viernes, 20 de marzo de 2009

Entomológicas


LAS MOSCAS K

“El cielo de los matreros, miren qué oscuro que está”
Osiris Rodríguez Castillo

No son pocos los que se preguntan con una mueca incrédula, cómo pudo darse que a Cristina Fernández le construyeran una realidad de papel de seda y brillantina, sin que un solo destello del mundo verdadero, pudiera filtrarse en la vana irrealidad de su cerebro.

Los más antiguos, y algunos no tanto, recordarán que la cosa no es nueva y que ya existió por ejemplo el llamado diario de Yrigoyen redactado e impreso para complacer las —si se quiere infantiles— necesidades de ensoñación de un presidente a quien el país real le pasaba por el costado y con el que, según algunos, nunca debía rozarse.

Otros, acaso los más leídos, nos hablarán de los atareados sirvientes del régimen que reescribían continuamente la historia en 1984, la novela de Orwell, desfigurando pasado y presente para que todos los planes se hubiesen cumplido de acuerdo a los deseos de hoy, aunque solamente en la mente de los escribas y en ese imaginario mundo, contado para los muchos, en las hojas de papel.

Es cierto que en nuestro país con la misma intención, mucha información ha sido ocultada y deformada en los medios y en diarios que, como “Clarín” y “Página/K”, mostraban únicamente el lado soleado, real o no, del jardín. Aunque aquí el dato curioso en todos los casos, está dado por el mismo gobierno, que era —y sigue siendo— el que paga por engañar y ser engañado.

Lo que figura en esas hojas algo amarillentas eso es lo que se debe aceptar y aunque la novela luzca precariamente construida, contiene los elementos básicos del género. A saber, hay un rey y una reina bondadosos, justos, ricos, sabios y bellos que luchan por el bienestar del pueblo y hay enemigos muy pero muy perversos dispuestos a impedirlo a través de mil pases mágicos y conjuras todopoderosas y ocultas.

Algunos dirán, con cierta razón, que tal como está planteada la historia no pasaría de historieta y que como tal estaría destinada a ser consumida por un público promedio de 10 ó 12 años y que no sería esa la edad más apropiada para ocupar la presidencia de un país. Contra esta última objeción sólo podríamos argumentar que en general los chicos a esa edad aman la verdad y el bien y rechazan la mentira, y que difícilmente pagarían a alguien para que los engañe, condiciones éstas que no suelen poseer los actuales príncipes.

En este sentido, San Agustín, que frecuentó como pocos las profundidades del alma del hombre, escribía que había conocido a muchos hombres que querían engañar, pero a ninguno que quisiera ser engañado. Es casi innecesario aclarar que ni siquiera uno de los mayores sabios doctores de la Iglesia pudo concebir que, pasados más de mil años, y en un país remoto, regido por una más bien exótica forma de gobierno —a saber, la democracia conyugalista—, se darían esas circunstancias donde los que gobiernan ¿gobiernan? el país viven autistas en medio de las mentiras que compran cada mañana.

Sí, sí, ya sabemos que la trampa estuvo dirigida no sólo al matrimonio feliz, sino a la parte acaso más ingenua de la población, aquella que de tan engañada creía vivir en el país de maravillas.

Hoy, no obstante el terrible empujón que la sociedad y las circunstancias dieron al matrimonio presidencial, mostrándoles de frente la absurda situación en que se han encerrado, y cómo quedaron acorralados entre la necedad y la soberbia, a pesar de todo seguimos escuchando “ya comprenderán… hay que darles tiempo… ya comprenderán…”

Pero llegados aquí, y para tratar de entender el modo de operar del matrimonio de presidentes, no encontramos nada mejor que consultar a un retorcido, porque solo un mal bicho puede estar a la altura de las circunstancias que estamos tratando. Claro, pensamos en Sartre. En su obra “Las Moscas”, Egisto el protagonista, a fuerza de trampear, acaba creyendo las mentiras que él mismo había inventado. A esto el francés llama mentira de “mala fe” que sería el que se miente a sí mismo y finalmente lo cree.

Pero aquí aparece una diferencia no menor, que separa aún la ficción sartreana de nuestra dupla presidencial. Así es, en “Las Moscas”, la mujer de Egisto le señala a éste claramente la verdad: “Los muertos están bajo tierra, no nos dañarán tan fácilmente. ¿Olvidas que tú mismo inventaste estas fábulas para engañar al pueblo?” Es decir, en la obra, uno de los dos personajes centrales, conserva cierta ligazón con la realidad, que no le impide mentir, pero dándose cuenta de lo que hace a la luz de su conciencia.

Muy por el contrario, en el desdichado caso argentino todo indicaría que no es así. Se trataría siguiendo al existencialista, de duplicación de la mala fe, que se instala en un país cuando los presidentes son dos y ambos creen solo en las fábulas.

Viendo que el cielo se ha puesto oscuro —como dice el poeta uruguayo— han recuperado los soliloquios, esta vez con aspecto de conferencia de prensa. Se sostienen como siempre en el oscuro principio de la infalibilidad de sus locas opiniones, sólo que en la noche, que ya se hizo, y pensando que los precipicios existen, lo mejor sería detenerse.

Miguel De Lorenzo

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