse los acontecimientos, oremos, hagamos lo que la Providencia exige, aceptemos de antemano la prueba si Dios la quiere, abandonémonos confiados a nuestro Buen Maestro, y con tal conducta, todo, absolutamente todo, se convertirá en bien de nuestra alma. El obstáculo de los obstáculos, el único que puede hacer fracasar los amorosos designios de Dios sobre nosotros, sería nuestra falta de confianza y de sumisión, porque El no quiere violentar nuestra voluntad.

Si nosotros por nuestra resistencia hacemos fracasar sus planes de misericordia, suya será en todo caso la última palabra en el tiempo de su justicia, y finalmente hallará su gloria. En cuanto a nosotros, habremos perdido ese acrecentamiento de bien que Él deseaba hacernos.

Dom Vital Lehodey, O.S.B.
(Tomado de su libro “El Santo Abandono”)

sábado, 25 de julio de 2009

De pluma ajena


GRITEN CONMIGO:
¡SANTIAGO Y CIERRA, ESPAÑA!

El 25 de Julio, se celebra (o celebraba) la festividad de Santiago Apostol, Patrón de la otrora católica España.

No sabemos, y preferimos no saber, si las autoridades patrias tendrán a bien, como antaño se hacía, dedicar homenaje alguno a tan sagrado día. Poco importa a estas alturas de ruptura de España y olvido de su tradición católica si Zapatero, su esposa cantante, el Presidente de la Xunta, algún inquilino despistado de la Zarzuela, o el acomodador del Teatro Real, acuden a Compostela.

Nadie respeta ya a España en el panorama internacional. Mendigamos asientos en cumbres que hemos de observar desde las cloacas. Por supuesto, con el cachondeo generalizado de franceses, alemanes, británicos, estadounidenses… Todos ellos dándonos por saco en las instituciones comunes y despelotándose de risa cuando nos ponemos chulos pidiendo que el tercer imaginaria en la noche afgana sea español, o exigimos alguna contrapartida por dejar que los bombarderos norteamericanos salgan de España con las tripulaciones bien descansadas tras pasar la noche en algún club de alterne de la A2.

La Historia se manipula y quieren hacernos creer que Velarde, Agustina de Aragón y el tambor del Bruch no combatieron en la misma guerra, sino en tres guerras distintas que no deben confundirse. La del centralismo madrileño contra el centralismo napoleónico, la que los aragoneses hicieron contra Francia por su cuenta, y la de Cataluña, de tú a tú contra otra potencia europea.

Hay necesidad de Reconquista, cuando menos cultural, y vamos a contribuir a ella recordando la figura del Apostol Santiago.

Apóstol de Jesús, “Santiago, el Hijo de Zebedeo o el Mayor”, era el hermano mayor de Juan, ambos originarios de Betsaida habitaban en la cercana Cafarnaum, trabajando en el negocio familiar de pesca en las riberas del Lago de Genesaret; pertenecían, pues, a una familia de modestos propietarios con su padre Zebedeo. Estaban asociados con otra pareja de hermanos, Pedro y Andrés en la industria de la pesca del lago para cuyo trabajo contaban con empleados ocasionales. De este círculo de pescadores Jesús se llevó sus cuatro primeros discípulos: Pedro y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan.

Santiago, gozaba de especial confianza y relación con Jesús, como uno de los discípulos básicos, destacándose con Pedro y Juan del resto de los discípulos, obteniendo el puesto de testigo privilegiado en los momentos más importantes. El mismo Jesús apodó a Santiago y a Juan con el sobrenombre de “hijos del trueno” (San Marcos, III, 17).

Santiago aparece como una persona apasionada, llena de arrojo y decisión, capaz de ponerlo todo en juego; como una persona que arrasa por su empuje y que no se para en echar cálculos y medir consecuencias. Santiago forma parte del grupo inicial de la Iglesia Primitiva de Jerusalén.

Santiago estuvo presente en momentos muy importantes de la vida de Jesús y se ha considerado uno de sus discípulos predilectos. Asistió, junto con Juan y Pedro, a la resurrección de la hija de Jairo. Fue testigo en la Transfiguración y estuvo también el El Huerto de Getsemaní.

San Lucas (IX, 33) nos relata uno de sus momentos: junto a su hermano Juan solicitó de Jesús que hiciese bajar fuego del Cielo para arrasar a inhospitalarios samaritanos que se negaban a dar albergue al maestro.

La tradición le atribuye una gran labor de evangelización en la provincia hispánica que le correspondió en el reparto que los Apóstoles realizaron con el fin de difundir el Evangelio de Cristo. Probablemente llegó a España en el año 41 y permaneció en ella hasta fines del año 42. Recorrió los caminos de Itálica, Mérida, Coimbra, Braga, Iria, Lugo, Astorga, Palencia, Horma, Numancia y Zaragoza, donde se le apareció la Virgen en el Pilar. Después, por el Ebro, pudo tomar la Via Augusta de Tortosa a Valencia, Chinchilla y Cazlona para regresar desde un puerto murciano o andaluz a Palestina.

Herodes Agripa, rey de Judea (Hechos, XII, 2), nieto de Herodes El Grande, lo hace decapitar con la espada hacia el año 44, convirtiéndose en el primer apóstol en verter su sangre por Jesucristo.

Su cuerpo fue trasladado por los Apóstoles a la Península Hispánica, llevado en un bajel hasta Iria Flavia. Desembarcaron y caminaron unas 4 leguas hacia septentrión por la antigua via romana de Iria a Brigatium llegando a Liberodonum sepultando el cadáver. Elevaron un mausoleo, “Arca marmorica”, según diplomas de Alfondo III, Ordoño II, Ordoño III y Sancho el Craso. Según la tradición, junto al sepulcro de Santiago reposaban los cuerpos de sus discípulos Atanasio y Teodoro.

Todo ello vio la luz en tiempos de Alfonso el Casto y Teodomiro, Obispo de Iria Flavia. En memoria de tan fausto acontecimiento, al lugar se le llamó “Campus stellæ” o “Compostela”.

El rey Alfonso II manda edificar sobre el sepulcro una sencilla iglesia y comienzan a llegar visitantes a la tumba del Apóstol.

Durante la época de la Reconquista, Santiago se convierte en un personaje al que se invoca para obtener la protección divina en la lucha frente al infiel. Surge un Santiago Matamoros. Y en las ensangrentadas luchas contra los moros , en muchas ocasiones la victoria se atribuía a la ayuda e intervención divina merced a la invocación a Santiago.

En el año 844, otro fenómeno sobrenatural daría el definitivo espaldarazo a la figura de Santiago como encarnación de la Reconquista. El 23 de mayo en Clavijo, cerca de Logroño, el rey Ramiro I de Asturias se enfrenta a las tropas musulmanas de Abderramán II en clara desventaja numérica. En pleno fragor de la batalla el apóstol Santiago aparece espada en mano a lomos de su famoso caballo blanco repartiendo tajos entre los infieles. Los cristianos vencen contra pronóstico y el mito jacobeo traspasa definitivamente los Pirineos. Nace el apelativo de Santiago Matamoros.

Allá por el siglo XVI, el Arzobispo de Santiago, Juan San Clemente, ocultó el cuerpo por temor a losingleses que se aproximaban a la ciudad. Cuando mas tarde el Cardenal Payá ocupó la sede de Compostela descubrió nuevamente las reliquias del santo. Inició un minucioso proceso que envió a Roma y finalmente una Bula de León XIII “Deus omnipotens”, del 1 de Noviembre de 1884 ratificó y confirmó la Sentencia de la Comisión Especial de la Sagrada Congregarción de Ritos, en la que se declaraban auténticas las reliquias de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro.

La figura de Santiago, como Patrono de España, ha sido acogida a lo largo de toda nuestra historia de reconquista y conquista. Cuando comienza el Descubrimiento de América de nuevo la figura de Santiago se hace notar: la intervención de Santiago es decisiva, en la mente de los descubridores y conquistadores:

“Y como cayó en tierra se espantaron los indios y dijeron que abia caído yllapa, trueno y rayo del cielo… Y asi bajó el señor Santiago a defender a los cristianos. Dicen que vino encima de un caballo blanco… y el santo todo armado y su bandera y su manta colorada y su espada desnuda y que venía con gran destrucción y muerto muy muchos indios y desbarató todo el cerco de los indios a los cristianos que había ordenado Manco Inca y que llevaba el santo mucho ruido y de ellos se espantaron los indios. (…) Y desde entonces los indios al rayo lo llaman y le dicen Santiago…” (F. Guaman Poma, 1615).

Los Tercios recorrieron Europa al grito de “Santiago y cierra, España”. Con los últimos Austrias y los Borbones fuimos perdiendo fuelle y decaímos hasta ser lo que ahora se arrastra. De nuestro Santo sólo parecen quedar locales fiestas patronales bañadas en alcohol y un Camino que tiene mucho de turismo, de laicismo, y de cultura sin Dios. Ese Dios al que pedimos que bendiga a nuestra maltrecha España con la intercesión del que algunos seguimos venerando como el Santo Patrón.

Nuevamente, griten conmigo: ¡Santiago y cierra, España!

Enlace original: http://www.diarioya.es/content/griten-conmigo-%C2%A1santiago-y-cierra-espa%C3%B1a

viernes, 24 de julio de 2009

Rodeados por frondas de olivos plateados


LA VERDADERA FAZ
DE LAS CRUZADAS


El 15 de julio de 1099, los cruzados se apoderaban de Jerusalén, tres años después de su partida de Occidente. La gran prensa y lo que se ha dado en llamar los medios de comunicación, los conversadores del gran circo, dirán otra cosa: evocarán los mismos tópicos envejecidos de siempre, verdaderas herrumbres, y hablarán de guerras santas, de conquistas y de intolerancia.

Otras tantas contra-verdades. Estos hombres, ciertamente, creían en Dios y no iban a combatir sin rezar y colocarse bajo la protección de Cristo, de la Virgen, de sus Santos Patronos. Aún querían ser los milicianos de Cristo. Mientras sufrían largas penas y ganaban batallas contra enemigos infinitamente más numerosos, siempre clamaban que los ángeles estaban a su lado, mostrándoles el camino y sosteniéndolos en los peores momentos.

Pero no era una “guerra santa”, una “guerra de religión”. No iban a exterminar al Islam o a convertir a los musulmanes, por la buena razón de que en 1095 nadie o casi nadie tenía la menor idea de qué era el Islam. Ninguno de los relatos de esa primera cruzada, escritos no por compiladores sino por hombres que se encontraban in situ, habla de musulmanes o mahometanos. Para ellos, los enemigos eran o los sarracenos a semejanza de los piratas del Mar Mediterráneo, o más bien los babilonios y arrianos, los persas y los partos, u otros pueblos “bárbaros” de la Antigüedad. Las crónicas se refieren a la historia antigua del Oriente.

¿Guerra de conquista? En absoluto. Es verdaderamente curioso seguir hablando de esta cruzada como si los cristianos se hubieran ido a cazar a esos pueblos instalados allí desde siempre. Eso es olvidar que las tierras de Palestina y Siria, cuna del cristianismo, estuvieron durante siglos bajo la autoridad de los emperadores de Constantinopla, insignes focos de civilización cristiana.

Jerusalén, Antioquía, Alejandría, fueron las sedes de los patriarcas de la Iglesia de Jesucristo. Es olvidar además que estos emperadores de Constantinopla, más de cien años antes de las cruzadas, habían conducido sus ejércitos a la reconquista de estos países: Alejandría fue retomada en el 962, Antioquía en 969, y Juan Tsimisces (emperador desde 969 a 975) no se detuvo hasta después de haber tomado Beirut, sino ante Trípoli. Los turcos venidos desde muy lejos expulsaron a las guarniciones imperiales, pero recordemos sin embargo que los francos, el 20 de octubre de 1097, se presentaron ante Antioquía, cuando esos turcos no eran dueños de la ciudad más que desde 14 años atrás. Para España bien podemos decir “reconquista”, pero para el Oriente, aceptamos que nos sean impuestas la palabra y la idea de una simple conquista, acaparamiento de tierras u otras que se encontraban ahí con pleno derecho.

Una aventura espiritual

¿Intolerancia? Tendría un famoso descaro aquel que acusase a los hombres del pasado, cristianos por supuesto, de intolerancia, mientras vivimos, aparentemente satisfechos, en un tiempo en que todas las formas de escritura y de pensamiento son sometidas a un control cada vez más severo. Cierto, la intolerancia es altamente proclamada como detestable, pero se acusa de ella sólo a los hombres libres que se atreven a manifestar sus propias convicciones y extreman su insolencia hasta defenderse contra ataques odiosos.

Los “intolerantes” son los disidentes, señalados con el dedo, agredidos, excluidos. No son los guardias asalariados del templo quienes no soportan la menor resistencia a sus esquemas, la menor crítica a sus discursos siempre “conformes”, con un tonto conformismo que hace reír. Mirémonos como vivimos antes de hablar de un tiempo que no queremos ni siquiera tratar de conocer verdaderamente o entender.

La cruzada de 1095-1099 fue la primera, y fue ante todo una aventura espiritual. Para buscar sus orígenes y para analizarla, las tesis materialistas han fracasado.

Invocar la red de conquistas o la búsqueda de nuevos espacios y la búsqueda de especias, era de buen tono hace 50 años, mientras el materialismo histórico se imponía exclusivamente en nuestras universidades. Ese tiempo, por fin, no existe más, y sabemos que nada de eso tiene ni pies ni cabeza. Simples reflexiones de buen sentido ponen todo al aire.

Los campesinos del año 1000 sin duda eran más numerosos que antaño. A menudo han dividido sus herencias y buscaron tierras nuevas para sembrar. Pero ir tan lejos… ¡la idea no se imponía! Acababan apenas de empezar las roturaciones de las grandes selvas en la Germania, Europa Central o en suroeste francés mismo. La desecación y el relleno de los pantanos estaban apenas iniciados. ¿Por qué enfrentar tales cansancios y peligros para poder establecerse sobre tierras lejanas que se sabían —según el parecer de los peregrinos que volvían— en su mayoría áridas, condenadas a una economía pastoril seminómada, totalmente contraria a su manera de vivir y trabajar? ¿Descuidar las tierras próximas para ir allá, donde había que construir o reconstruir todo?

Todavía leemos, en tal o cual manual de estudios, que los “grandes mercaderes” italianos fueron los instigadores de esta cruzada, con el único fin de poder traer especias de Oriente a mejor precio. Pero esto es falso: los genoveses, los venecianos y los pisanos no participaron en las primeras expediciones; intervinieron sólo en un segundo tiempo, y como guerreros con sus caballos y sus máquinas de guera, no como mercaderes.

Tierra Santa no les interesaba más que mediocremente. Ya establecidos en Constantinopla, donde se beneficiaban con privilegios fiscales, y en El Cairo, en donde sus negociantes podían alojarse en los mercados, se encontraban en el corazón mismo de los grandes tráficos de Oriente. Siria de la costa, y Palestina no ofrecían, ni de lejos, los mismos recursos; alejados de las grande rutas de las caravanas, esos países no tenían en aquel entonces ni atractivas culturas exóticas (caña de azúcar, algodón), ni industrias de lujo. Para decirlo todo: frente a Constantinopla, Damasco, Bagdad y El Cairo, Jerusalén parecía —en ese plano— una simple aldea.

Historiadores partidarios

¿Grandes señores apurados por constituir principados sobre vastos territorios y ciudades de sueño?

He aquí unas imágenes completamente inventadas para limitar la tesis de los historiadores partidarios, aplicados a maldecir el cristianismo y la época feudal.

Los jefes cruzados, los de las primeras cruzadas y aún los que llegaron luego de refuerzo, no eran en absoluto despreciados, hijos cadetes o excluidos del clan, en búsqueda de algún establecimiento, obligados a correr la loca aventura.

Godofredo de Bouillon, duque de Baja Lorena, poseía buenos feudos y buenos castillos, anclados sobre tierras ricas. Raimundo de Saint-Gilles, conde de Tolosa, sin duda fue uno de los más activos “barones”, aquel que reunió al mayor número de hombres y gastó las más fuertes sumas de dinero. Fue, después del rey, el príncipe más poderoso del reino, de ninguna manera contestado o amenazado. Su partida lo privó de una magnífica herencia y murió en Tierra Santa sin haber podido poner la mano sobre Trípoli.

La cruzada en 1095 respondía al deseo de los creyentes de ver la tumba de Cristo y rezar ante ella. Las crónicas del tiempo hablan bien de los “francos” o de los “cristianos”, pero siempre los califican de “peregrinos”. Los hombres se han juntado y armado porque ya no soportaban enterarse de que los peregrinos que iban a Palestina debían hacerlo con peligro de su vida, soportando en todos los casos duras humillaciones y tasas que crecían año tras año. Esa peregrinación fue, desde entonces, el centro de todas las preocupaciones e iniciativas, y los cruzados en su mayoría no tenían más proyectos que liberar la Ciudad Santa, reconocer el recorrido de Cristo, de la Santísima Virgen y de los apóstoles, rezar y volver a su casa.

Sólo un puñado de caballeros permanecieron cerca de Godofredo de Bouillon. La construcción de las plazas fuertes y la defensa del reino latino, frente a los ataques de los egipcios o los turcos, fueron posibles sólo por la llegada, cada año, de nuevos peregrinos que participaban en los trabajos y en los combates, y luego se iban.

Peregrinos en las cruzadas

Antes que una cruzada más valdría, para los años 1096-1099, decir ya que las cruzadas eran expediciones que juntaban gente de diferentes orígenes, que no habían salido juntas ni seguían los mismos caminos. Hablar de cristianos de “todo Occidente” que respondieron al llamado de Urbano II, es decir una figura de estilo.

La cruzada fue predicada por el Papa sólo en algunas partes del reino de Francia, principalmente en Auvergue y el Languedoc, pero no en París ni en la Isla de Francia.

Por el hecho de la querella entre el Papa y el emperador germánico, que sostenía todavía a un antipapa cismático, esta predicación no se extendía ni a Alemania ni a Italia del Norte. Tanto, que se debió oponer a las cuatro cruzadas suscitadas por estas predicaciones del Papa, de los Legados y Obispos (ejércitos de lorenos, normandos de Normandía y de Italia del Sur, de Raimundo de Saint-Gilles), otra cruzada llamada “de la gente pobre”. Ese fue el fruto de las predicaciones menos controladas, hechas sobre todo por ermitaños o monjes errantes, que a veces quebrantaban el destierro, que evocaban el apocalipsis y llamaban a exterminar a los impuros. Esto llevó a esa pobre gente a lanzarse a una larga caminata miserable, obligados a comprar víveres a un alto precio, a invadir las ciudades, especialmente en la Renania, y a masacrar a los burgueses, judíos o no, sindicados como culpables. Todo esto, a pesar de la intervención de los Obispos del lugar que trataban de protegerlos.

Los ejércitos de los “barones” son mal conocidos, y generalmente nos hacemos de ellos una idea falsa.

De hecho, hablar de “ejércitos” ya es un error, pues esto hace pensar naturalmente en tropas de hombres aguerridos, todos armados y propios para el combate. Nuestros textos muestran otra cosa: muchedumbres considerables de pobres sin medios, sin armas y sin experiencia, acompañados a menudo por sus esposas y sus hijos, conducidos y protegidos por una milicia de caballeros mucho menos numerosos. Todos los testigos lo afirman y los mismos historiadores musulmanes, más tarde, han coincidido en el hecho: no eran ejércitos verdaderos, sino sencillamente cohortes heteróclitas.

Esto hacía que hubiera miles, o quizás varias decenas de miles de peregrinos expuestos a los cánceres de toda clase, a las hambrunas y a las enfermedades. Conducirlos, y esperar que estuviesen todos reunidos antes de retomar la marcha, aprovisionarlos de agua y víveres, son todas estas unas cargas que han pesado mucho sobre la conducta de esta tropa aventurada tan lejos de sus puntos de partida. Esta gente, en el curso de los meses y los años, sufrió mucho de hambre y de sed, por las esperas y la desnudez. En vísperas de la victoria, en la Jerusalén conquistada, invadieron las casas, saqueando todo lo que podían encontrar, masacrando a los habitantes. La historia hoy retiene estas masacres para con ellas reprobar toda la empresa, y culpa por supuesto a la Iglesia como responsable de ellas.

¿Quieren que una vez más pida perdón, y arrepentida totalmente, se golpee el pecho?

Insistir de esta manera, y aislar el acontecimiento, es falsear el debate, pues aquellas masacres son atroces, indignan nuestros sentimientos, pero son ¡desgraciadamente! muy habituales en estos tiempos… como en muchos otros. La guerra de asiento les daba origen, exasperaba las pasiones, los odios entre enemigos que podían observarse e injuriarse durante un largo tiempo.

¿Se puede nombrar, en el curso de los siglos, una gran cantidad de ciudades conquistadas por la fuerza, que luego hayan permanecido intactas? Menos de un año antes de las cruzadas, el 26 de agosto de 1098, los egipcios, musulmanes, se habían hecho dueños de esa misma ciudad de Jerusalén, y habían masacrado a todos los turcos, así como a buena parte de los habitantes que eran sus aliados o cómplices.

¿Nuestros historiadores moralizantes, siempre listos para describir largamente los actos de crueldad atribuidos a los hombres de los tiempos “medievales”, a sus señores, a sus sacerdotes y a sus monjes, han hablado mucho del saqueo de Capua, el 24 de julio de 1501, por parte de los ejércitos del rey Luis XII, y del saqueo de Roma, por parte de los hugonotes alemanes, los españoles y las tropas del condestable de Borbón, que en 1517 tomaron la ciudad a sangre y fuego?

Y no fue durante una cruzada, en el curso de “la noche de la Edad Media”, sino en tiempos del “Renacimiento”, tiempos de “luz”, de “libertad”, y ya de “progreso”.

Jacques Heers

jueves, 23 de julio de 2009

Cartas de Lectores


¿DESAPARECIDOS?

Sr. Director:

Tal vez Usted me pueda orientar. Me dicen que un tal Ismael Monzón, vecino de San Martín, Prov. Buenos Aires, miembro del ERP muerto en el criminal asalto del Regimiento Viejo Bueno el 24 de diciembre de 1975, al igual que muchos de los terroristas marxistas que cayeron en ese combate, han sido considerados como desaparecidos, por lo cual sus familias recibieron la suma de $200.000 cada una, por decisión del gobierno actual. En lo que hace a Monzón, no sólo le habrían dado a la familia la suma de dinero anteriormente dicha, sino que también a su esposa le habrían adjudicado el puesto de trabajo de su marido en el Banco Provincia de Buenos Aires.

Me pregunto, si esto fuera verdad, claro, no ya por qué no se indemniza a las víctimas de la guerrilla marxista, si no, por qué es considerado desaparecido y víctima del “Terrorismo de Estado”, un sujeto que alistado en un ejército invasor internacionalista y beligerante, el ERP, toma por asalto una unidad militar de la Nación, y muere a la vista de todos, como consecuencia natural de quienes tratan de impedírselo, esto es, miembros de las Fuerzas Armadas agredidas.

Si esta es la lógica del Gobierno, bien cabría esperar una indemnización o subsidio estatal para los familiares de todos los delincuentes y asesinos que hayan resultado abatidos por las Fuerzas de Seguridad, impidiéndoseles así el libre ejercicio de sus actividades homicidas. Cabría también rever el concepto de “desaparecido”, el cual ya no sería un inocente NN que simplemente no está, según dicen que dijo el General Videla, sino un culpable perfectamente identificado y enrolado en una poderosa organización terrorista.

Atentamente,

H. de Agro Napolitano

miércoles, 22 de julio de 2009

Doctrinales


NOSOTROS,
LOS AFÁSICOS


En oportunidades anteriores nos referimos a cierto delirio cuantofrénico de quien se obsesiona por los números y los porcentajes, en desmedro de las cuestiones sustanciales. Por más que ante tamaño afán aritmético queden en el camino las verdaderas categorías axiológicas del quehacer humano.

Es el igualitarismo revolucionario que empareja las cosas —y también las personas— con regla y compás. Es la misma revolución que quiere el amor fraterno, a condición de matar al Padre, y la libertad, aunque haya que imponerla con sangre y terror, consolidando cada vez con más evidencia el conocido y padecido totalitarismo de los liberales.

Esta falsa igualdad le tiene un pánico atroz al proverbial “llamar a las cosas por su nombre” y más cuando el hacerlo pueda marcar diferencias importantes.

Habrá que insistir con aquello de que en la crisis de la inteligencia, y de su mejor fruto que es la palabra, está el origen de muchos de los demás desbarres.

No llamar a las cosas por su nombre es una forma de matarlas. Los ideólogos han cometido este asesinato. Pero no seamos nosotros homicidas culposos o cómplices inadvertidos. ¿Qué pasa si nadie celebra las cosas de nuestra Patria? ¿Qué si las proezas de los héroes y el testimonio de los santos enmudecieran? Cuánto se minimiza al decir “son palabras, nada más”.

Ya conocemos —especificaciones de lado— que la afasia es un trastorno del lenguaje en relación a la expresión (verbo externo) o a la correcta denominación del objeto (verbo interno). Pero la peor afasia —si de analogías se trata— es la moral.

Una cultura afásica es la que ha roto el puente que comunica la inteligencia con la Verdad. Entonces, las cosas terminan cercadas por ruidos incapaces de henchirlas y de refundarlas por medio de la palabra.

Por momentos parece que quedó atrás aquella crisis en torno a la palabra y al diálogo por la cual los términos equívocos o la ambigüedad en el lenguaje no dejaban brillar el logos. Fue seguida por otra crisis que parece más grave aún: la ruina de la inteligencia, pero promovida por la voluntad. La voluntad sostenida y obstinada de no nombrar las cosas, de no convocarlas a la existencia por el verbo justo. El relativismo hiere de muerte a la inteligencia porque le niega la solidez inmutable de las esencias, pero también envenena lentamente la voluntad porque le inspira el desprecio por el lenguaje rotundo del sí, sí; no, no.

Para el mundo relativista es un gesto de soberbia recordar imperativamente que “alguien tiene que decir la verdad”. Claro, ¿quiénes somos para decir que uno más uno es igual a dos? Pero nuestra Patria se derrumba, cada día sufre una nueva herida y nadie llama al pan pan y al vino vino. Y no sólo la patria es la derrumbada,claro.

¿Cuándo se va a decir que los adalides de los derechos humanos tienen un profundo desprecio por la vida, natural y sobrenatural?, ¿por qué tantas vueltas para aceptar que la Argentina necesita un nuevo bautismo, porque aquí el problema no es económico en primer lugar, sino moral y religioso?, ¿cuánto más tenemos que soportar para que brille con claridad la certeza de que la justicia es una parodia, caprichosa, revanchista y perversa; o que el sistema actual no pasa ni el primer examen de sensatez; o que el recuento de papeletas no tiene ninguna vinculación con la virtud probada de los que deben gobernar?

Con los afásicos morales no se puede dialogar porque no es posible el diálogo sin el logos. Pero vinculan a priori la soberbia con el sí sí no no. La firmeza en la palabra es una afrenta al dogma democrático y a la teología del consenso.

Pues entonces debemos estar dispuestos a la “rigidez” y al “totalitarismo” de llamar a las cosas por su nombre, y dejar de usar nombres para esconder las cosas. Hablar para ocultar el pensamiento es una curiosa forma de afasia y muy común cuanto eficaz —por ejemplo— en la política.

Lo “innombrable” ya no es el demonio sino la esencia de las cosas. La subversión ha logrado todos los objetivos: si se habla de Dios, del orden natural o de los principios morales, se está violando un pacto de neutralidad y silencio que habrá que pagar con la censura y el castigo. Pero si se habla del ateísmo, la supuesta neutralidad moral, la contranatura, es libertad de expresión y apertura mental.

Entonces, nadie pronuncia ya las palabras sustantivas y quedan cautivas del enemigo. Debemos abalanzarnos sobre ellos y recuperar lo que es nuestro. Para el marxismo la palabra no es heraldo de Dios, sino el medio privilegiado para confundir las inteligencias y por tanto —dicho en lenguaje ideológico— un excelente instrumento de dominación. ¿Qué es una palabra noble en la boca de un desgraciado?

¡Pobres de nosotros si somos afásicos voluntarios! Si hemos visto la verdad pero no damos testimonio de ella con el verbo justo. No por ignorancia, sino porque no queremos. Las piedras —por advertencia de Dios— están prontas a gritar la verdad si nosotros no lo hacemos.

Por eso, tiemblen los enemigos de Dios, que con su Verbo restauró todo, y nos volverá a juzgar. Y también sintamos temblor quienes queremos ser soldados de Cristo y amigos de Dios, y no estemos resueltos a tomar entre las manos esta vocación fundante, metafísica y urgente de llamar a las cosas por su nombre.

Jordán Abud

martes, 21 de julio de 2009

...en el misterio de la Historia


DOGMÁTICA ISRAELÍ

FANATISMO JUDÍO

Entre las perplejidades suscitadas por la peregrinación de Benedicto XVI a Tierra Santa —en su hora tan preocupante para tantos católicos— ha sobresalido la respuesta del fanatismo a sus múltiples deferencias. Sin duda con la evidente voluntad de humillar a la Santa Iglesia en la persona del Santo Padre. El conjunto de inventivas e invectivas recuerda al “Caso Williamson” y de rebote apoya la justa réplica a las imposiciones arbitrarias del Pensamiento Único. No bastaron a los extremistas judíos los muy esforzados gestos halagüeños, todo les pareció mezquino, insustancial y elusivo. Si habló primero de seis millones de muertos, les parecía ofensivo que después mencionara solamente “millones de muertos”, sin anteponer el dígito 6 ni decir “asesinados”. Increíble: ni que tampoco llorara a mares por el “Holocausto”, acaso tirándose al suelo en el museo epónimo. Como se ve, lo único que pudiera satisfacer la inquina, sería que el Sumo Pontífice pidiese perdón en nombre de la Santa Iglesia. Por su culpabilidad (sic) en el supuesto “Holocausto”; infame acusación de uno de los más importantes funcionarios de Israel. Llovieron también las insolencias, por boca del rabino Meir Lau; el mismo que rechazó un día la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y del rabino Rabinovitz, quien ya prohibió al gentil Cardenal Schöenborn y su comitiva acercarse al Muro de los Lamentos, por llevar la cruz del pectoral. En fin, todo lo que surge de las crónicas es un triste fracaso de la peregrinación católica.



PUNTOS SOBRE LAS ÍES

Pintadas así las cosas, con los detalles que regodean a la prensa amarilla, esto confirmaría los previos y negativos vaticinios sobre el viaje papal. No obstante, si se observan los hechos con otra óptica, hay aspectos que hoy permiten una valoración positiva. Por de pronto el Sumo Pontífice ha hablado del dolor por “la discriminación, la violencia y la injusticia” reinante en Jerusalén, hasta la explícita referencia al éxodo de miles de cristianos, el reconocimiento de la “martirizada” Gaza y la fuerte condena al muro colosal construido por Israel para recluir a los palestinos (ver “La Nación” del 14 de mayo de 2009).

Pero lo más significativo ha sido el suceso principal de la peregrinación pontificia. Algo que remonta a los gloriosos tiempos de las Cruzadas. Después de siglos el mismo vicario de Cristo ha celebrado el sacrificio de la Misa en Jerusalén; al aire libre y fuera de los muros de la Ciudad Vieja. Un simbolismo, o mejor dicho una reiteración del sacrificio redentor de Cristo; lo que invita a piadosas reflexiones. Realmente están ocurriendo ante nuestros sorprendidos ojos cosas extraordinarias, propias de tiempos cruciales. Frente a lo cual, resta meditar que desde este ángulo, pese a los malos tragos, el saldo corrobora aquello que Dios suele escribir derecho sobre líneas torcidas.


NEGACIONISMO ISRAELÍ

El gran empecinamiento induce a recapacitar. Cuando uno argumenta que materialmente no es posible hablar de seis millones (en todo caso serían muchos miles), irrumpe la réplica cortante: ¿Así que Vd. no considera un crimen horrendo la masacre de centenares de miles de judíos? Más allá del sofisma, surge la fuerte intriga: ¿Por qué insistir en los 6 (seis) millones, si de todas maneras cualquier número mucho menor de víctimas debe considerarse un crimen monstruoso? Y se cae en la cuenta de que la exigencia responde a la incolumidad de un dogma religioso, que se quiere imponer con el Holocausto contraponiéndolo al Santo Sacrificio de la Cruz.

Pero es notable que el término “Holocausto” —precisamente por lo que significa— ha sido objetado por importantes personalidades. Como el presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí, Mario Eduardo Cohen (“La Nación”, 24 de mayo de 2000). El estudioso judío, en efecto, dijo allí con la mayor franqueza, que “Holocausto” es una palabra incorrecta para designar padecimientos humanos del siglo pasado, puesto que designa un sacrificio de naturaleza religiosa. Aquí resulta penoso acotar que los asesores o voceros eclesiásticos nunca utilicen la elocuencia del argumento ad hominem…

Juan E. Olmedo

domingo, 19 de julio de 2009

En la semana del Alzamiento (y IV)


CARÁCTER INTERNACIONAL
DE LA LUCHA ARMADA


La Guerra Civil española o Cruzada Nacional, interesó desde el primer instante al mundo entero, particularmente a las naciones europeas. Los países del Eje: Italia, Alemania y Portugal consideraron la causa de Franco como la suya propia, ya que éste perseguía la unidad y en engrandecimiento material y espiritual de la Patria, luchando por conseguir la unidad nacional a través de un Estado unitario como el suyo.

Por otra parte, naciones como Francia, con León Blum, jefe del gobierno socialista en el poder, Rusia y México con regímenes comunistas, apoyarán decididamente al bando republicano y al pueblo levantado en armas contra la tiranía “fascista”. Hasta la lejana e inmensa China tomaría parte a favor de unos de los dos bandos: el republicano. En 1937, Mao Tse Tung escribió una carta al pueblo español en nombre del Partido Comunista Chino en la que afirmaba textualmente: “Nosotros, el Partido Comunista Chino, el Ejército Rojo chino, y los Soviets chinos, estimamos que la guerra dirigida actualmente por el gobierno español es la guerra más sagrada que hay en el mundo. Esta guerra se lleva a cabo, no sólo en nombre de la vida del pueblo español, sino para todos los pueblos explotados del mundo” (cfr. “Cuadernos para el Diálogo” nº 183, 30/10/76).

Aquí vemos, pues, que el sentido de “guerra santa” o “cruzada nacional” aplicado a la guerra civil española, no sólo era compartido por los nacionales, sino por los comunistas mismos, aunque con signo y significado totalmente diverso.

Destacando este carácter de universalidad y de fuerte carga ideológica de nuestra contienda está el parecer de un autor moderno, Maurice Berdeche, quien, bajo el título “La Guerra Civil de Occidente”, publicado en la revista “Universitas” nº 40 de junio de 1976, de la Pontificia Universidad Católica Argentina, que tiene estas significativas frases: “Repitámoslo para los que no lo saben o lo han olvidado: la guerra de España fue la primera batalla librada en defensa del Occidente contra la barbarie y la esclavitud. Fue la más diabólica de las batallas por ser la más pura: ninguna política de hegemonía, ninguna anexión mezclaban su veneno al enfrentamiento de dos concepciones de vida, de moral y de civilización. La victoria franquista aseguró, por cuarenta años, la solidez del Occidente… la guerra civil de Occidente comenzó en el instante mismo en que corrió por las ondas la famosa consigna que detuvo bruscamente al terrorismo y a los asesinos: «El 17 a las 17». Todos tomamos partido en ese momento. Y desde ese día cada país quedó dividido en dos campos: los que para conservar la palabra democracia aceptaban los excesos de la libertad, el desorden, el asesinato, la ley de las mafias sindicales de izquierda; el terror, en una palabra; y los que querían gobiernos de salvación pública para asegurar a las naciones de Europa la paz, la verdadera libertad…”

Es curioso y sintomático el comprobar este hecho: ahora que aquí, en España, los católicos parecen sentir rubor y remordimientos de conciencia por haber luchado, ¡y vencido! en la contienda del '36, del extranjero nos tiene que venir la voz significativa que nos recuerde el alcance, el valor y la trascendencia de aquel trágico enfrentamiento español, cuya victoria a favor de los nacionales es reconocida más allá de nuestras fronteras, como la defensa y la victoria de la civilización cristiana occidental. “Esta guerra simbólica —continúa diciendo nuestro autor—, que comenzó hace cuarenta años, dura hoy todavía. Se utilizan contra Franco (y su memoria) las mismas armas, destinadas a atizar el odio antes de que llegue el momento de sacar las ametralladoras: las injurias, las mentiras, las «atrocidades»… La guerra de España es la guerra del mañana, no del ayer… Porque nada ha terminado. La sucesión de España, sea como fuere, será sin duda la señal para que se levante el telón del segundo acto en la guerra civil de Occidente. Los que con tanta ligereza hablan de la muerte del «dictador», no ven que la paz que dio a España, nos la dio al mismo tiempo a nosotros… Su desaparición inicia el tiempo de las aventuras. Y este golpe de gong nos concierne a todos. Hoy como ayer la guerra de España será nuestra guerra…”

Ángel García
(Tomado de su libro “La Iglesia española y el 18 de Julio”)

sábado, 18 de julio de 2009

En la semana del Alzamiento (III)



LLÁMAME CAMARADA



En la ilustración de esta interesante nota de D. Blas Piñar vemos la inscripción “Cubre tu pecho de azul español”, referencia al verso inicial de una bella canción dotada de pegadiza y excelente música y conocida vulgarmente como “Cubre tu pecho”, dedicada a los jóvenes y sus campamentos.

Vemos en ella una estética y un sistema de valores totalmente antitéticos a las pestilencias tóxicas que hoy están destinadas a emputecer, intelectual y materialmente, a la juventud.

En el Cancionero se dice de ella: “CUBRE TU PECHO. En el Campamento Nacional «Sancho el Fuerte» del año 1943 se realizó el Primer Curso para Jefes de Centuria y el Segundo Curso para Jefes de Falange, y en él surgió esta canción con el título «Llámame camarada». Su letra refleja el espíritu amigable y cordial de la juventud, la formación campamental, la convivencia y la camaradería, con una «soberbia canción de amor y de luceros»”.

Por todo esto me pareció oportuno recordar este bello canto de amor a la Patria y a los nobles ideales, hoy más necesarios que nunca en esta oscuridad materialista y frívola. Podemos bajar de internet esta notable composición musical en http://www.rumbos.net/cancionero/4245_007.htm

Cubre tu pecho de azul, español,
que hay un hueco en mi escuadra;
pon cinco flechas en tu corazón,
llámame camarada.

Te enseñaré una soberbia canción
de amor y de luceros;
y marcharé junto a ti en formación
por el campamento.

Ven a mi lado,
que allá en tu tierra,
cien camaradas nuevos esperan,
para saber por ti,
como sabrán por mí,
lo que tú y yo
aprendamos aquí.

Cubre tu pecho de azul, español,
que hay un hueco en mi escuadra;
pon cinco flechas en tu corazón,
que te llama la Patria.

Fernando José Ares

viernes, 17 de julio de 2009

En la semana del Alzamiento (II)


LA ÚLTIMA CRUZADA

El 18 de Julio de 1936 sigue siendo una fecha clave y, a la vez, desencadenante. La hoja del calendario que señalaba el día, el mes y el año, fue desprendida, pero el acontecimiento que enmarcaba continúa vivo, porque fue trascendente, saltando la frontera temporal de unas horas fugitivas.

Se iniciaba un Alzamiento militar en España. Tenía un respaldo civil importante. Respondía a una exigencia biológica nacional. Contaba con una doctrina y un programa político entrañado en la Historia y con proyección de futuro.

No fue un pronunciamiento castrense al estilo decimonónico, ni una lucha entre facciones que aspiraban a la conquista del poder. No fue una guerra civil químicamente pura. Fue el planteamiento beligerante y castrense de un combate ideológico en el que se debatía lo sustancial, en el que se había hecho necesario y urgente, como había dicho José Antonio, dar la existencia para salvar la esencia.

Por eso la contienda española quedó “ab initio” desbordada. Desbordada, porque adquirió dimensiones universales; y no sólo por la presencia en uno y otro frente de voluntarios no españoles, sino porque en cada nación del planeta el enfrentamiento se produjo a nivel de la simpatía y hasta de la ayuda a uno u otro bando contendiente. Desbordada, porque los valores en juego, los que habían informado la Cristiandad, como manifestación política del Cristianismo, elevaron la lucha a la categoría de Cruzada, como la Iglesia la calificó reiteradamente.

Fe y Patria, Altar y Hogar, fueron, en síntesis, las ideas que movilizaron a una de las mejores generaciones españolas de todos los tiempos a empuñar las armas o a morir, sin una queja, victimada en parte por los enemigos, en las tapias de los cementerios, en las bodegas de los buques de carga, en las escolleras de los puertos, en lo profundo de las minas, al borde de los caminos.

Esos ideales hicieron posible mantener nuestras constantes históricas, como la resistencia de Numancia y Sagunto, renovadas en el Santuario de la Virgen de la Cabeza y en el Alcázar de Toledo, o la del patriotismo sacrificado que ahoga la voz y el instinto de la sangre, como el de Guzmán el Bueno, actualizado por el coronel Moscardó.

Con esa armadura espiritual se explican los héroes y los mártires, y los procesos de beatificación y canonización de las Carmelitas de Guadalajara y los Pasionistas de Daimiel, entre tantos otros. Y a ellos siguen y seguirán los miles que aguardan aún la pública y solemne proclamación oficial de sus virtudes ejemplares.

El Estado que comenzó a construirse a partir del Alzamiento, que fue gestándose en la tensión guerrera de la Cruzada y que se perfeccionó a raíz de la victoria del 1º de Abril de 1939, quiso inspirar su ordenamiento jurídico en el Evangelio, y transformar el talante del español de tal manera, que olvidara aquella frase decadente y pesimista de Cánovas del Castillo, “español es el que no puede ser otra cosa”, y asimilar hasta el tuétano la de José Antonio: “ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”. Una y otra frase simbolizan a la generación resignada y plañidera del '98 —por muchos que fuesen sus méritos literarios— y a la generación optimista y emprendedora de 1936.

España surgió de la miseria material y moral. El país fue reconstruido y “cambió de piel”. La revolución industrial se hizo con éxito, no obstante su retraso y el cerco exterior, injusto e impuesto por el triunfo aliado y su debilidad ante la presión comunista. Los españoles se reconciliaron y un largo período de paz interior, poco corriente en nuestra Historia, sorprendía a un mundo que miraba con asombro —amor, envidia, odio— la fuerza operativa de una España que se había reencontrado a sí misma.

No quiero comparar esa España con la España de hoy. El análisis de un cambio profundo a peor, como el que ahora se está produciendo, y que incide por su gravedad en la subsistencia de España como ser colectivo, el estudio de las causas que han conducido a este cambio y la contemplación de los grupos y fuerzas —no sólo políticas— que lo han respaldado y lo respaldan, exigiría un trabajo más extenso que no pasa, sin embargo, a la tierra del olvido.

La Cruzada española, la última Cruzada, está ahí —pese a la manipulación intencionada— como un punto de reflexión intelectual, pero también como una bandera alzada o una convocatoria viril para los hombres que no quieren convertirse en marionetas o las patrias que se niegan a convertirse en colonias.

Blas Piñar