martes, 28 de abril de 2009

Mirando pasar los hechos (I)


DEMOCRACIA Y MORAL

PÚSTULA

El nuevo año se ha iniciado con una revelación que ahorra comentarios del anterior y cualquier conjetura sobre las perspectivas siguientes. Simplemente por innecesarias, porque pone fin a todas las disquisiciones sobre la calamidad del régimen, certificando su perversión intrínseca ya marcada a fuego por la doctrina pontificia.

Se trata de una infamia acontecida culminando la revolución corrupta, como fruto concentrado en una asquerosa pústula. El negocio de la prostitución infantil practicado en el Mercado Central de Buenos Aires. También queda así expresada, con elocuencia insuperable, la catástrofe de la República tras 25 años de “democracia”.

En verdad, no se puede sintetizar de manera más patética la degradación espiritual y material. Chicas y chicos de entre 8 y 13 años entregan sus cuerpos a la degeneración sexual, a cambio de cajones de frutas y verduras… Algo nunca visto, acaso ni en Sodoma y Gomorra. Lo cual ocurre en plena jactancia oficial de la recuperación moral y económica, en consonancia con la exaltaciòn de los derechos humanos restablecidos. Esto pasa a la vista y paciencia de las autoridades y sin que se alzara una sola voz denunciándolo. Ya sea por inicuas complicidades o por la mordaza de las mafias gremiales dominantes, que “La Nación” (del 13 de enero de 2009) desenmascara en su notable artículo editorial “Sexo por Comida en el Central”.

CRIMEN Y CASTIGO

El escándalo estremecedor lleva a meditar sobre los extremos que alcanza la perversión, así como en el freno que debieran tener semejantes atrocidades.

Lo primero que viene a la mente es la vigencia de viejas lecciones sobre el derrumbe irracional de la humanidad apartada de la Ley de Dios. Sin duda mucho más abajo de lo que se da en llamar bestialismo. ¿Entonces qué amenazas eficaces de castigo podrían detener a criminales tan monstruosos?

Verdaderamente no hay pena temporal, por dura que sea, proporcionada a la depravación y al daño horrible de destrozar corporal y espiritualmente la niñez. Todo lleva al tremendo recuerdo del Infierno.

Y aquí aparece un penoso factor tan actual como desconocido en tiempos no muy remotos. El ominoso silencio al respecto de los predicadores en general. Sencillamente como si no existiera el pecado ni su castigo, ni el fuego eterno.

De hecho, verdaderamente, con esto se ha suprimido el único freno genuino que podía apartar al hombre de sus peores inclinaciones.

PRECEDENTE

En esta dolorosa materia, hubo a la inversa un ejemplo patente. Cuando un Obispo con auténtico celo apostólico, le recordó a cierto funcionario procaz las penas que conforme al Evangelio, esperan a los escandalosos corruptores de niños y jóvenes. Un castigo terrible, mucho peor que si los arrojaran al mar con una piedra atada al cuello; lo cual es muy exacto comparándolo con el suplicio eterno.

De inmediato se oyeron por todas partes los alaridos como de rabia satánica, certificando así el acierto del prelado. Además fue acusado calumniosamente por el Gobierno —con todos los medios a su servicio— de amenazas de muerte para el ministro de marras. Y finalmente destituido de sus funciones castrenses, contra toda ley civil o eclesiástica.

Nada de eso podía sorprender en un régimen persecutorio que por decreto ya diseñara y ejecutara la descristianización cultural del país. Lo que sí llamó tristemente la atención, fue la soledad del Obispo perseguido en medio del silencio de sus hermanos del Episcopado.

MASCARITA

Como está bien claro, el despotismo de facto ha resuelto desenvolverse sin el menos disimulo, sacándose la incómoda careta. Y consecuentemente la juvenil Mascarita consorte ha intensificado sus viajes a cualquier lado. Hasta recalar por ejemplo en la isla del Ensueño, comprobando allí la tozudez de Hilda Molina y la flexibilidad de Fidel Castro. Entre tanto, el tirano local se apronta para el próximo plebiscito que lo consagre democráticamente, repartiendo a cambio de adhesiones preternintencionales, cuanto millón puede rascar de las arcas fiscales o particulares.

Cabe apuntar aquí algo que, aunque evidente, no se toma en cuenta, indicando con ello la profundidad de la postración institucional. Ningún fiscal, ningún agente polìtico o judicial, parece advertir la colosal usurpación de funciones que se está perpetrando en las narices de todos. Aparte del manejo por un extraño del erario público, de ministerios, legisladores y comunas, el uso como cosa propia de todos los medios, de costosos transportes y de la sede presidencial.

Es obvio que por tal pendiente la República sigue su ruta hacia la disolución que auspician y monitorean las centrales del poder mundial. Mientras saben contemplar el catastrófico rumbo, renombrados politicólogos y analistas, habitualmente distraídos en críticas insustanciales o ajenas al fondo moral de la tragedia.

Juan Esteban Olmedo

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