lunes, 3 de noviembre de 2008

Diálogos (IM)pertinentes


SURREALISMO

— El Discípulo: Maestro, leyendo este pasado verano un diarito tabloide titulado “Página/12”, me encontré con que, en la respuesta a una carta de lector, identificaban a “Cabildo” como una “revista surrealista”.

— El Maestro: No es la primera vez que lo hacen y me atrevo a vaticinar que no será la última.

— El Discípulo: Maestro, como no conocía la palabra “surrealista”, busqué en el diccionario y allí me informé de que el surrealismo es un movimiento literario y artístico que prosperó entre la segunda y la tercera décadas del siglo pasado. Quedé asombrado. ¿Es verdad que Cabildo pertenece a ese movimiento?

— El Maestro: Un poco difícil porque el surrealismo, al menos el literario, desapareció en la segunda mitad del siglo XX. Pero no es por ahí por donde tienes que indagar. En las intenciones de sus epígonos, el movimiento quería superar la razón burguesa, por eso se llamaba “suprarrealismo”: estaba por encima de la forma de entender la realidad por una razón, la burguesa, cuya época tocaba a su fin.

— El Discípulo: Maestro ¿y qué es la razón burguesa?

— El Maestro: Muy buena pregunta, pero tendrías que hacérsela a Eluard, a André Breton o a cualquiera de los surrealistas que combatían contra ese sujeto —la razón burguesa— que nunca terminaron de definir. El surrealismo fue un movimiento de izquierda, aunque en la década del treinta sufrió una escisión que alejó a los comunistas más politizados como el famoso Aragón. Bueno, los surrealistas no sabían o no podían identificar a ese enemigo, la razón burguesa, lo mismo que los socialistas de todos los pelajes son incapaces de definir con precisión a su principal enemiga, la clase burguesa.

— El Discípulo: Bien, Maestro, pero ¿por qué llama “Página/12” una revista surrealista a “Cabildo”?

— El Maestro: Los escribas de ese diario son periodistas. Entonces saben de todo un poco, pero en general muy poco de todo. Usan el sentido vulgar de la palabra, que quiere decir “irreal, alejado de la realidad”. La Academia Española, hasta la vigésima primera edición de su Diccionario —que es la que tengo— no acepta este significado que poco, aunque algo, tiene que ver con el de los fundadores del movimiento. Los cuales, como te he dicho, no se proponían romper con la realidad sino con “la interpretación burguesa de lo real”. Por eso los pintores surrealistas —Chirico, Magritte, Dalí— pintaron cosas que deformaban la realidad y por eso en el cine se intentaron también argumentos e imágenes que pretendían prescindir de lo real, “al menos en la forma en que la burguesía lo pintaba”.
En síntesis, querido discípulo y amigo, acusarnos de surrealistas es, para “Página/12”, una forma de pintarnos como una especie de extraterrestres o de seres que viven en una burbuja en la que la realidad no entra.

— El Discípulo: Maestro ¿y hay algo de cierto en esa acusación?

— El Maestro: Cuando alguien te acusa de vivir fuera de la realidad, debes suponer que ese tal está muy seguro de lo que es la realidad y de vivir conforme a ella. Por eso te propongo que para empezar nos adentremos un poco en la posición del que nos acusa, a ver si podemos encontrar una respuesta al problema de lo real en política, tanto en la trayectoria del diarucho como en la de la ideología que representa.
¿Qué es, preguntémonos, “Página/12”? Podemos responder, sin temor a equivocarnos, que representa la tendencia izquierdista, socialista y progresista tal como se da a principios del siglo XXI después del derrumbe de los “socialismos reales”. No se la podría acusar de ser simplemente comunista (ha publicado muchas veces críticas al sistema soviético) ni tampoco cabe enteramente en las definiciones de la social-democracia.


UN BAÑO DE REALISMO

— El Discípulo: Maestro, ¿cómo sintetizaría la situación?

— El Maestro: Hemos visto de qué manera todo aquello que defiende “Página/12”, todo aquello a lo que está vinculada emocionalmente, es de una irrealidad tal que los dibujitos animados son una obra maestra del realismo. “Página/12” defiende una causa radicalmente fracasada, pero fracasada porque nunca fue viable, porque siempre edificó sobre arena ¡y pretende hacer pasar eso por la realidad!

— El Discípulo: Sin embargo, tiene seguidores.

— El Maestro: Veamos, “Página/12” sobrevive porque el Gobierno de los Kirchner la subvenciona a través de una publicidad sin relación alguna con su difusión. En cuanto a los grupúsculos que siguen el lenguaje y la simbología del marxismo, son un puñado agrandado por el lugar que los medios les dan. Pero luego van a elecciones y no cosechan más del tres por ciento de los votos.

— El Discípulo: Entonces no son peligrosos.

— El Maestro: Lo son, porque gracias a los Kirchner manejan dinero e influencia. Mirá el caso de las Madres. Su posición ideológica es la más cerrada y cerril defensa del modelo soviético. Su influencia sería casi igual a cero si no fuera por las complicidades extranjeras y nacionales que las dotan de dinero y de repercusión mediática. El estruendoso fracaso del socialismo, sepultado bajo sus crímenes, sólo sobrevive gracias a esas complicidades. Cuando se publicó en Francia “El libro negro del comunismo” los que salieron a atacarlo no fueron sólo —ni principalmente— los comunistas que quedaban, sino los socialdemócratas bien pensantes, que no podían soportar la denuncia de aquello que racionalmente condenaban pero de lo que no podían desprenderse del todo.

— El Discípulo: ¿O sea?

— El Maestro: Que “Página/12” quiera darnos lecciones de realismo, es el colmo de lo ridículo.

— El Discípulo: Pero Maestro, ¿no es verdad que nosotros no tenemos o tenemos muy poca presencia política real?

— El Maestro: Depende lo que llames presencia política. “Cabildo” es una revista política y cultural. Cuando la gente joven que nos lee aprende a defender su fe, su Patria y su hogar, adhiere así a cosas concretas y reales, no a consignas ideológicas. Nosotros enseñamos amor por lo encarnado, nuestro Dios, la Patria, que es la Nación encarnada, y el hogar, que es la familia encarnada.


UN CASO

— El Discípulo: Maestro, ya que nos acercamos a nuestro país, ¿qué opina del último libro de Caparrós, “A quien corresponda”? ¿No parece un vuelco realista dentro del pensamiento de izquierda, con su reconocimiento de la condición de combatientes de los subversivos y su asunción no sólo de que fracasaron, sino que estaban condenados de antemano al fracaso?

— El Maestro: ¿Leíste el libro?

— El Discípulo: No, maestro, pero leí la crónica publicada en “ADN”, el suplemento literario de “La Nación”.

— El Maestro: Ese suplemento —y otros parecidos— comentan asombrados el “sinceramiento” de Caparrós porque, acostumbrados a vivir en la mentira total, una mentira un poco menos grande o mejor disimulada les parece la verdad.

— El Discípulo: Ya veo, Maestro, que Ud. no comparte la opinión de “ADN”.

— El Maestro: Veamos, querido discípulo. “A quien corresponda” es una de las peores novelas argentinas que he leído, y sabe Dios que las he visto malas. Argumento confuso, personajes mal dibujados, prosa pretenciosa…

— El Discípulo: ¿Pero no debe leerse como un ensayo?

— El Maestro: Hagamos ese esfuerzo. En ese caso hay que calificarlo de colosal estafa. Hay, en efecto, la admisión de que querían cambiar el mundo “con un revólver en la mano” pero la frase completa es “chicos y chicas generosos e ingenuos que queríamos mejorar el mundo…”, y allí es donde comienza la estafa. ¡Oh, sí!, hay muchas admisiones que nadie había hecho hasta el momento, pero el verdadero intento del libro es salvar “la generosidad y la ingenuidad” del sueño de los actores de la guerra revolucionaria. De allí que el protagonista sepa tan poco de cómo hubiera sido el futuro de haber ganado ellos la guerra. “¿Cómo iba a ser esa patria socialista que ofrecían?”, le preguntan, y reflexiona que “no podía decirle que no tenía ni idea, o mejor, que no tenía una idea clara y definida”. Aquí está la trampa. Porque sus adversarios sí sabían con precisión cómo sería y por eso tenían razones sobradas para luchar contra los revolucionarios. Sabían que sería como en el resto del mundo, sin excepción, una orgía de crímenes, represión y fracaso. En 1975 -78, justo en esos años, los comunistas (khmer rojos) vaciaron las ciudades y asesinaron a un tercio de la población de Camboya, que tuvo la mala suerte de caer en su poder. Lastima que las pocas veces que en la novela de Caparrós hablan los militares o sus secuaces no haya un capaz de decirles que además de defender Occidente (¡ya entonces había tan poco que defender en Occidente!) de lo que se trataba era, ante todo, de detener a los asesinos seriales.
Toda esta novelita-ensayo camina por la misma línea. Fracasamos, sí, pero qué buenos éramos. Noble fracaso. ¿El socialismo? “es una idea que podría funcionar en un mundo habitado por gente generosa, valiente, solidaria”. ¿Qué me cuentas? Nada de reconocimiento de que el socialismo es una idea disparatada, una religión sólo apta para intelectuales ideologizados. No, lo malo no es el socialismo sino la gente, que es mala.
Le preguntan al protagonista si los revolucionarios estaban dispuestos a matar. Y contesta: “Sí, pero sin alegría. Era una obligación, probablemente la más pesada de todas. Nadie quería matar a nadie (pero) a veces no tenías más remedo y aceptabas hacerlo”. ¡Qué asombroso! Uno se pregunta si para los millones de asesinados por estas víctimas de las circunstancias haría mucha diferencia el que los matara alguien que gozaba haciéndolo o alguien “que sólo cumplía una obligación”.

— El Discípulo: ¿Es posible que nadie haya visto ese hecho elemental: la vinculación necesaria entre el triunfo socialista y los crímenes de Estado?

— El Maestro: Creo que nadie que no sea idiota deja de ver esa relación. En sus memorias, otro subversivo argentino-cubano, Jorge Masetti, dice “por suerte no obtuvimos la victoria porque de haber sido así… hubiéramos ahogado el continente en una barbarie generalizada”. Caparrós no es idiota, se hace el idiota para ignorar estos hechos indiscutibles y evidentes.
Veamos otro botoncito de muestra: el protagonista dice que cuando ellos (los revolucionarios) decidieron “tomar las armas para liberar la patria” tropezaron con los militares, pero que tenían “una excusa” para tomar las armas: “ellos habían abandonado su lugar en 1930 y lo seguían abandonando desde entonces, una y otra vez”. ¿No es formidable el modo en que funciona el cerebro de los Caparroses? El recurso a las armas se justifica porque al fin y al cabo los militares también se sublevaron. ¿No hay un pequeño olvido, tal vez? Sostener esto exige olvidar los primeros tiempos de la guerra revolucionaria, cuando gobernaba Illia, o los atentados durante los gobiernos constitucionales de Perón e Isabelita. O sea que para compartir las conclusiones de Caparrós no hay que saber nada: ni lo que fue el socialismo que los revolucionarios querían implantar, ni su historia en la Argentina…

— El Discípulo: Maestro, se ha exaltado. ¿Da para tanto el libro?

— El Maestro: Por cierto que no, pero es bueno advertir a los que pueden leerlo como un regreso de alguna izquierda a la realidad.
La Izquierda es, esencialmente, utópica. En contacto con la realidad se trasmuta en otra cosa: en una social democracia cuya diferencia con el liberalismo tiende a desaparecer, en una simple ocupación del poder por el poder mismo; eso sí, tratando de mantener su apego a las grandes palabras. Casi lo único valioso del libro de Caparrós es el diálogo del protagonista con un servidor del actual gobierno. (En rigor, no identifica con precisión a qué gobierno se refiere, pero creo que no puede ser sino el de Kirchner). El obsecuente K le ofrece “una oportunidad”, a lo que el protagonista contesta: “¿Una oportunidad de qué…? ¿De llenarse la boca con boludeces sobre los desaparecidos y seguir haciendo lo mismo que todos los demás? ¿De hablar de los muertos heroicos para justificar que siguen vivos y no hacen un carajo de todo lo que los muertos querían hacer? ¿De usar los setenta para tapar lo que no pueden ni quieren hacer ahora?”

Aníbal D’Ángelo Rodríguez

No hay comentarios.: