martes, 12 de agosto de 2008

En el día de Santa Clara


DÍA DE LA
RECONQUISTA

Desde las azoteas veíase claramente, a pesar del humo, lo que abajo sucedía. Los defensores de la ciudad, sin abandonar su cañón, habíanse retirado hasta el fondo de la cuadra, es decir, hacia el sur, corridos por el fuego de los ingleses que habían salido del convento. Pero he aquí que ahora, desde las casas de frente a Santo Domingo, una de las cuales era la de Azcárate, hostilizaban a los invasores de manera terrible. De las ventanas llovían balas, y desde las azoteas caíales a los ingleses todo lo imaginable […] desde una azotea próxima, un cojo arrojó su muleta sobre un inglés, volteándolo. A su lado, una joven de dieciocho o veinte años, hacía fuego con un fusil. De aquí y de allí arrojaron a los invasores diversos objetos duros y pesados: hojas de puertas y de ventanas, rejas y muebles. Y todo lo hacían en medio de la gritería más salvaje, de alaridos de indios, de vítores y de mueras.

— Los herejes ya se retiran —vociferó un hombre con un fusil, que acababa de asomarse por el parapeto a la calle—. Las aceras y las calles están llenas de muertos. Uno de sus jefes ha caído.

— Ahora vienen los nuestros por el norte, y traen un cañón y un obús, avisó otro. Es la artillería volante, que manda el catalán Fornaguera. Veo también Patricios, Cántabros y Granaderos. Es indudable que Liniers acaba de ordenar el ataque general a Santo Domingo.

Con la llegada de esta tropa, una parte de la cual se metió enseguida en las casas y acreció el número de los que combatían desde las azoteas, aumentó intensamente el fuego de fusilería. Los ingleses, reculando, habían vuelto al atrio de la iglesia, y desde las azoteas de las tres esquinas y de las dos cuadras que formaban ángulo frente al atrio, eran ultimados por españoles y criollos. El cañón parecía emplazado en el interior de alguna casa, con probabilidad la de Tellechea. Y de pronto —era cerca de la una—, atronaron pavorosamente el espacio los estampidos gruesos, rítmicos, impresionantes, de los cañones de la Fortaleza, los del bastión suroeste, con seguridad […]

Cesó el fuego. Todos se miraron unos a otros y luego miraron a la torre de Santo Domingo. Siguieron mirando cinco, diez, quince minutos… No podían ni hablar de emoción. Y he ahí que, de pronto, vieron cómo en lo alto de la torre bajaba rápidamente, como entristecida y avergonzada, la bandera inglesa, y subía lenta, majestuosa, orgullosa, la bandera española, esa misma que otrora, como hoy contra el inglés hereje, había triunfado en Lepanto contra el pagano turco.

Manuel Gálvez

Nota: Estos párrafos fueron tomados de su libro “La muerte en las calles”.

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