miércoles, 4 de junio de 2008

Doctrina


LA DEMOCRACIA
Y EL SENTIDO COMÚN

La primera víctima de la ideología es el sentido común. La actitud honesta ante la realidad es apreciarla, analizarla según la recta razón iluminada por la fe y sacar las conclusiones correspondientes. Esa es la ciencia cristiana.

La ideología, en cambio, parte de una postura previa dogmatizada e intangible, a la luz de la cual todo debe ser explicado; si la interpretación de la realidad según esa postura preasumida es lógica, bien; pero en caso contrario, lejos de analizar críticamente el andamiaje ideológico, se modificará la lógica, prefiriendo el absurdo antes que renunciar a dichas ideas dogmatizadas. Esto es particularmente actual con la ideología-religión en la que el hombre es su propio objeto de adoración: la democracia. Se le atribuye a Lenín una frase más o menos así: “Si la realidad no se condice con el comunismo, peor para la realidad”. Una verdadera profesión de fe.

El democratismo liberal en el que se arrastra por la historia nuestra patria es la ideología de la libertad individual desprendida de la razón y del orden moral. Es la soberbia del hombre que ha desalojado de su trono a Cristo Rey y ha ocupado su lugar. Es el dogma de la “voluntad popular”, viejo eufemismo para referirse a la tiranía del número. Número éste, que aflora de las urnas como fruto de la propaganda ideológica que realizan los medios de comunicación sobre la masa des-educada. Número al fin, que es decidido por la oligarquía partidocrática, fiel servidora a su vez de las oligarquías financieras, depositarias últimas del poder real. Una reducida cantidad de personas decide los destinos de millones, mientras éstos se sienten orgullosos de habr votado y vuelven a sus hogares sintiéndose “soberanos”. Dijo cierto “gurú” de esos que hay que escuchar por ahí, que los medios de comunicación son inherentes a la democracia. ¡Vaya que lo son!

Así como el vicio llama a más vicio y la conciencia se va anestesiando y haciendo cada vez más insensible al pecado y la inmoralidad, así la democracia, con sus voceros los medios, va estupidizando de a poco a millones, alterando lenta pero constantemente la percepción de la realidad. El homo democraticus se vuelve indiferente ante el orden moral objetivo. Ya nada lo escandaliza si ha surgido de un “debate” o de un “plebiscito”, sólo lo perturba lo no-democrático, sinónimo de antidemocrático. Así, con el tiempo, se ha acostumbrado a razonar mal, o mejor dicho, a no razonar; con lo cual se vuelve cómplice de haber trastornado los cimientos más profundos de la sociedad. Con el sentido común derogado, no hay certeza, ni convicción, ni fe, ni cultura, ni tradición que pueda sobrevivir a la disolución. Mientras, Gramsci aplaude y la Patria muere.

Véase sólo una pequeña muestra de los frutos de la democratización de las mentes y las conciencias en la falta de reacción, en la insensibilidad ante el escándalo, en la ausencia de santa ira, en la desidia frente a los siguientes hechos:

— Un Obispo critica a un ministro de salud por promover el aborto, y en lugar de de removerse al ministro-delincuente, se le pide a la Santa Sede que cambie al Obispo, con el aditivo de discutirse la disolución misma del obispado.

— Se legalizan uniones homosexuales en una pretendida paridad con el matrimonio.

— Se habla del “sindicato de meretrices” como si la prostitución fuera otra actividad laboral más.

— Se designa para integrar la Corte Suprema de Justicia a dos abortistas y a un trastornado que presenta como secretario a un convicto; súmese además el caso de un diputado devenido mágicamente en juez, mientras de declama la independencia de los poderes del Estado.

— Una horda de fascinerosos asalta una comisaría y el gobierno muestra más cercanía con los salvajes que con las fuerzas del orden.

— Cabecillas de bandas de forajidos ocupan puestos en ministerios.

— Se pretende desincriminar penalmente a quienes cometan delitos durante “protestas sociales”.

— Se habla de “piqueteros oficialistas” como si ésta fuera una actividad social más.

— Se promueve la blasfemia y la impiedad como “arte”.

— Integrantes de las bandas de delincuentes subversivos que otrora se alzaran en armas contra la Patria se presentan como candidatos y obtienen puestos en la administración de la cosa pública.

— Se le niega a los padres de familia el derecho elemental de decidir sobre la educación de sus hijos en temas de moral sexual.

— Se hace pública apología del delito, de la subversión y del terrorismo desde el mismo poder ejecutivo.

— Se humilla púlicamente a las Fuerzas Armadas, mientras se reivindica a criminales y terroristas.

— Se hace pública y manifiesta adhesión a regímenes comunistas de otros países, basados en ideologías criminales, mientras se declaman posturas “inclaudicables” a favor de los derechos humanos.

— Se habla de “un país en serio” mientras desde la presidencia se hace gala de vulgaridad, falta de educación, exabruptos infantiles, impuntualidad, argumentaciones pueriles y un indisimulado odio hacia cualquier expresión de genuino patriotismo o de catolicidad.

Piense cada lector cuántos hechos más se incluyen en el largo etcétera de la irracionalidad, el odio, el absurdo, la impiedad y hasta la burla grotesca en la cara de la sociedad. En octubre pasado —dijo el Gobierno— se “plebiscitó su gestión”, en una nueva liturgia democrática de adoración a la urna, la papeleta y la “voluntad popular”.

Pero de ahora en adelante, no perdamos la oportunidad de que se les vuelva en contra. Ningún católico, ningún patriota, ningún hombre de buena voluntad puede plegarse a cualquier próxima farsa sufraguista. Que cada parroquia, cada oficina, cada escuela, cada familia cristiana, sea un bastión de resistencia para negarles a ellos, a la falsa oposición, al Régimen todo, sus tan ansiadas papeletas. El sufragio universal es la prostitución universal. Afirmar con hechos esta negativa rotunda a entrar en componendas con el sistema será un gesto de hombría de bien. Será cumplir con el cuarto mandamiento.

Salvador Abruzzese

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