lunes, 5 de enero de 2009

Psicológicas


NOSOTROS,
LOS BIPOLARES

En el mundo de la psicopatología, la bipolaridad consiste en padecer la sucesiva e irrefrenable intromisión de fases cognitivo-afectivas antitéticas, tales como euforia/depresión o megalomanía/delirio de ruina.

Estrictamente, este cuadro psiquiátrico pasa por cierta inestabilidad cíclica, con una fase, tal vez, más acentuada que la otra. En fin, la dificultad para encontrar el equilibrio resulta por momentos asfixiante y toda la realidad parece cambiar según cómo la mire y la padezca el paciente. Vaya nuestra comprensión y cristiano compadecimiento por quienes sufren esta enfermedad, que es otro fruto del aguijón del pecado original, al que todos estamos sometidos.


Pero esta sintomatología puede trasladarse al pensamiento crítico y al terreno de las valoraciones. Por tanto, con otro grado de responsabilidad y —en consecuencia—, de imputabilidad. Así, en un sentido más bien analógico, estaríamos ante una enfermedad, pero de orden moral. Algo así como un trastorno grave del alma que todo lo va infectando a su paso. Trastorno que, además, puede tomar dimensiones sociales.


A nuestra Patria, lamentablemente, podríamos llamarla la Argentina bipolar. Ojalá esta dicotomía hiciera referencia a las dos banderas ignacianas, pero es la bipolaridad de las falsas disyuntivas, de las antinomias artificiales, en fin, de la dialéctica marxista. Dialéctica tan bien aprovechada, por ejemplo, en el campo educativo.


Esta es la gran farsa del liberalismo: el camino de la felicidad no consiste en elegir lo mejor, sino simplemente en elegir. ¿Elegir qué? Cualquier cosa, lo único importante es haber tenido opciones. El liberalismo, fantasma demoníaco escondido siempre detrás de estos problemas, alimenta la bipolaridad de dos maneras que se concatenan entre sí.


Primero, promoviendo una carrera febril por la cantidad de opciones —como si esto ya cualificara moralmente—. Segundo, estas opciones no perfeccionan —porque de hecho las impone totalitariamente el mismo liberalismo, y de éste nunca salió nada bueno— pero hacen como si concedieran la anhelada felicidad.

En este contexto del término libertad, qué bien vendría un movimiento de católicos por el derecho a no decidir. Posiblemente, más de un pecado de dimensiones comunitarias quedaría sensiblemente debilitado. Pero, en definitiva, estos son los frutos políticos y sociales de la semilla liberal.


Veamos un ejemplo para ser más gráficos. Pregunta: Para estar seguros, ¿hay que comprar euros o dólares? Respuesta: Ninguno de los dos. Hay que desconfiar de los bancos y desenmascarar el capitalismo y la usura. Importa un bledo si la respuesta no está insinuada en la pregunta.


Otro ejemplo. Pregunta: ¿Hay que incorporar los credos aprobados en los últimos cinco años al sistema educativo argentino, o conviene poner un cupo para que todo sea más ordenado? Respuesta: hay que afirmar más que nunca que la educación “neutra” y laica no existe. Que es un acto de demolición del educando; y que fuera de la Iglesia no hay salvación.


En las virtudes morales, el tan invocado “punto medio” es ese vértice jerarquizante y superador, en las antípodas de la media aritmética. Media que, en esto como en tantas otras intromisiones hipertróficas de los análisis cuantitativos, más lleva a la mediocridad que a la aristocracia.


Así las cosas, es preciso huir de las falsas disyuntivas impuestas culturalmente y negarse a incorporarlas como “forma mentis”.


Y tenemos varias cosas que reclamar queriendo huir de estas categorías dialécticas tan enfermas. Reclamemos el derecho a sumar bien sin ser totalitarios. A respetar las tradiciones sin ser anticuado. A ir a Misa, sin ser clericales. A no ser pornógrafos sin ser jansenistas. A ser fiel sin ser aburrido. A ser pudorosos, sin tener mal gusto. Y reclamemos el derecho de no hablar tanto de los derechos y más de los deberes.

Si se nos permitiera un modesto análisis psicológico al respecto, digamos que este pensamiento bipolar, antinómico, más propenso a la contraposición matemática que a la intelección de lo mejor, es sumamente primitivo e infantil. De él conviene ir saliendo terminada la adolescencia (así como también conviene salir de la adolescencia). Y como extensión de este infantilismo o pensamiento inmaduro, evidencia una profunda inseguridad personal. Porque patentiza el temor esquivo de recorrer el delicioso camino de los contrastes que no son contradicciones, según rica distinción de Thibon.


Porque es más fácil acusar de fascista, que preguntarse sobre la posible y bella convivencia entre el rigor férreo y la calidez paternal del educador, por ejemplo.

Una vez más hay que oponerse decididamente a no pensar con las categorías del mundo.

¿Qué puede entender el mundo bipolar de las derrotas honrosas y los triunfos vergonzosos? ¿Cómo captar la fantasiosa fuerza de los billetes y la potente acción de lo invisible? ¿Cómo desear la riqueza de la austeridad y huir de la miseria de la abundancia? ¿Con qué corazón recibir las bienaventuranzas si no rompemos este maleficio dialéctico?


Jordán Abud

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Escribe bien usted Abud. Ahora uno va a comprar vinagre y hay 200 clases, o queso, o radio o lo que sea. Y funciona así : 3000 opciones, es igual a 3000 basuras.
Llevelo al campo del sexo y es lo mismo. Son los muñecos con partes intercambiables, otra que Terminator. Antes se decía muy sencillamente "Fulano es un puto" y ya quedaba todo dicho.

El Novio de la Muerte

pablo perez dijo...

TIENE RAZON EL COMENTARIO A NTERIOR ,ANTES UNO VEIA A UN DEGENERADO(homosexual)Y LA SOCIEDAD LO RECHAZABA,HOY LE LAVAN EL CEREBRO CONTINUAMENTE DESDE LOS MEDIOS DE COMUNICACION PARA ACEPTAR ESAS PERVERSION ANTINATURAL