jueves, 30 de abril de 2009

Mirando pasar los hechos (II)


DEMOCRACIA Y MORAL (2)

LA USURPADORA INAUDITA

Pese a la endeble sustentación, la Kadictadura se afirma. Aunque esté aferrada a la nada, pese a ello —o por ello— se siente capaz de burlar e insultar a todo el pueblo anonadado, sujeto al capricho de su hueste invasora. Algo que jamás pudo soñar la patria fundacional.

¡Y pensar que en un momento de impaciencia, hace siglo y pico llegó a mascullarse amargamente “se nos ha sobrepuesto la canalla”! Por gente que ahora sería un lujo… Hoy también queda desmentido que “no hay mal que dure cien años”. En términos morales y materiales, la desgracia que está asolando a nuestra tierra insume el equivalente a siglos interminables. A manos de un usurpador enloquecido, trepado al poder aprovechando el vacío, con la trampa democratoide manejada por un gran mafioso. Sin arriesgar un milímetro de la piel curtida por la usura. Desata la persecución religiosa, promueve asesinos al gobernalle, jueces ignorantes o vendidos, compra-venta de libertades, de influencias e inmunidades, delincuencia garantizada, instituciones “republicanas” malevas y cobardes, superpoderes, educación homosexual, negociados a la luz del día, “matrimonio” de degenerados, perversiones promovidas, narcotráfico incentivado, calumnias, venganzas y vejaciones, mazmorras montoneras, robos, robos y más robos descarados: del bolsillo público y de los ahorros privados, miseria desbordada.

Mientras la Presidente oficial hace turismo, dilapidando fortunas mal habidas del erario, por lugares exquisitos y exóticos, con séquitos en tropel de amigos subversivos y de amigos de la familia, el Presidente de facto se ríe a carcajadas y aconseja a los empresarios y trabajadores que se resignen a ganar un pesito menos.

CALUMNIA, QUE ALGO QUEDA

No cabe duda que el Enemigo de Papel se ha quedado con sangre en el ojo. Y que no perdona jamás; aprovechando cualquier ocasión para caerle con su furia perpetua al pastor celoso que osara arriesgarse por sus ovejas sin “prudencias” humanas. En este caso, para repetir una de las calumnias más elaboradas de su repertorio, de nuevo se sirve de la rigurosa corresponsal fiscalizadora del “Papa alemán” protagonista de abundantes “gaffes” y “desastres públicos evitables” (cfr. “La Nación”, 15 de julio de 2007). Con motivo de la presentación del nuevo embajador de CFK en el Vaticano, la movediza fisgona le atribuye a Juan Pablo Cafiero una reiteración de la calumnia, diciendo: “Cafiero recordó que la cuestión estalló a partir de una poco afortunada declaración de Baseotto, que, en febrero de 2005, dijo que había que «tirar al mar atado a una piedra» al entonces ministro de Salud, Ginés González García, que se había manifestado en público a favor de la despenalización del aborto”. Conviene anotar que el mismo diario del Enemigo de Papel, en una columna lateral resalta la misma calumnia, consignando que en repudio a lo dicho por el Obispo Castrense “el gobierno dispone su remoción y empieza un capítulo de fuerte tensión con el Vaticano”. (Por supuesto como si nunca hubieran existido las minuciosas perversidades irreligiosas de la tiranía, condensadas en el colosal decreto N° 1086/05).

Cabe entonces recalcar hasta el cansancio —como lo destacó en su momento precisamente el mismísimo diario “La Nación”— que las palabras utilizadas por el Obispo castrense en su reclamo al ministro de Salud, se limitaron a recordar la admonición evangélica a quienes escandalizaren a los pequeños.

Juan Esteban Olmedo

miércoles, 29 de abril de 2009

Alguien dice la verdad


EL PORNO CIPAYISMO
DE FEDERICO ANDAHAZI


I. AGRAVIO ABSURDO A
JUAN MANUEL DE ROSAS


Cuando parecía agotado el repertorio de embustes y de maledicencias contra Juan Manuel de Rosas, elaborados por los cultores de una historia falsa, ya liberal o roja, pero contestes todos en el tributo a la mentira oficialmente subsidiada.

Cuando el paso largo y arduo de casi un siglo y medio después de la muerte del Caudillo, permitía abrigar la esperanza de que recayeran sobre él juicios más acordes con el decoro de las pasiones sofrenadas que con el oportunismo audaz de los iletrados.

Cuando se preveía, al fin, que las obscenidades rentadas de Rivera Indarte no hallarían discípulos sino tajantes críticos y racionales objetores, emerge de la nada, continuando a aquel unitario ladino y procaz, un sujeto indocto que lleva por nombre Federico Andahazi.

El figurón, siguiendo una línea escatológica que le ha dado buenos dividendos y mundanal prestigio, acaba de editar el volumen segundo de una “Historia sexual de los argentinos”, titulada impiadosamente “Argentina con pecado concebida”, para poner en evidencia, ab initio, que su pluma meteca conserva intacta la capacidad sacrílega.

Promoviendo aquí y acullá su novísimo panfleto, merced al beneplácito de los medios masivos con la lucrativa hojarasca de esta catadura, el Andahazi ha comparado a Juan Manuel de Rosas con el execrable Josef Fritzl, aquel degenerado incestuoso y homicida de Austria, condenado recientemente tras conocerse los pormenores de sus inenarrables perversiones. “Nos espantamos al conocer la noticia de este austríaco que tenía secuestrada a su hija” —dice el bestsellerista— “y nosotros tuvimos uno igual pero en el poder, en el gobierno” (Cfr. Alejandra Rey, Entrevista a Federico Andahazi, ADN Cultura, La Nación, 25-4-09, pág. 20). “Un tipo mantiene cautiva a una hija adoptiva, la viola y tiene seis hijos. Uno inmediatamente piensa en este personaje austríaco, pero estamos hablando de Juan Manuel de Rosas” (Cfr. Juan Manuel Bordón, Entrevista a Federico Andahazi, Clarín, 29-3-09).

La causa de tan inicua comparanza cree poder fundarla el antojadizo escriba en el mentado caso de Eugenia Castro, a quien describe como “hija adoptiva” de Rosas, “recluida y violada sistemáticamente”, sometida a destratos y humillaciones, y mantenida en la pobreza y sin educación. (Cfr. Alejandra Rey, Entrevista… etc, ibidem).


II. LA VERDAD SOBRE
EUGENIA CASTRO


La verdad histórica guarda austera distancia de este culebrón hediondo, y será bueno recordarla en prietas líneas. Eugenia Castro y su hermano Vicente fueron dados en tutoría a Rosas tras la muerte de su padre, el Coronel Juan Gregorio Castro, y la orfandad de madre en que ambos se hallaban. Ningún vínculo sanguíneo, familiar o parental unía al Restaurador con la joven. Los hermanos vivieron libremente alojados en el enorme predio de San Benito de Palermo, y con posterioridad a la muerte de Encarnación Ezcurra, hacia 1839, todo indica que el dueño de casa la tuvo a Eugenia por “querida”, engendrándole seis hijos según una versión, y siete según otras.

El ilegítimo amorío era un secreto a voces —desparramado adrede por la propaganda opositora— de modo que de oculto y prisionero tenía muy poco. Eugenia y sus hijos naturales eran vistos por los innúmeros y calificados visitantes del predio palermitano, compartía mesa, eventuales paseos y festejos, y así como fue consciente, voluntaria y consentida su relación con Rosas, podrá calificársela con todo derecho de pecaminosa, pero no de macabra, incestuosa, sanguinaria y sepulta bajo la tierra. Manuel Gálvez, por ejemplo, menciona la carta de salutación dirigida a Eugenia por un canónigo porteño. Algo difícil de llevar a cabo si la mujer hubiese estado sometida a un hermético y ruin cautiverio, como la desdichada hija de Fritzl.

Hay otros detalles de esta relación que impiden cualquier analogía indecente como la que ha trazado Andahazi con afán denigratorio. Rosas se ocupó de mantener, mejorar, administrar y ampliar la casa de Eugenia en el barrio de Concepción –operaciones todas de pública realización- y hasta cinco días después de la derrota de Caseros, con la meticulosidad ordenancista que le era proverbial, le entregó a Juan Nepomuceno Terrero los títulos de propiedad de la vivienda de la muchacha, $ 41.000 que le correspondían de los alquileres cobrados y $ 20.000 más pertenecientes a su hermano Vicente. La tragedia irrevocable se cernía sobre su futuro y sobre la patria entera, pero este hombre de singular capacidad reguladora se hizo de un tiempo para que todo aquello que le correspondiera a los Castro llegara a sus manos. Nada de cierto hay entonces en aquella calumnia —ahora remozada— que urdiera Antonio Dellepiane en 1955, cuando desde los antros de la Editorial Claridad pergeñara un suelto negando todo sentimiento paternal y protector en la conducta de Juan Manuel de Rosas.

Unas pocas cartas se intercambiaron Eugenia y Don Juan Manuel tras la caída de 1852. Rafael Calzada, en el tomo IV, capítulo XXVII de sus Cincuenta años de América. Notas Autobiográficas, de 1926, nos permite informarnos sobre su contendido. Obras posteriores, como la de María Sáenz Quesada, Las mujeres de Rosas, han sido más explícitas al respecto, aún sin tener intenciones laudatorias hacia el Dictador.

Sabemos así que Eugenia le manifiesta su lealtad, recuerdo y afecto al antiguo amante, la desazón en que se encontraba, las graves penurias por las que atravesaba, el destrato que padecía de parte de algunos, y “lo siempre bien recibida” que era “en la casa de la señora Ezcurra”. Sabemos asimismo que le obsequia al Restaurador con pañuelos bordados por alguna de las hijas naturales y un escapulario de la Virgen de las Mercedes. Sabemos, al fin, que se interesa “por su importante salud” y le desea “mil felicidades”, a la par que le solicita no ser olvidada y que le remita un retrato. El único regaño que le formula es por unos comentarios “quejosos” que le llegaron de parte de Doña Ignacia Cáneva.

Qué relación guarda todo esto con una mujer presuntamente esclavizada y violada incestuosamente, como quiere Andahazi, nunca se sabrá. Eugenia amaba a Rosas, y no se ha dicho nunca que éste fuera mujeriego, por lo que en la órbita inmoral del concubinato cabe deducir que él le guardó una excluyente correspondencia afectiva. Susana Bilbao, en su novela Amadísimo Patrón, que tampoco es una apología del Jefe de la Confederación, hace bien en sospechar que Eugenia no fue “una hembra destinada a parir, obedecer y servir”, porque no hubiera podido “alguien tan insignificante mantener durante doce años la atención de un hombre que por su riqueza, prestigio y belleza física hubiese podido elegir entre las mujeres más encumbradas de la nación sobre la cual ejercía un dominio absoluto”. Si no fue la Castro —ni debía serlo— la varona paradigmática de Encarnación Ezcurra, tampoco admite la lógica reducirla al papel de un lampazo, como la presenta Andahazi para acentuar la crueldad de su amante.

Rosas, por su parte, durante el doliente destierro, le remitió a Eugenia un puñado de cartas “muy expresivas y tiernas”, según él mismo las calificara. Le pide que lo acompañe en el exilio, junto con su prole, para mitigar entre ambos las comunes peripecias. Se disculpa por no haberle podido responder con antelación, “obligado por las circunstancias”, le aclara que dada la pobreza no puede remitirle dinero alguno, pero que si “la justicia del gobierno” le restituyera sus bienes, “entonces podría disponer tu venida con todos tus hijos”, como se lo solicitó después de aquel aciago 3 de febrero. También hay cartas cariñosas y unos menguados pesos para la hija Ángela, a la par que una lamentación por no poder remitir “algo bueno porque sigo pobre”. Entre “bendiciones”, “abrazos”, palabras cordiales y la aclaración de que “no me he casado”, las epístolas de Rosas cesan un día. Eugenia muere en 1876, y Ángela, su hija natural, apodada “El Soldadito”, recibe una larga misiva de pésame. En el Testamento, Don Juan Manuel dispone el dinero que ha de acordarse a todos los Castro, si alguna vez se le restituyeran los bienes que injustamente le fueron despojados.

La pregunta retórica es la misma que nos hacíamos antes. Qué tiene que ver todo esto con un depravado incestuoso, criminal y esclavista como Josef Fritzl , es algo que únicamente puede pasar por la calenturienta testa de Andahazi, probando una vez más el acierto de Croce: “en materia de historia cada uno prefiere lo que lleva adentro”. Acertaba Fermín Chávez cuando a propósito de este delicado tema denunciaba las “misturas que confunden al lector; misturas que pueden llegar a la infamia […] aprovechadas por apícaras y picarones”, devenidos en “nuevos José Mármol, quien después de todo se está quedando cortito y pusilánime” (Cfr. Fermín Chávez, Los hijos naturales de Rosas, en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, nº 35, Buenos Aires, 1994, pág. 82).


III. HÉROE PERO NO SANTO

Digamos las cosas como son. No hay dos morales, con una de las cuales habría que juzgar a los hombres corrientes y con otra a los próceres. En todo caso, más obligado está el egregio a dar constante ejemplo virtuoso ante la grey confiada. El sexto mandamiento nos alcanza a todos, y Rosas pecó grave y persistentemente contra él. Ni justificaciones ni atenuantes nos importa hilvanar aquí. Mucho menos retruécanos ingeniosos, como aquel de Anzoátegui, según el cual, “el héroe es el que puede sacarse cien hombres de encima; el santo, el que puede sacarse una mujer de abajo”. Si esto es cierto, y puede serlo, lamentamos que Rosas no haya sido santo, y en nada nos alegra su reiterada incontinencia. Tampoco es encomiable que aquellos hijos naturales no hayan sido reconocidos por su padre. Casi como una parábola trágica de la patria misma, hundida tras la derrota de Caseros, la tradición oral que se ha colado en el tema cuenta que de los varones que le dio Eugenia, uno murió en la Guerra del Paraguay, otro acabó pocero en Lomas de Zamora, y otro peón de estancia por los pagos de Tres Arroyos. La herencia de uno de nuestros mayores y mejores patricios, concluyó tumbada sobre la tierra, entre el anonimato y la orfandad. Con pena inmensa lo pensamos y lo escribimos.

Pero Rosas, el pecador, el de la carne débil y el instinto irrefragable, el de la falta sempiterna contra la castidad que asoló por igual en la historia a príncipes y mendigos, pontífices y súbditos, no es el monstruo incestuoso y homicida que irresponsablemente ha retratado Andahazi, propinándole un agravio cobarde, impropio de un caballero, y antes bien semejante en sustancia al que Don Quijote —en el capítulo LXVIII de la Segunda Parte— describe como connatural en “la extendida y gruñidora piara”.

Tampoco es Rosas un hombre que pueda ser acusado de mantener cautiva a esta mujer, que a su modo amó y fue amado por ella. Si Eugenia pasaba el grueso de las jornadas en las verdes extensiones de San Benito, no era ello señal de que el predio fuera su cárcel, o de que el sigilo del romance espurio la obligaba al encierro. Es que el mismo Rosas, después de la muerte de su esposa —esto es, cuando comienza su relación con Eugenia— se aisló totalmente en Palermo, apareciendo muy rara vez en público, y abandonando hasta esa costumbre de recorrer de madrugada la ciudad para tomarle el pulso. Así nos lo narra Lucio V. Mansilla en el capítulo XI de su difundido Rozas. Ensayo histórico-psicológico. Distinto hubiera sido si el Restaurador, no por hábitos de misantropía sino por principios ideológicos, hubiera sostenido, como lo hace Alberdi en el capítulo XIII de Las Bases, que la mujer no debe tener una instrucción destacada sino “hermosear la soledad fecunda del hogar… desde su rincón”. O si hubiera justificado, como lo hace Sarmiento en el Diario del Merrimac, que las mujeres que conoció estaban para que él se aprovechara de ellas.


IV. EL LIBERTADOR
DE CAUTIVAS


A Rosas no le debe la patria el reproche de haber tenido en cautiverio a una mujer, ultrajándola, sino la gratitud por haber liberado del cautiverio a centenares de mujeres que habían sido raptadas por los malones y que llevaban la vida miserable que conoce cualquier argentino que haya leído los cantos octavo y noveno de la segunda parte del Martín Fierro.

Amplísima es la bibliografía al respecto, precisas y detalladas las informaciones que se conservan, abultadas las fuentes documentales y pormenorizados los registros de casos concretos, múltiples y desoladores, de explotadas mujeres, que merced a la Conquista al Desierto encabezada por Don Juan Manuel, recuperaron su libertad y su dignidad, y la posibilidad de reinsertarse, junto con sus hijos, a la tierra de la que habían sido arrancadas furiosamente. Hasta la misma Academia Nacional de Historia, en un trabajo editado en 1979, con la firma de Ernesto Fitte y Julio Benencia, titulado Juan Manuel de Rosas y la redención de cautivos en su campaña al desierto 1833-1834, ante la calidad y cantidad de evidencias, tuvo que elogiar “la labor humanitaria y misericordiosa” de Rosas, agregando, casi premonitoriamente, que muchas veces “los historiadores pasan por alto”. Otrosí podría agregarse si nos refiriéramos no ya a la liberación de cautivas blancas, sino a la legislación antiesclavista de la época de la Confederación, que permitió disfrutar a enormes grupos de mujeres negras de una libertad que hasta entonces no habían conocido. Está el testimonio vivo del Cancionero Popular de la Federación si Andahazi no quiere recorrer las fatigosas páginas del Registro Oficial.

Le leímos una vez a Octavio Paz que todos tenemos en nuestras casas un tacho de basura, pero que sólo el enfermo mental y moral lo pone como centro de mesa.

Esto es lo que ha hecho Federico Andahazi, fiel a las predilecciones que manifiesta en toda su literatura. Como lo igual busca lo igual, según enseñanza platónica, podría haber demorado su vista en el caso de La cautiva o Rayhuemy, aquella mujer objeto de las atrocidades indígenas, que rescatada un día —junto a tantísimas otras— por las tropas de Rosas, le agradeció al Jefe la patriada y recibió de su persona y de su política el sostén necesario para recomponer su existencia. Para eso tendría que haber tenido la magnanimidad del Padre Lino Carbajal, que investigó documentalmente el suceso, o la fina percepción de María Elena Ginobilli de Tumminello que trazó un acertado ensayo al respecto (cfr. su La política de Rosas y las mujeres cautivas, en Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, nº 64, Buenos Aires, 2002, pág. 120-133).

Podría, claro, Andahazi, con un alma semejante a la grandeza, haber contemplado este tipo de episodios en la biografía del Restaurador, y comunicárnoslos con elevadas miras pedagógicas, sin mengua de señalar y de reprobar, por contraste, cuantas miserias fueran apareciendo. Que para eso Aristóteles acuñó el género epidíctico. En lugar de este camino, eligió buscar el tacho de basura, preñarlo de escorias nuevas y ponerlo como centro de mesa. Buen catador de bahorrinas, tal vez tenga junto a los inspectores municipales del macrismo su próximo futuro asegurado.


V. ENTRE MENTIRAS Y VAMPIROS

Hasta aquí la objetiva refutación del inverosímil argumento de Federico Andahazi, con el que ha decidido sumarse a las ingloriosas bandas del antirrosismo, que tanto daño han hecho a la memoria nacional. Pero se nos permitirá entonces un argumento ad hominem. Porque el hombre que dice escandalizarse del amancebamiento de Rosas, gusta presentarse con atributos éticos que no lo convierten precisamente en un dechado. Si la sordidez, la promiscuidad, el sadismo, la sexolatría y la blasfemia campean en su obra, monotemáticamente preñada de un odio al Catolicismo, el porte jactancioso, narcisista, frívolo y hedonista campea en su talante. Por consiguiente, no se sobresalta su supuesta defensa de la dignidad humana —ésa que Rosas habría vulnerado— cuando confiesa su admiración por Drácula y por el vampirismo, “porque el género gótico en general tiene esa relación carnal” (Cfr. Cfr. Alejandra Rey, Entrevista… etc, ibidem). Está clarísimo. Quedarse viudo y tener una amante en el siglo XIX, convierten a Rosas “en un personaje deleznable” (ibidem). Admirar las relaciones carnales de Drácula, en el siglo XXI, convierten a quien así se expresa en un respetable hombre de letras.

Es en el sitio oficial de internet autoconsagrado a su apoteosis (http://www.andahazi.com/fotos.html), no en algún suelto contra su persona, que transcribe orondo una respuesta dada a Rodrigo Arias en una entrevista aparecida en Uolsinectis. Leámosla: “No soy un escritor al que le interese la historia en relación con la verdad. Mis novelas no son históricas. Trato de apuntalar mi literatura en la ficción y si tengo que deformar la historia para apuntalar mi literatura, lo hago. Tanto «El Anatomista» como «Las Piadosas» están plagadas de inexactitudes deliberadas. Las construcciones de mis novelas son ficticias. Por otro lado, es curioso porque la literatura no tiene ningún nexo en relación con la verdad. La literatura está fundada por la ficción. No es más que una mentira más o menos bien contada”.

Lo grave e imperdonable de esta patética confesión no es el divorcio intencional entre los trascendentales del ser, segregando la belleza de la verdad y del bien, sino que esa historia que deliberadamente deforma y falsifica para apuntalar su literatura tiene a la Fe Católica y a la Cristiandad como objetos centrales de sus “inexactitudes deliberadas”. Tales, verbigracia, los espantosos casos de “La ciudad de los herejes” y “El Conquistador”, dos de sus engendros oportunamente festejados por la intelligentzia.

Lo grave, asimismo, es que ese criterio que lo guía, y según el cual es legítimo confundir y engañar al lector desprevenido con una novelística histórica sin verdad alguna, no lo circunscribe Andahazi exclusivamente al ámbito de la hipotética literatura de ficción, sino que lo lleva ahora al terreno de la historia propiamente dicha, en el que pretende ubicar sus dos tomos sobre La historia sexual de los argentinos.

Extraño destino el de nuestra historiografía, y aún el de “nuestro mayor varón”, como lo llamara Borges a Rosas. Ha tenido que soportar los embates del mitrismo, del academicismo masónico, de las izquierdas apátridas, de los periodistas ramplones, de los psicoanalistas advenedizos y de los egresados de la UBA. Ahora parece ser el turno de los pornógrafos. Del pornocipayismo de los mercaderes de morbo y de lujuria.

“Me siento libre”, escribía Don Juan Manuel de Rosas en su destierro. Y explicaba por qué. Porque “la justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hombres”.

Esa justicia divina, en el más allá, ya habrá medido y pesado, con misericordia y rigor, el alma de aquel hombre singular por quien la Argentina conoció los días de su mayor honor y señorío. Pero aquí, en esta desangelada tierra que habitamos, la honra de los héroes genuinos, precisamente por ser tales, también les da a su memoria una libertad que está más alta que la soberbia humana.

Más alta que las páginas lúbricas de un patán, que las bajaduras de un inspector de bragas, está la verdadera historia que inclina su respeto y presenta sus armas y sus banderas invictas ante los gloriosos custodios de la soberanía material y espiritual de la patria, como lo fuera en vida Don Juan Manuel de Rosas.

Antonio Caponnetto

Conferencia


PRIMER
CICLO DE

CONFERENCIAS
DE 2009

TEMA:
“LOS CLÁSICOS”

JUEVES
30 DE ABRIL:
“ARISTÓTELES Y LA RETÓRICA”

DISERTANTE:
DR. ANTONIO CAPONNETTO

LUGAR:
VIAMONTE 1596, PISO 1º
CIUDAD DE BUENOS AIRES

HORA:
19:00 EN PUNTO

AUSPICIA
CENTRO DE ESTUDIOS
“NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED”

Se agradece difundir

martes, 28 de abril de 2009

Mirando pasar los hechos (I)


DEMOCRACIA Y MORAL

PÚSTULA

El nuevo año se ha iniciado con una revelación que ahorra comentarios del anterior y cualquier conjetura sobre las perspectivas siguientes. Simplemente por innecesarias, porque pone fin a todas las disquisiciones sobre la calamidad del régimen, certificando su perversión intrínseca ya marcada a fuego por la doctrina pontificia.

Se trata de una infamia acontecida culminando la revolución corrupta, como fruto concentrado en una asquerosa pústula. El negocio de la prostitución infantil practicado en el Mercado Central de Buenos Aires. También queda así expresada, con elocuencia insuperable, la catástrofe de la República tras 25 años de “democracia”.

En verdad, no se puede sintetizar de manera más patética la degradación espiritual y material. Chicas y chicos de entre 8 y 13 años entregan sus cuerpos a la degeneración sexual, a cambio de cajones de frutas y verduras… Algo nunca visto, acaso ni en Sodoma y Gomorra. Lo cual ocurre en plena jactancia oficial de la recuperación moral y económica, en consonancia con la exaltaciòn de los derechos humanos restablecidos. Esto pasa a la vista y paciencia de las autoridades y sin que se alzara una sola voz denunciándolo. Ya sea por inicuas complicidades o por la mordaza de las mafias gremiales dominantes, que “La Nación” (del 13 de enero de 2009) desenmascara en su notable artículo editorial “Sexo por Comida en el Central”.

CRIMEN Y CASTIGO

El escándalo estremecedor lleva a meditar sobre los extremos que alcanza la perversión, así como en el freno que debieran tener semejantes atrocidades.

Lo primero que viene a la mente es la vigencia de viejas lecciones sobre el derrumbe irracional de la humanidad apartada de la Ley de Dios. Sin duda mucho más abajo de lo que se da en llamar bestialismo. ¿Entonces qué amenazas eficaces de castigo podrían detener a criminales tan monstruosos?

Verdaderamente no hay pena temporal, por dura que sea, proporcionada a la depravación y al daño horrible de destrozar corporal y espiritualmente la niñez. Todo lleva al tremendo recuerdo del Infierno.

Y aquí aparece un penoso factor tan actual como desconocido en tiempos no muy remotos. El ominoso silencio al respecto de los predicadores en general. Sencillamente como si no existiera el pecado ni su castigo, ni el fuego eterno.

De hecho, verdaderamente, con esto se ha suprimido el único freno genuino que podía apartar al hombre de sus peores inclinaciones.

PRECEDENTE

En esta dolorosa materia, hubo a la inversa un ejemplo patente. Cuando un Obispo con auténtico celo apostólico, le recordó a cierto funcionario procaz las penas que conforme al Evangelio, esperan a los escandalosos corruptores de niños y jóvenes. Un castigo terrible, mucho peor que si los arrojaran al mar con una piedra atada al cuello; lo cual es muy exacto comparándolo con el suplicio eterno.

De inmediato se oyeron por todas partes los alaridos como de rabia satánica, certificando así el acierto del prelado. Además fue acusado calumniosamente por el Gobierno —con todos los medios a su servicio— de amenazas de muerte para el ministro de marras. Y finalmente destituido de sus funciones castrenses, contra toda ley civil o eclesiástica.

Nada de eso podía sorprender en un régimen persecutorio que por decreto ya diseñara y ejecutara la descristianización cultural del país. Lo que sí llamó tristemente la atención, fue la soledad del Obispo perseguido en medio del silencio de sus hermanos del Episcopado.

MASCARITA

Como está bien claro, el despotismo de facto ha resuelto desenvolverse sin el menos disimulo, sacándose la incómoda careta. Y consecuentemente la juvenil Mascarita consorte ha intensificado sus viajes a cualquier lado. Hasta recalar por ejemplo en la isla del Ensueño, comprobando allí la tozudez de Hilda Molina y la flexibilidad de Fidel Castro. Entre tanto, el tirano local se apronta para el próximo plebiscito que lo consagre democráticamente, repartiendo a cambio de adhesiones preternintencionales, cuanto millón puede rascar de las arcas fiscales o particulares.

Cabe apuntar aquí algo que, aunque evidente, no se toma en cuenta, indicando con ello la profundidad de la postración institucional. Ningún fiscal, ningún agente polìtico o judicial, parece advertir la colosal usurpación de funciones que se está perpetrando en las narices de todos. Aparte del manejo por un extraño del erario público, de ministerios, legisladores y comunas, el uso como cosa propia de todos los medios, de costosos transportes y de la sede presidencial.

Es obvio que por tal pendiente la República sigue su ruta hacia la disolución que auspician y monitorean las centrales del poder mundial. Mientras saben contemplar el catastrófico rumbo, renombrados politicólogos y analistas, habitualmente distraídos en críticas insustanciales o ajenas al fondo moral de la tragedia.

Juan Esteban Olmedo

lunes, 27 de abril de 2009

Benedictinas


EL ÚLTIMO CÉSAR
EN EL RECUERDO

En este aquí y en este ahora, el último César de Italia, Benito Mussolini, nos llega por el camino del sentimiento. Y lo hace cuando el próximo 29 de julio se cumplan 126 años de su natalicio y el 28, de estos días de abril que se desgranan, 64 de su vil asesinato. Violento tránsito hacia la inmortalidad porque, como el primer César —el que no llegó a Augusto—, también encontró en su camino a los Grandis, Cianos y Badoglios, Brutos parricidas que ya peinaban canas de políticos.

Pero veamos los primeros decenios de la XXª centuria. El significado más hondo con que apareció Mussolini en la política italiana y mundial fue la necesidad de enlazar los quehaceres urgentes de la reconstrucción patria con la impostergable revolución.

Décadas de ruptura del tejido social por el liberalismo y el marxi-nihilismo hacían necesaria la intervención quirúrgica para el fortalecimiento del Estado y su restauración con la concepción cristiana del Corporativismo Participativo.

A este respecto señala el Padre Ennio Innocenti en su exhaustivo estudio titulado “La Conversión Religiosa de Mussolini” (Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2006): “Alguno difunde el equívoco de que la política social de Mussolini derivó de su matriz revolucionaria socialista, la cual ciertamente no tiene ninguna inspiración religiosa y mucho menos católica. Se desatiende así la oportuna referencia que Mussolini señaló en la romanidad (donde la originaria concepción corporativa adquirió dignidad política). Se olvida también la actualización de la concepción corporativa que en tiempos de Mussolini había acreditado Giorgio Toniolo con el favor de la Santa Sede. Se pasa por alto además la certera referencia a la inspiración cristiana probada por la experiencia corporativa política de las comunas medievales…”

He aquí, pues, los principios inspiradores de lo que Innocenti titula con justicia la “benemérita política social mussoliniana”, consecuencia a su vez del plan de “hacer realidad el Estado Participativo”.

Éste se perfeccionó incorporando aspectos fundamentales de la Doctrina Social Católica al entrar el Corporativismo en las empresas “elevando al trabajador a participante en la gestión, en la propiedad y por consecuencia en los resultados económicos de la gestión”.

Durante la República Social Italiana proclamada por Mussolini en setiembre de 1943, luego de la traición de un rey “pequeño de cuerpo y de alma”, se acentuaron los aspectos corporativos con la complementación orgánica de las ideas de propiedad y de sociedad. Esas Leyes Fundamentales que se conocen como de Socialización, pero que son la antítesis del marxismo, mero capitalismo de Estado tan brutal como el liberal que suele devenir en salvaje.

A este respecto el citado Don Ennio Innocenti califica las disposiciones del Duce de estar en perfecta armonía con el pensamiento de la Iglesia siempre radicalmente adversa tanto al capitalismo liberal como al socialista. Corrían por entonces los llamados “seiscientos días de Mussolini”, que son una prueba de su grandeza de espíritu.

En esto no tenemos más que ceñirnos a sus memorias en las que traza un proyecto completo de restauración social que podríamos llamar —con palabras joseantonianas— la Revolución Nacional Sindicalista.

Merece párrafo aparte y subrayado la política religiosa. Advenido al Poder en el año 1922 con su Revolución de los Camisas Negras adoptó una serie de medidas dirigidas a facilitar la obra espiritual del catolicismo.

En ese sentido se restauró el crucifijo en centros oficiales y tribunales. A raíz de la reforma educativa de 1923 se incorporó la catequesis en las escuelas públicas dándose existencia jurídica a la Universidad Católica de Milán.

Por otra parte, se hizo frecuente la presencia de autoridades eclesiásticas en las ceremonias públicas. Pero no bastaba. El conflicto desatado por el accionar carbonario-masónico, cuando los Saboya y Garibaldi tomaron militarmente la Ciudad de Roma, el 20 de setiembre de 1870, se mantenía vigente. Situación insostenible que el propio Jefe del Gobierno señaló expresando: “Cualquier problema que turbe la unidad religiosa de un pueblo es causa de un delito de lesa Nación”.

Sobre esa base Mussolini acentuó el proceso de Conciliación que fue coronado en febrero de 1929 con los Acuerdos de Letrán, los que convirtieron en situación de derecho la plena soberanía del Papa sobre lo que fue, desde entonces, y para siempre, el Estado Vaticano. En la Cuaresma de ese año, Pío XI, entonces Pontífice reinante expresó: “Con profunda alegría declaramos haber dado, gracias a estos acuerdos, Dios a Italia e Italia a Dios”.

Cabe sin duda que a esta altura de la nota nos preguntemos cuál es el juicio que puede hacerse de la política exterior de la Italia Fascista considerada en su conjunto.

En primer lugar hay que consignar que la conducta de Mussolini en relación a los asuntos internacionales tuvo tres puntos claves: la revisión de los tratados de Paz de 1919-20 empezando por el de Versalles, un Pacto de las Cuatro Potencias, que si hubiera sido aceptado habría contribuido a mantener la paz en el mundo durante un extenso período, y por último el Pacto Antikomintern para frenar el expansionismo soviético.

Pero no fue así y sus esfuerzos fracasaron hasta el mismo agosto de 1939, cuando ante la inminencia del conflicto entre Alemania y una Polonia incitada bélicamente por Francia e Inglaterra, presentó un plan de Paz que fue rechazado.

Sin embargo, hay algunos acontecimientos previos —que sucedidos cuando terciaba el siglo pasado— tuvieron especial significación. El primero fue la conquista de Abisinia con la que se extendió la civilización Occidental y Cristiana a un olvidado y salvaje rincón de mundo que no poseía más elementos aglutinantes que la autoridad de ciertos caciques.

En segundo término, el apoyo con sangre de Legionarios a la Cruzada de la España Nacional que impidió la bolchevización del extremo de Europa. Lo que llegó luego fue la conflagración, que al extenderse, ahogó la voz de Mussolini, quien hizo un nuevo intento por detenerla a comienzos del año 1940.

Europa fue entonces arrasada por los cañones que facilitaron, en Teherán, Yalta y Postdam, el orgiástico reparto de mundo “iluminado” desde el “Gran Oriente” por las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. En tanto las praderas de los Césares se empapaban de sangre, mientras el Valle del Po se cubría con la niebla gris de la derrota y la roja de las matanzas en nombre de la “sagrada democracia”.

Y fueron decenas de miles las víctimas en la fiesta congoleña de los”libertadores”. El primero fue el maestro y herrero del Predappio, que con sus duras manos había abierto un surco “con una iniciativa política que interesó al mundo mostrándole nuevos caminos”.

Eran las cuatro y diez de la tarde del 28 de abril de 1945 cuando ante la verja de Villa Belmonte, en Giulino di Mezzegra, la metralleta del forajido partisano Walter Audisio disparaba sobre el cuerpo de un César que del Carso a Como, desde su adolescencia hasta su plenitud fascista, que está antes que nada en el Programa de Verona, había luchado por la justicia para su pueblo.

Caído, se lo culpó por una guerra que le fue impuesta por los que no quisieron revisar los cimientos falsos del período versallesco.

Muy cerca de allí, en Dongo, caían acribillados por la espalda los que lo acompañaron hasta el último momento ofreciéndole su vida trabajo y sangre. Los que nada habían pedido en las horas de triunfo al hombre que había escrito en una ocasión: “Mi vida es un libro abierto. Se pueden leer en él estas palabras: estudio, miseria, lucha”.

El último César, cuyo cadáver la hez liberal bolchevique colgó de los pies, porque no los tenía de barro, también poseía, en las fotografías macabras que se publicaron, un decoro que nadie le pudo arrebatar. El brazo derecho como una espada y su mano, aunque casi rozando el suelo, con la que seguía indicando el camino y el vuelo de las águilas. Tal fue siempre su gesto, y el gesto y su significado en lo moral y lo físico es lo que queda de los hombres.

Tiempo atrás, desde la ciudad de Forli, llegamos hasta la cripta de la familia Mussolini en el cementerio del Predappio donde ante al sarcófago de piedra viva en el que el Duce descansa, oramos a Cristo Jesús por quien nació católico, confesándose tal en los días del martirio.

Luego, y en voz alta, repetimos un párrafo de su testamento: “…Todo lo que fue hecho no podrá ser borrado, mientras mi espíritu, ya librado de la materia, viva, después de la pequeña existencia terrena, la vida sin fin y universal de Dios”.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

domingo, 26 de abril de 2009

Sermón que nunca dirá Bergoglio


NUESTRO SEÑOR,
EL BUEN PASTOR

En este segundo domingo después de Pascua el Evangelio nos muestra a Nuestro Señor ante los fariseos, definiéndose a sí mismo como el Buen Pastor.

Es impresionante ver a través de todo el Evangelio la disputa, dialéctica y oposición permanente, constante e insidiosa hasta el odio, de parte de los fariseos, de parte de los superiores y quienes guiaban al pueblo judío, y cómo Nuestro Señor no rehuye, sino que siempre va directo al grano: “Yo soy el buen Pastor”. Solamente Dios es bueno, la bondad por esencia, todo lo demás es bueno por una participación de la bondad de Dios, pero lamentablemente el hombre, los ángeles, espíritus puros, con la libertad que tanto los ángeles y nosotros tenemos, conculcamos, contradecimos esa bondad y he ahí el origen del mal y del pecado.

Nuestro Señor además les dice que solamente Él es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas y que Él conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a Él, como Él conoce al Padre y como el Padre lo conoce a Él. De ahí la importancia de conocer a Dios, de conocer a Nuestro Señor, de reconocerlo, y ese conocimiento y reconocimiento se hace por la fe y Dios se da a conocer por la revelación que Él hace de sí mismo a través de la palabra, del Verbo, y ese Verbo es Cristo. Así como el hombre se da a conocer a través de la palabra, Dios se da a conocer a través de su palabra que es el Verbo Encarnado, que es Nuestro Señor Jesucristo. En ese conocimiento mutuo que hay en Dios entre el Padre y el Verbo, nos reconocemos nosotros también, y esta es la importancia de conocer a Dios a través de la revelación. Esa revelación se encuentra en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia, revelación escrita y revelación oral y aun la revelación escrita fue primeramente oral y después escrita; de ahí la importancia de la Tradición, de la revelación oral que no se puede dejar de lado.

Pero, desafortunadamente, esa Tradición oral hoy es dejada de lado como la dejaron de lado los judíos, tanto la oral como la escrita, para seguir su propia tradición, sus propias costumbres, sus propias tradiciones, sus propias cábalas y estupideces. Si el hombre no sigue a Dios y sigue a su propia estulticia, su propia estupidez es el castigo por no seguir la divina sabiduría, que es la palabra de Dios.

La estupidez es un pecado grave, es un pecado contra la verdad, contra la luz, contra el don más excelso del Espíritu Santo, que es el de la sabiduría. Por lo que en este mundo impío y alejado de Dios y que conculca los derechos de Dios y proclama los derechos del hombre, no hay sabiduría. Y donde no hay sabiduría no puede haber ni inteligencia ni ciencia, otros dos dones del Espíritu Santo y allí donde no hay ciencia ni inteligencia ni mucho menos sabiduría, ¿qué otra cosa puede haber? Caos, la estupidez del hombre endiosado, pues no pasamos de ser imbéciles, peores que animales.

Esa es la triste realidad del mundo y de nosotros si nos alejamos de la sabiduría divina; de ahí tantas injusticias y calamidades. No se puede rechazar la verdad, no se puede conculcar la verdad y en eso consiste el gran pecado contra el Espíritu Santo: impugnar la verdad conocida, revelada, manifestada, y esa luz es Nuestro Señor que ilumina a todo hombre que viene a este mundo si el hombre no conculca y no rechaza esa luz; pero vemos en la historia de la humanidad el continuo y permanente rechazo a la luz, el mismo pecado de los fariseos que eran los pastores, los dirigentes de la sinagoga, de la verdadera Iglesia del Antiguo Testamento.

Nuestro Señor les reprocha a los fariseos que sean unos mercenarios, asalariados, es decir, que no apacientan desinteresadamente al pueblo manifestándole la verdad, sino que lo hacen por vil interés en la prebenda o el provecho, o para decirlo más vulgarmente, para satisfacer los propios apetitos: comer, beber, vivir bien. “¡Mercenarios!”, les reprocha en la cara Nuestro Señor. En cambio, el buen pastor da la vida por sus ovejas, no huye cuando ve que viene el lobo, cuando hay dificultad, sino que afronta y defiende al rebaño. ¿Y acaso no sucede eso con el clero, con la Jerarquía en general de la actual Iglesia Católica, los Obispos, los Cardenales, los Prelados, los Príncipes de la Iglesia? ¿Qué hacen, no son hoy unos mercenarios? ¿No están allí por vil interés de la prebenda, del beneficio, del usufructo y menos por enseñar la verdad que rechazan y no conocen? Son unos brutos, lo que les interesa es el puesto como a los políticos.

Es un hecho, estimados hermanos, los Obispos debieran ser la luz del mundo, que conozcan la doctrina y la defiendan, y no esa sarta de mercenarios que no saben dónde están parados, lo único que les interesa es vivir bien; el mismo pecado de los dirigentes del pueblo elegido y que lo comete hoy la Jerarquía en general, sin negar la excepción que confirma la regla. Pero ¿dónde está el clero? ¿Dónde la Jerarquía de la Iglesia Católica que defienda el rebaño y lo apaciente con la luz y si es necesario muera con las ovejas? Brillan por su ausencia; de allí el estado calamitoso y deplorable de la Iglesia Católica hoy, por esa deserción de la Jerarquía ante la Verdad.

Por no seguir el ejemplo del Buen Pastor, convirtiéndose así en fariseos, ¡cuánta gente se pierde por el mal ejemplo de los sacerdotes corruptos, degenerados, homosexuales! Porque —hay que decirlo— eso es lo que se ve y da vergüenza. Por lo mismo, debemos pedir a Nuestro Señor que haga algo prontamente, porque esto es el colmo como consecuencia de haberse alejado de la verdad, por haber perdido el interés en las cosas de Dios; cuando se pierde el interés por las cosas de Dios, queda todo lo ancho del mundo, con las facilidades que hoy otorga para hacer lo malo, lo perverso, lo corrompido; por radio, televisión, periódico o cine se transmite cuanta porquería se ocurra publicar; y para Dios, el olvido. Así va el mundo, todas estas abominaciones claman a Dios porque se ven dentro del clero y dentro de la Jerarquía.

También hace Nuestro Señor en este Evangelio la gran promesa que no debemos olvidar: “Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, las cuales debo recoger; y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor”. No debemos olvidar esta promesa: ése es el verdadero ecumenismo y no esa aberración que quieren llevar a cabo hoy: reunir a todos los hombres, mas no en la verdad, no bajo el mismo redil, no bajo el nombre de Cristo. Es una pantomima, una parodia, cuando no la antítesis de esta gran promesa; de ahí la herejía del ecumenismo que como toda herejía es la transposición de una verdad sobrenatural llevada al plan terreno y natural, naturalizando esa realidad sobrenatural.

Ése es el actual ecumenismo: una parodia. No necesariamente se puede estar conscientes de eso, pero la realidad objetiva y el trasfondo son así, porque no puede haber unidad fuera de Nuestro Señor. Esa es la gran promesa que se realizará tarde o temprano en el reino de Dios, cuando “venga a nosotros tu reino y se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”, y consta en el Padrenuestro. Esa fue la gran esperanza de los primitivos cristianos, por eso esperaban ansiosos el reino de Nuestro Señor, ese reino que los judíos quisieron hacer carnal convirtiéndolo en un dictador mucho más prepotente que los emperadores del Imperio Romano y al estilo del orgullo de los hombres, error del cual nacen también las sectas protestantes.

El verdadero reino de Dios en esta tierra es el que los hombres de Iglesia han dejado de predicar hace ya mucho tiempo, a pesar de las palabras de Papas como San Pío X, o el mismo Pío XII quien en más de una ocasión llegó a alzar sus ojos esperando el reino de Nuestro Señor, y no para miles de años después. Nuestro Señor quiere reunir a todos los hombres bajo su cetro, reunirlos en su Iglesia, reunidos en su verdad, porque Él es Rey y porque tiene otras ovejas que no son de este aprisco; esa es la gran promesa que debemos tener siempre presente y a la cual colaboramos todos aquellos que permanecemos fieles a Nuestro Señor, fieles a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, rechazando el ecumenismo herético y el progresismo igualmente herético, para ser fieles a Nuestro Señor, esperando que más pronto que tarde se realice esa gran promesa.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a consolidarnos en la fe, a robustecernos en la fe para poder permanecer fieles a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Iglesia.

Padre Basilio Méramo

sábado, 25 de abril de 2009

Aquella frase de León XIII


“LA PRIMERA LEY
DE LA HISTORIA

ES NO ATREVERSE A MENTIR”


“Mi estadía en los campos de concentración de Buchenwald y Auschwitz está grabada en mi memoria […] Como la verdad no puede dividirse, debo decir que durante esos penosos años recibí ayuda y consuelo de gente alemana, y que no vi cámaras de gas ni escuché hablar acerca de ellas, sino hasta después recién de mi liberación”.
Esther Grossmann
“Deutsche Wochenzeitung”, 7 de febrero de 1979



“Quiero mencionar que la opinión repetidas veces declarada de que seres humanos fueron quemados en cuerpo vivo, suena bastante increible [...] Y quiero incluir aquí, brevemente, algo acerca de las cámaras de gas que yo, personalmente, nunca vi”.
Benedikt Kautsky
(prisionero en Auschwitz-Birkenau)

“Teufel und Verdammte”

“En mi facultad como judío, masón inactivo, Profesor de escuelas de nivel superior y antiguo luchador voluntario contra el nazismo, me dirijo con extremada indignación [al Sr. Presidente del Tribunal en el caso Lischka] contra tales injusticias [...] Las investigaciones que realicé desde hace un año, me demostraron que las acusaciones por etnocidio con cámaras de gas de seis millones de mis paisanos, son absolutamente falsas”.
R.G. Dommerque Polacco de Manasce
Carta abierta del 6 de febrero de 1980
al Presidente del Tribunal en el caso Lischka


“LA SEGUNDA,
NO TENER MIEDO
DE DECIR LA VERDAD”


viernes, 24 de abril de 2009

Poesía que promete


FELIZ CUMPLEAÑOS,
JOSÉ ANTONIO

Amor. Amor. Las del amor dormidas
plazas del corazón, enamoradas,
las de pluma y estrella fabricadas,
le fueron por su sangre prometidas.

Prometidas le fueron codiciadas
ciudades de celestes avenidas;
las de una juventud de almas partidas
islas en primavera conquistadas.

Amor. Amor. Su historia estaba escrita.
no por soldado en río ni lucero,
sí por amante en amorosa cita.

Solo ya y de la tierra prisionero,
a la Tierra rindió en amor primero
y en cada espiga y rosa resucita.

Román Jiménez de Castro

jueves, 23 de abril de 2009

Historias para no dormir


FÁBULA DEL PASTOR, DEL LOBO
Y DE LOS PERROS GUARDIANES

El equívoco —el terrible equívoco— en la actitud de la Iglesia frente a lo que se llamó “Nacionalismo” es muy simple de entender. Se lo encuentra explicado en una fábula: la del Pastor que mató al perro guardián, creyendo matar al lobo. Si lo creyó sinceramente o no, no lo cuenta la fábula, que se limita a relatar el hecho objetivo: el Pastor actuó en el supuesto de que el perro guardián era el lobo, y lo mató. Mejor dicho, contribuyó a matarlo (porque el Pastor no usa armas de violencia). Contribuyó a que el lobo, el verdadero lobo, lo matara.

El perro guardián se llamaba genéricamente “Fascismo”: genéricamente, porque en realidad eran varios. Algunos más cercanos y conocidos del Pastor, por eso el Pastor no es enteramente disculpable del equívoco. El equívoco, en estos últimos casos, fue lisa y llanamente traición. Pero otros perros guardianes eran más reacios, más huraños a la voz del Pastor. ¿Desconfiaban quizás de él? En todo caso, el Pastor no los llamaba, no los acogía, ni intentaba atraerlos a la Casa. Y se habían hecho semi-salvajes. Uno de ellos, el más huraño, vagaba por los bosques del Este, enardecido en la lucha. Era carnicero, pero sólo buscaba lobos para matar, y decía alimentarse de ellos. No podía haber equívocos, tampoco, a su respecto. Propalaba su odio al lobo, y sólo mataba lobos.

¿Por qué el Pastor no se acogió tras su defensa, si de todos modos mantenía alejado al lobo del rebaño? Muy simple, no confiaba en su triunfo, preveía el triunfo de los lobos. Y entonces empezó a negociar con los lobos, les dio una “media palabra”. Y claro, como el perro guardián se había hecho cerril, desconfiando de la palabra del Pastor, éste pudo decir sin falsedad manifiesta: “ése no es de los nuestros”.

El perro guardián cerril, el que peleaba en la frontera del Este, cayó. Cayó y fue despedazado. Pero no fue enterrado. Se mostraron sus despojos, sus fauces de luchador, su pelo hirsuto.

Y los lobos comenzaron a avanzar sobre el rebaño, vestidos ahora con piel de oveja, y llevando en alto los despojos del guardián cerril. Todavía había perros guardianes que vigilaban fuera de los límites del redil. Pero a cada gruñido de cualquiera de los perros guardianes que quedaban con vida, y que guardaban aún el olfato para distinguir al lobo bajo la piel de oveja, agitando los despojos del perro cerril, propalaban los lobos: “éste es el lobo, y todo aquel que se parezca a él es lobo”.

Y el Pastor —como todo aquel que, habiendo traicionado una vez, sigue traicionando— hacía coro a las voces de los lobos. Y añadía: “todo el que parezca oveja, es oveja”.

Y uno a uno, en una sucesión que coincidía con su parecido decreciente al guardián cerril, fueron cayendo los guardianes. Y simultáneamente con la caída progresiva de los guardianes, cada vez menos parecidos al primer traicionado —y por eso también, menos carniceros, menos aptos para la lucha— los lobos iban descubriéndose de la piel embaucadora. Cada vez parecían menos verdaderas ovejas, cada vez se manifestaba mejor su naturaleza de lobos.

Pero el Pastor —como aquel que, habiendo traicionado una vez, ya sigue traicionando— gritaba con más fuerza: “¡Todo aquél que se parezca a aquel primero, por poco que sea, es lobo; y todo aquel que parezca oveja, por poco que sea, es oveja”. Y debilitando así las defensas de los guardianes, ayudó al Pastor a eliminar a los que eran defensas del rebaño.

Y el rebaño está hoy amontonado en una esquina del redil, adonde ya ha entrado el Lobo, y se arremolina desorientado, acoquinado, espantado ante la mirada del Lobo, que ahora se muestra impúdicamente.

Y se prepara para el asalto y la carnicería, para el destrozo de las almas. ¡Ay del rebaño! ¡Ay, Pastor, a quien se pidió amor a las ovejas! ¿Volverás a apacentar? Oye, al menos hoy, a tu Maestro, y “una vez convertido, confirma a tus hermanos”: denuncia al Enemigo.

Agustín Eck

miércoles, 22 de abril de 2009

Conferencia


PRIMER
CICLO DE

CONFERENCIAS
DE 2009

TEMA:
“LOS CLÁSICOS”

JUEVES
23 DE ABRIL:
“PLATÓN Y LA BELLEZA”

DISERTANTE:
DR. ANTONIO CAPONNETTO

LUGAR:
VIAMONTE 1596, PISO 1º
CIUDAD DE BUENOS AIRES

HORA:
19:00 EN PUNTO

AUSPICIA
CENTRO DE ESTUDIOS
“NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED”

Se agradece difundir

martes, 21 de abril de 2009

Buenas noticias


VAMOS LOS PIBES

En “La Nación” del 9 de diciembre de 2008, se anoticiaba que, según una encuesta oficial del Ministerio de Educación, titulada “La cultura democrática de los adolescentes”, “no cree en la democracia el 65% de los alumnos secundarios”. Para mayor precisión, la fuente aclaraba que los encuestados “nacieron después de 1993 y consideran que no es la mejor forma de gobierno para la Argentina”.


INSTRUCCIONES

En “La Nación” del 31 de enero, página 6, el Profesor de Cachiporra Luisito D’Elía, llamaba lamebotas y lamemedias al chico Massa, por haber retado públicamente a la Libertino, con ocasión de que ésta declarara que, en la invasión a Gaza, el Estado de Israel “violó derechos internacionales”.
A pesar del rapto de pudibundez de nuestro Morocho K, que le impidió graficar con mayor soltura qué otras cosas lame el Jefe de Gabinete, algo más arriba que las medias y las botas, lo interesante de sus declaraciones está contenido en el siguiente párrafo: “¿Por qué se mete [Massa] en este tema, si los Kirchner no le dieron ninguna instrucción”.
De acuerdo con el metalenguaje, por cuya captatio brega tantas veces el piquetero con patente de korso, lo más importante aquí no es el desaire en el que han quedado, simultáneamente, la Defensora Oficial de Putos y Ausentes y el pobre Massita, autodefinido el día de la asunción a su flamante cargo como “una rueda de auxilio de Cristina”, sino el reconocimiento expreso de D’Elía de que sin las instrucciones de los amos nada se puede pensar, hacer o decir.
Ahora bien, esto incluye a las declaraciones presuntamente antisemitas del mismo mulato pícnico. Pero ¿quién puede creer que los instructores Kirchner le darán alguna instrucción a su lacayo de color, que perjudique los intereses judíos a los que vilmente sirven, acatan y se doblegan? Ergo, es fácil colegir que tras las antisemitadas del piquetero los únicos beneficiados son los mismos judíos, que alimentan así el mito basal de sus grandes negociados de los últimos setenta años: el de hacerse pasar por víctimas.
Como en el tanguito de Saborido y Villoldo, “La morocha”, el patotero rentado acaba de darnos el parte de su misión: “Soy… la que conserva el cariño para su dueño”.

lunes, 20 de abril de 2009

Los homenajeados del kirchnerismo


ASESINOS SERIALES

Salvo el caso de los hermanos santiagueños Santucho Juárez, fundadores y cabecillas de la banda terrorista inicialmente trotzkista y luego castroguevarista PRT-ERP, no se recuerda otro caso de grupo familiar consagrado —salvo la madre Elsa Sánchez— a asesinar a presumibles oponentes en forma sistemática sirviendo a la banda Montoneros como el del historietista Héctor Germán Oesterheld Puyol (a) “Dad” (a) “Jovato”, sus cuatro hijas y las “parejas” de éstas, todos finalmente abatidos después de perpetrar una seguidilla de crímenes en serie.

Al padre —a quien se homenajea con frecuencia por haber sido un “pacífico” escritor de historietas como “El Eternauta” y es el héroe epónimo de una Peña marxista al servicio del kirchnerismo— los explotadores de los izquierdos humanos lo dan por “desaparecido en La Plata, Buenos Aires, el 27 de abril de 1977”, “víctima inocente del genocidio”, según la actual jurisprudencia fallada en dicha ciudad contra el Padre von Wernich.

A sus cuatro hijas terroristas, dicha Peña las hace miembros de la UES y de la JP (como si ambas agrupaciones no hubieran sido colaterales combatientes de la banda Montoneros) y las cuatro terminaron abatidas (no “desaparecidas”) al igual que sus parejas cómplices en los lugares y fechas que se indican seguidamente:

1) Beatriz Marta Oesterheld Sánchez (a) “María”, en el trayecto hacia su transitorio aguantadero en la Villa sanisidrense La Cava el 19 de junio de 1976. El enfrentamiento al resistir su detención fue denunciado como “Ejecución Sumaria” (no “Desaparición Forzada”), lo cual ya es un avance en cuanto a aproximarse a la verdad.

2) Diana Irene Oesterheld Sánchez, embarazada (¿?), en San Miguel del Tucumán, el 7 de agosto de 1976, compañera del terrorista Raúl Ernesto Araldi Lumbardini (a) “Chiche” (a) “Carlos”, a quien denunciaron como “desaparecido” en esa provincia en septiembre de 1977.

3) Marina Oesterheld Sánchez (a) “Liliana” (a) “Pantera”, con su pareja Alberto Óscar Seindlis Frisch (a) “El Polaco”, ambos abatidos en el Tigre, Buenos Aires, a quienes la nueva edición del “Nunca Más” da por “desaparecidos” el 1 de noviembre de 1977.

4) Estela Inés Oesterheld Sánchez (a) “Marcela”, (a) “Mónica Chesterfield”, con su marido Raúl Óscar Mórtola Artaza (a) “Vasco”, abatidos rato después de su último asesinato en Lonchamps, Buenos Aires, el 14 de diciembre de 1977, aunque el nuevo “Nunca Más” los dé por “desaparecidos”, tras un profuso historial homicida que se sintetiza seguidamente.

Es un caso único en la ola terrorista que asoló la Argentina —por su frecuencia e indiferencia en causar abundantes bajas indiscriminadas en el campo “enemigo” (preferentemente Policía de la Provincia y en la zona sur del Gran Buenos Aires)— el de la pareja motociclista de triste y creciente fama “Vasco” y “Mónica”.

Manejando la moto él y ametrallando a sus víctimas o bajándose a atracar cargas explosivas ella, este dúo montonero (también hubo tríos terroristas) perpetró los siguientes asesinatos en 1977 solamente:

Coronel Ángel Arturo Sureda (Temperley, 31 de mayo);
Agente de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Miguel Gregorio Jarmoszyc e hiriendo al Cabo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Martín Duete (Berazategui, 7 de julio);
Auxiliar 5ª de la Polícia de la Provincia de Buenos Aires Juan Segundo Gallardo (al día siguiente, 8 de julio);
Cabo 1° de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Heraclio Cipriano Olivar, quedando heridos el Cabo 1° Ismael Santillán y el Agente Omar Chamorro al ametrallar la Comisaría 2ª de Lomas de Zamora (19 de julio) y rato después la de Llavallol, sin causar más víctimas;
Oficial Inspector de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Jorge Julio Salerno al atacar la Comisaría 3ª de Lomas de Zamora (21 de julio);
Comisario Mayor (R) de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Daniel Américo Juárez (Berazategui, 20 de agosto).

Hieren al Agente de la Polícia de la Provincia de Buenos Aires Antonio Rajoy de la Comisaría 2ª de Lomas de Zamora (24 de septiembre);
Rodolfo Arche (ejecutivo de la Algodonera “Llavallol”, 29 de septiembre);
Sargento 1° (R) de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Víctor Héctor Amado, Enrique Ramuna y dos mujeres (Lomas de Zamora, 13 de octubre);
al día siguiente hieren al Agente de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Américo Maran (Berazategui, 14 de octubre); Francisco Schwer (Gte. Rel. Ind. de Y.P. F. ascendido desde cadete en cuarenta años de carrera) y el Sargento de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Rodolfo Potter, quedando herido el Sargento Arturo Godoy, ambos de la Comisaría 2ª de Lomas de Zamora (20 de octubre);
Suboficial Principal ARA Martín Nicolás Unterstein (Bernal, 24 de octubre);
Mayor (R) de la Fuerza Aérea Argentina Rodolfo Mattis (Dir. Com. MCBA) al salir de su domicilio en Balcarce 208, Quilmes (26 de octubre);
Cabo Principal ARA Marcelino Benítez y
Agente de la Policía Federal Argentina Domingo Teodoro Alderete (Banfield, 7 de noviembre);
Ayudante 4ª SPF Egidio Augusto Ponce en Humberto I° esq. Arias, Burzaco (23 de noviembre);
Ayudante 3ª SPF Juan Pedro Santos Norgeot,
Ayudante 4ª SPF Francisco Sebastián Chávez y
Subay SPF Daniel Enrique Argüello en Gallo esquina Arenales, Banfield, hirieron gravemente (dándolo por muerto) a un director de Microómnibus “Quilmes” e hicieron explotar una bomba de alto poder frente a la Procuración General de la Nación en Uruguay esquina Guido, Capital Federal, hiriendo a varias personas y dañando varias fincas y vehículos (los tres atentados el 2 de diciembre);
Cabo 1° de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Herculano Ojeda y
niño de 3 años Juan Eduardo Barrios, ametrallados e incendiados con una bomba molotov e hiriendo a Ramón Echeverría y a Carlos Ravazzani en la puerta del Banco de la Provincia en Corvalán esquina Caaguazú, Monte Chingolo (6 de diciembre).


Al día siguiente asesinan al Cabo 1° Ernesto Martínez, destinado en Florencio Varela (7 de diciembre);
y —por último— al adolescente Aspirante a Agente de la Policía de la Provincia de Buenos Aires José Basilio Chudut de la Comisaría 1ª de Lomas de Zamora (14 de diciembre), lo cual desató una veloz persecución automovilística con nutrido fuego recíproco que terminó por abatirlos entre Burzaco y Longchamps, Buenos Aires.


No obstante este historial criminoso (incompleto, pues se ha omitido lo anterior a sus últimos meses), es un lugar común de los usufructuarios de los derechos humanos e idiotas útiles recordar —sin entrar en cruentos “detalles”— al ameno historietista y a sus cuatro hijas (con algunos “yernos”) que hizo “desaparecer” la dictadura militar genocida, tal como “desapareció” el periodista Rodolfo Walsh, iniciador de su último tiroteo callejero y abatido en ese mismo enfrentamiento ante multitud de testigos.

Adolfo Muschietti Molina

domingo, 19 de abril de 2009

Meditaciones dominicales


LA PAZ SEA CON VOSOTROS

¿EN QUÉ CONSISTE LA PAZ QUE JESÚS RESUCITADO
DESEA A SUS APOSTÓLES?

Es la tranquilidad de un corazón que siempre es dueño de sí mismo, sin turbarse ni precipitarse jamás. Es el imperio sobre las pasiones, los ímpetus, los arranques, y los movimientos demasiados vivos de la naturaleza, para moderarlos, dirigirlos e impedirles que nos perturben. Es la dulce libertad del espíritu que, haciendo cada cosa a su tiempo, con orden y sabiduría, se contrae a su objeto sin tristeza por lo pasado, sin apego a lo presente y sin inquietud por lo porvenir. Es, en fin, la tranquilidad del alma, que, comunicándose al exterior, imprime a todas las acciones del cuerpo un no sé qué de circunspecto, de dulce y moderado, que edifica y es apacible sin ser lenta, y pronta sin precipitación; que no se agita, como Marta, con la actividad excesiva que produce cansancio, sino que es tranquila como María, escuchando a Jesús, obrando en el reposo mismo con que oye. Sus movimientos son suaves, moderadas sus acciones, sin traba ni emulación sus esfuerzos. Los objetos exteriores no excitan en ella emociones vivas o inquietas, y, si a veces la conmueven por sorpresa, se detiene y espera la calma. Es la imagen de Dios, que jamás se turba: ni en los ultrajes que recibe, ni en las grandes obras que ejecuta.

NECESIDAD DE LA PAZ INTERIOR

La sabiduría, dice el Espíritu Santo, habita en la calma y el reposo, y no en la agitación y el tumulto. “He tratado de no turbarme, dice David al Señor, para guardar vuestros mandamientos”. “He tenido mi alma en mis manos, para no olvidar vuestra ley”, dice después, significando con esto que ha detenido su alma en su precipitación, que la ha reprimido en sus agitaciones, pues de otro modo estaba perdido, porque la agitación es elemento del mal, y la precipitación, ruina de la virtud. El alma que ha perdido la paz, es víctima de todas las pasiones; la alegría la embriaga y transporta; la pena la abate y desanima; en la oración está distraída; en el recreo, disipada; en su conducta ordinaria, no considera ni los pasos falsos que da, ni los precipicios a que se expone; en el mismo bien que hace, en la naturaleza y no la gracia la que obra. Es incompatible con el Espíritu Santo, cuya acción, siempre tranquila, no puede estar acorde con el apresuramiento irreflexivo, y cuya voz no se puede oír en medio del tumulto.
Y ¿qué será del alma así abandonada por su guía y entregada a sus turbaciones? Quien no puede conducir un bajel en calma, ¿responderá de él en la tempestad? La paz del alma es el secreto esencial y la piedra fundamental de toda la vida interior; es la preciosa margarita, que es preciso comprar con cuanto se posee. El alma que la ha encontrado es más rica que si poseyera un mundo entero. ¿Hemos comprendido basta ahora la necesidad de la paz interior? ¿Trabajamos por establecer y conservar nuestra alma en este estado santo?

EXCELENCIA DE LA PAZ INTERIOR

“La paz interior —dice San Pablo— sobrepuja a todo sentimiento”; y es preciso, en efecto, que sea algo muy excelente, ya que es el bien que Nuestro Señor desea a sus Apóstoles, la víspera de su muerte. Es el bien que les deja por testamento, que les trae después de su Resurrección cada vez que se muestra a ellos; el bien, en fin, que les encarga llevar por todo el mundo. Esta paz es inapreciable. En efecto, el alma que la posee, apenas oye el menor ruido del tentador, la rechaza con una fuerza tanto más poderosa, cuanto más tranquila está. Nota en su interior todo lo que no está en su sitio para arreglarlo; todo lo que es defectuoso, para corregirlo; todo bueno, para mejorarlo; tiene una maravillosa facilidad para la oración, una gran sabiduría para la acción, y la no menor prudencia para el consejo: progresa en la virtud con toda facilidad y como espontáneamente. Se fija toda ella en el puro amor a Dios, y allí encuentra como su lecho de reposo. Todo su interior es plácido y tranquilo; es como un hermoso cielo en donde Dios se complace en hacer brillar el sol; como una silenciosa soledad en donde gusta hablar al alma. La llama, y ella va; la atrae, y ella corre y gusta la verdad de las palabras dichas San Arsenio por una voz celestial: Retiro, silencio y paz; he ahí el medio de ser perfecto.
¿Empleamos nosotros este medio? ¿Evitamos todo lo que disipa, turba y agita, y procuramos guardar el recogimiento interior y exterior?

Padre Hamon
(Tomado de su libro “Meditaciones”)

viernes, 17 de abril de 2009

Editorial del Nº 80


NO TIENEN NI IDEA

Se acababa la primera semana de abril, y desde algún rincón bonaerense, no sabemos si inaugurando una cloaca o en un acto partidario (sea la comparanza excusándonos con el albañal), la Kirchner desafiaba a la oposición espetándole que sólo la escuchaba hablar “del color de pelo, del zapato o de la cartera de la presidenta”, pero no “del debate de ideas”. A su lado —según registra indiscreta fotografía— un conocido dúo de manco y bizco, que la sirven y la mandan según convenga, la miraba cual mandril expectante del plátano fecundo.

Lo que Cristina no sabe es que la primera que no tiene la menor idea de lo que es un debate de ideas es ella misma, sumida en las sombras morales e intelectuales de una vida entregada al activismo, la fraseología, las finanzas turbias, el snobismo ramplón y la vacuidad comiteril. Su mal es justamente la misología —el odio al logos—, aquel envilecimiento de la inteligencia que denunciara Platón, retratando una caverna mucho menos tenebrosa, por cierto, que la Quinta de Olivos. Tampoco sabe que si la atención que suscita la monopolizan sus adminículos o su pelambre, ello se debe a que su opción existencial no ha sido precisamente la de la contemplación metafísica, sino la de la vanagloria más crasa. La que acertadamente describiera Baudelaire cuando despreciaba a los petimetres y narcisas, seres minúsculos exclusivamente preocupados en vivir y morir ante un espejo.

No son, pues, las ideas, las que pudiera discutir la presidenta, sino acaso su distorsión; esto es, las ideologías; y mucho menos aún, la degradación de las mismas, que son los meros fenómenos, las pasiones bajas, las pulsiones del rencor, las caprichosas crispaciones del resentimiento, los cambiantes humores del animo jactancioso y colérico. Ni ella ni él —maldito par delictivo y mentiroso que tiraniza a la patria— pueden ser depositarios de otra categoría ética que no sea el monoideísmo, obsesión compulsiva y violenta; en este caso, por conservar un poder que sólo saben usar en contra del bien común. Como lo ven evaporarse sin retorno, como se ven a sí mismos en pronta e indecorosa fuga y objetos del odio de la sociedad entera, el escozor los perturba, y ya no hay zapatos ni carteras ni melenas que puedan disfrazar más la degeneración que los consume. La era del kirchnerismo ha terminado. Queda, como tras los sismos trágicos, una tierra agrietada, repleta de ruinas, muertes, hedor y enlodamiento.

Y es aquí cuando deberían aparecer las verdaderas ideas. La de la reconquista nacional, la de la rehabilitación de la virtud, la del emplazamiento de la justicia, la de la edificación de la concordia, la del restablecimiento de la historia, la de la reparación del Orden. Las antiguas y perennes ideas de esa civilización y de esa ciudad que no está por inventarse ni por construirse en las nubes, como decía San Pío X. Porque ha existido y debería existir: es la Civilización Cristiana, la Ciudad Católica. “No se trata más que de instaurarla y restaurarla sobre sus naturales y divinos fundamentos contra los ataques, siempre renovados de la utopía nociva, de la rebeldía y de la impiedad”.

Por cierto que después de la hediondez del kirchnerismo no llegará nada diferente en su naturaleza, sino el mismo estiércol depuesto por el mismo sistema; la misma gentuza, el mismo y repugnante Régimen.

Así —y fatalmente así— será mientras la Argentina siga sustituida y desplazada por la democracia, que sella su catástrofe, garantiza su cautiverio y asegura su desmoronamiento.

Nosotros seguiremos testimoniando la Verdad. Porque mientras ella tenga testigos fieles e insobornables habrá esperanza. Conscientes de que en la memoria de los pueblos y en la tradición de las comarcas, no existe la posteridad de los zapatos, las carteras y las pilosidades, sino la de las ideas nobles y veraces, sostenidas —aún en medio de las ruinas— por varones y mujeres cabales. Inescoltables por la rendición.

Antonio Caponnetto